Viridianas


Por JJ. Beeme

La Irene de Ferzan Ozpetek (Cuore sacro), como la Irene de Rossellini (Europa 51), caminan por el filo de la navaja: locura y santidad se dan la mano; la abnegación tiene un étimo suicida.

    Entre ambas películas, Buñuel sentó para siempre el arquetipo de mujer que, operando en los márgenes del poder católico, acaba destruida por los peligros de la caridad.

    Salvar a la pobretería milenaria puliéndose la fortuna personal es opción plausible pero anecdótica porque no ataca la raíz del problema sino que lo alimenta: los teólogos del sufrimiento necesitarán siempre víctimas propiciatorias. Aun así, el gesto irrita en la medida en que cuestiona la posición de las riquezas, su posible cambio de casilla, y un tufo jacobino enseguida agita las conciencias. La Iglesia no tarda en movilizarse: intrusismo o herejía, atájese a tiempo; y la psiquiatría, otra cura de almas para nuestro precario welfare state, viene en ayuda de los fiduciarios.

    Lamentablemente, Ozpetek se aparta de esa potencial falsilla para condimentar un thriller sobrenatural sobre la toma de conciencia (léase caída) de una yupi, gracias al encuentro providencial con su pasado. Barbara Bobulova (la amapola de sus pómulos recuerda a Isabella Rossellini) viene de la escuela dramática eslovaca, y sus primeros planos son las líneas de fuerza de este voluntarioso cruce de homenajes, incluido el exorcista de Blatty-Friedkin.

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