Por Don Quiterio
Actriz de cine (‘Manolete’, ‘Manolito gafotas’, ‘Una de zombies’) y de series de televisión (‘Hospital Central’, ‘Impares’), la zaragozana Natalia Moreno –cosecha del 78- ha hecho teatro y realizado varios cortometrajes (‘Selfie’, ‘Le chat doré’, ‘Al’Amar’) y spots publicitarios (‘Inspiración’) para marcas como Pikolín.
Es, también, la pareja de Ara Malikian, a quien dedica el largometraje documental subtitulado ‘Una vida entre las cuerdas’, que produce su compañía Kokoro Films, junto a Caribe Estudio y Bausan Films. En él cuenta la carrera de este músico explosivo e iconoclasta, violín en mano, de raíces armenias y espíritu roquero, nacido en Beirut en 1968. Ara Malikian y su violín, en efecto, ese instrumento apto para emocionar a todo el mundo, en todas las partes de una vida abierta y libre, incluso donde no quepa. Y la inspiración está ahí, en trabajar con artistas (Enrique Bunbury, Franco Battiato, Pablo Milanés, Andrés Calamaro, Estrella Morente, Kase-O) que le han inspirado y con cuyos temas se identifica.
Con banda sonora del propio Malikian (a excepción del tema final, interpretado por Bunbury), Nata Moreno se acerca a este libanés afincado en España para mostrar su enérgico virtuosismo, un violinista y compositor clásico del siglo veintiuno, polifacético donde los haya, que ha logrado mezclar la música clásica, el rock, la copla y otros muchos géneros.
Al parecer, Nata Moreno, que también suele ocuparse de la dirección escénica de sus espectáculos en vivo, empieza el proyecto el día en que Ara Malikian recibe de su padre como legado varias decenas de cajas con todos los recuerdos de su ayer: grabaciones, fotografías, pinturas, objetos, cintas de casete, películas en súper-8 milímetros, libros, cartas, partituras y otros documentos personales del músico. Con todo este material, se descubre la historia de una familia marcada por el exilio, el genocidio, la guerra del Líbano y la música como elemento unificador y salvador. Y comienza un viaje en el que se enfrenta al siempre complejo ejercicio de reconstruir su pasado a través de la memoria, desde que tuvo que salir huyendo de su lugar como refugiado cuando no era más que un crío.
Malikian va desgranando palabras y más palabras ante la cámara, puntuadas por el testimonio de amigos y colaboradores e ilustradas con todo ese material de archivo. Un relato, en su primera mitad, de aprendizaje –lo mejor del metraje- para desembocar en un mensaje de paz, amor y así, acaso en exceso autocomplaciente. El conjunto, en cualquier caso, es un digno e interesante documental biográfico, una historia, al mismo tiempo, de guerras y superación que muestra una vida en el exilio y hace hincapié en sus giras por España, Francia, China, Rusia o Alemania.
Porque mientras en el Líbano caían bombas, Malikian cogió un violín para empezar a disparar ráfagas de música que silenciaban la muerte y vitoreaban la vida en un sótano donde fingían ser felices. Y desde entonces no se ha separado de su particular y sonoro amuleto, de un arma cuya munición no son más que cuatro cuerdas en una vida vivida, en fin, contra las cuerdas. Acaso el acceso al arte y a la cultura desde la niñez es fundamental porque nos convierte en seres más elevados.
El documental da cuenta del músico que siempre ha hecho las cosas a su manera, con su forma de entender y con su pasión hacia esta disciplina. E intenta, en la manera de lo posible, transmitir lo que siente a través del violín. Porque la música, digámoslo de una vez, es el único arte que entra en tu cuerpo sin pasar por el cerebro. No hace falta analizarlo, ni comprenderlo, ni saber cómo se ha hecho. Simplemente te atraviesa y te emociona. Tal vez por eso mismo, la música es universal. Y este documental ilumina la idea.
Vale la pena.