Solo se vive una vez: No envejeceremos juntos


Por Don Quiterio  

  Con la muerte tenemos firmado el pacto fantástico y pueril de no mirarla de frente hasta la vejez, que es cuando empezamos a asomar la cabecita por el embozo de la sábana para ojear resignadamente la habitación vacía.

   Morir antes, irse a los treinta y cinco años como el actor Mateo González -no digamos ya en la infancia-, nos parece una traición a la vida. Como si la tuviéramos garantizada. Como si pudieran luego nuestros llorosos deudos acudir a alguna ventana de reclamaciones en esta sociedad bien donde se reglamentan hasta los derechos de las mascotas. Andan los científicos atareados en la legislación del derecho a la inmortalidad, interrupción del envejecimiento creo que lo llaman, y les deseamos toda la suerte del mundo. Mateo González, digo, ha fallecido recientemente. Conocido por su papel en la película ‘El desconocido’ (2015), junto a Luis Tosar y Javier Gutiérrez, y en ‘Efectos de mayo’ (2016), de Darío Autrán, también colabora en la serie creada por el zaragozano Eduardo Casanova ‘Amar es para siempre’, continuación de ‘Amar en tiempos revueltos’.

  “Vuélvase más extraño el mundo a medida que envejecemos”, medita T.S. Eliott en uno de los momentos mayores de la poética del siglo veinte. “Y más complicada la trama de muertos y vivos”. De viejos han muerto recientemente Tomás Milián, Antonio Llorens, Jean Rouverol, Neus Espresate, Francisco Pérez-Dolz, Palomo Linares, Manuel de Benito, Ketty Kauffman, Alicia Agut, José Miguel Martínez o Pilar Laveaga. 

  Leyenda del ‘spaghetti western’, el cubano Tomás Milián actúa en casi ciento cincuenta películas tanto en España, Italia o Estados Unidos. Comienza en 1959 dirigido por el italiano Mauro Bolognini en ‘La noche brava’. A esta le seguirán muchos relatos del oeste en tierras almerienses. En 1976 comienza a interpretar al popular detective Nico Giraldi en la primera de las diez películas de la saga, ‘Escuadra antiestafa’. También es conocido por el personaje del forajido ‘Cuchillo’ en la trilogía dirigida por Sergio Sollima. El paso de Milian por Hollywood no es menor y aparece en filmes de Tony Scott (‘Revenge’), Oliver Stone (‘JFK’), Steven Spielberg (‘Amistad’) o Steven Soderbergh (‘Traffic’). Un excelente actor este Tomás Milián, que coincide en muchos repartos con el zaragozano Fernando Sancho, como en ‘Crónica de un atraco’ (Jaime Jesús Balcázar, 1968), un espantoso thriller hispanoitaliano ambientado en América.

  El productor (de Almodóvar, Antonio Chavarrías, Marc Recha, Francesc Bellmunt, Ventura Pons o Carles Bosch), distribuidor y exhibidor Antoni Llorens -no confundir con el director de ‘Después de la evasión’ (2002) y antiguo redactor de ‘Cartelera Turia’- ha sido una figura clave de nuestro cine. Desde joven empieza a trabajar en CB Films, donde aprende lo suficiente para fundar en 1980 su propia empresa, Lauren Films. En Zaragoza gestionó el cine Mola y las salas Buñuel, que cerraron en 2005 y 2007, respectivamente.

  El argentino Daniel Goldstein comienza su trayectoria como sonidista en España trabajando en la ópera y el teatro musical en la década de 1980, pero una llamada de Carlos Saura y su director de producción, Emiliano Otegui, cambia el rumbo de su carrera. El director oscense cuenta con él para el rodaje de ‘El amor brujo’ (1986), y desde entonces desarrolla toda su labor en el mundo del cine, donde muy pronto destaca por ser uno de los pioneros, junto a Ricardo Steinberg y Carlos Faruolo, en reintroducir en España la técnica del sonido directo después de treinta años de parón.

  El realizador madrileño afincado en Barcelona Francisco Pérez-Dolz (‘El mujeriego’, ‘A tiro limpio’, ‘Los jueces de la biblia’) empieza en el cine amateur y se profesionaliza al ser ayudante del director Antonio Román en ‘Último día’ (1952), una de las dos incursiones en el cine -la otra, el filme de Luis Marquina ‘Las últimas banderas’ (1954)- de la soprano zaragozana Pilar Lorengar, filme policiaco ambientado en Madrid con una función teatral como telón de fondo, en el que interpreta a una cantante envuelta en una trama criminal.

  El torero jienense Palomo Linares se echó la sangre al hombro y triunfó. Fue ganadero, actor, millonario, playboy y pintor abstracto. Todo un fenómeno taurino y social de la época. Tanto, que emuló también al Cordobés haciendo sus pinitos en el cine con películas como ‘Nuevo en esta plaza’ (1966), dirigida por Pedro Lazaga y con banda sonora del turolense Antón García Abril, y, dos años después, junto a Marisol, ‘Solos los dos’, de Luis Lucia. Con su marcha se nos va un trozo de la España del siglo veinte, la España yeyé de los flequillos rebeldes, la del botijo y del desarrollismo. O cuando la era pop viajaba por carreteras comarcales en un 1.500.

  Igualmente, ‘Cinco tenedores’ (1979), la película de Fernando Fernán-Gómez, tiene música de García Abril, y uno de los actores secundarios era Manuel de Benito, también fallecido recientemente, con más de cuatro décadas dedicado al cine y el teatro. ‘A la pálida luz de la luna’ (1985), de José María González Sinde, también tiene banda sonora del músico turolense, y un pequeño papel -el primero y último- lo encarna la argentina Ketty Kauffman, también fallecida y colaboradora habitual en programas de crónica social.

  La actriz catalana Alicia Agut se curtió en las tablas tras su debut con José Tamayo. Siempre hizo teatro, pero no tardó en compaginarlo con el cine y la televisión. Intervino en varios dramáticos televisivos a las órdenes de los aragoneses José Antonio Páramo y Alfredo Castellón. Para la gran pantalla colaboró con directores como José María Forn, Jaime Camino, José Luis Cuerda, Vicente Aranda, Julio Medem o Pedro Almodóvar. Para el zaragozano José Luis Borau fue la Marisa de ‘Leo’ (2000), la mejor obra del autor de ‘Furtivos’. De parecida trayectoria, también ha dicho adiós a las pantallas y los escenarios el avilés Miguel Palenzuela, que coincidió en algún dramático televisivo con Alicia Agut, además de muchos ‘spaghetti western’ y numerosas películas con directores como Mario Camus, Basilio Martín Patino, Vicente Aranda, Pilar Miró, Julio Medem o Alejandro Amenábar. Uno de sus papeles más recordados es el de don Juan de Borbón en la película de la pequeña pantalla ’23-F, el día más difícil del rey’.

  Que Luis Buñuel es inagotable lo demuestran los sucesivos autores que, de un modo u otro, vuelven a su legado. Cinéfilo empedernido, la muerte del dibujante y decorador José Miguel Martínez nos retrotrae a su hija Amparo, seguidora de Agustín Sánchez Vidal y experta en cines, en teatros y en la figura del cineasta calandino, como lo corrobora en el último número de la revista turolense ‘Turia’ (ver artículo en sección literaria), la crónica del encuentro entre el productor Oscar Dancigers y un Buñuel recién llegado a tierras mexicanas. Por su parte, la actriz y guionista de Hollywood Jean Rouverol tuvo que exiliarse a México con su marido, tras ser denunciada como comunista ante el comité de actividades antinorteamericanas, y allí trabaron amistad con Buñuel, para quien escribieron el guion de ‘Robinson Crusoe’ (1954). También fue amiga de Buñuel la oscense de Canfranc Neus Espresate, directora de la editorial Era en México. A tierras aztecas llegó siendo apenas una niña, con sus dos hermanos, y publicó a Fernando Benítez, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Octavio Paz, Roger Bartra y Leonora Carrington, entre otros muchos.

  Muy tempranamente nos ha dicho adiós el diseñador de moda andaluz David Delfín, cuyos desfiles destacaron por su carácter transgresor, algunos inspirados en las obras pictóricas de Magritte y en el cine del mismísimo Luis Buñuel. Pintaba y era un enamorado del séptimo arte, territorio en el que tuvo algunas apariciones, como en las películas ‘Todos a la cárcel’, ‘Todos los hombres sois iguales’ o ‘Julieta’. Y estuvo nominado a los premios Goya por la dirección artística del corto de Antonio Sanjuán ‘V.O.’ o el diseño de vestuario del largo de Pedro Almodóvar ‘Los amantes pasajeros’.

  Y un recuerdo póstumo para Pilar Laveaga, una mujer pionera en un mundo masculino, el del teatro independiente hecho en Aragón. Su Teatro de la Ribera, fundado en 1975 junto a los hermanos Anós, coincidió con un torbellino de compañías (El Grifo, Teatro Estable, La Mosca, Teatro del Alba, El Silbo Vulnerado, La Taguara, Tranvía Teatro, Nuevo Teatro de Aragón, Los Titiriteros de Binéfar, Teatro de Cámara) y dramaturgos (Dionisio Sánchez, Mariano Cariñena, Juan Antonio Hormigón, Santiago Meléndez, Luis Felipe Alegre, Pilar Delgado, Paco Ortega, Paco Paricio, Rafael Campos). Todos ellos, con mejor o peor fortuna, construyeron la historia profesional del teatro en Aragón. Riojana de nacimiento, la Laveaga -así la llamaban-  se encargaba de todo: actriz, directora, autora, productora, escenógrafa, diseñadora, promotora, organizadora… Y adaptó en sus montajes a Lorca, a Brecht, a Goldoni, a Lope de Vega, a Cervantes, a Calderón, a Rodrigo García, a Botho Strauss, a Lluisa Cunillé, a Yolanda Pallín… Intervino en cortos y documentales, y Gabi Orte le realizó varios audiovisuales para su trabajo. Tenía muy mala hostia, conquistó más de dos millones de espectadores en todo el mundo y ha muerto más sola que la una. Se cierra el telón para ella, sí, pero todo se renueva. Juan Ramón: “Y yo me iré / y se quedarán los pájaros / cantando”.

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