‘Bendita calamidad’, largometraje de Gaizka Urresti

158BenditaCalaP

Por Don Quiterio 

    Una película como ‘Bendita calamidad’ se puede reseñar de dos maneras. Una primera desde un punto de vista estrictamente cinematográfico, profesional, y otra en la perspectiva de la sentimentalidad.

   Pero los roces en los sentimientos, alabados sean, no son buenos consejeros. Alguien dijo que la edad madura es aquella en la que todavía se es joven, pero con mucho más esfuerzo. Un servidor, que ya dejó atrás la mitad de la carretera a la que le cantaba Jorge Drexler, no podría estar más de acuerdo. Es cierto que, como nos recordaba el trovador uruguayo, cada vez quedan más encrucijadas a nuestras espaldas. Ley de vida. Pero en nuestro fuero interno, y mientras el cuerpo aguante, aspiramos a creer que lo mejor está por llegar.

    Con Gaizka Urresti pasa algo parecido. Al fin y al cabo, ya forma parte del cine que ‘fabrica’ Aragón, aunque él sea vasco. Lo mismo ocurre con el periodista madrileño Miguel Mena, que ya es parte de esta tierra nuestra. Ser o no ser. Ambos, afincados en Zaragoza desde hace tiempo, han sido los artífices de ‘Bendita calamidad’: el primero como director –y productor, y guionista- de su primer largometraje de ficción, tras varios cortos o documentales (‘El último guion’, ‘Abstenerse agencias’, ‘La vida inesperada’, ‘Por qué escribo’, ‘El día más feliz’, ‘El trastero’), y el otro, por servir de base a la historia, el libro homónimo que ya escribió hace un par de décadas. Si bien mediana en cuanto a valores literarios, la novela tuvo una gran acogida comercial, con sus muchas ediciones de por medio. En 2010, con el cortometraje ‘Un dios que ya no ampara’, el realizador ya se había acercado al periodista.

    Miguel Mena apuesta en su original por el humor y la aventura, el misterio y la ternura, y narra un secuestro y una investigación periodística sobre la catedral de Tarazona, con un trasfondo de leyendas y los paisajes del Moncayo, en una trama donde aparecen otros protagonistas: dos individuos de la misma sangre que quieren doctorarse en maldad, dirigidos por un abogado muy acostumbrado a la ley de la calle, una periodista que no necesita un perro blanco para emular las pesquisas de Tintín y un eclesiástico que parece enseñado en las artimañas del crimen desveladas por el padre Brown. Si el homónimo del escritor madrileño no pasará a los anales literarios, maldita sea, la adaptación a la gran pantalla ejecutada por el vasco tampoco lo hará en los cinematográficos.

    Porque no es un filme propiamente dicho. Porque está rodado a la manera de los productos de la pequeña pantalla (Urresti, recuerden, ha producido programas de televisión como ‘Borradores’ o ‘Aragón en abierto’). Porque no hay dirección de actores (a Luis Varela no hace falta dirigirlo, que se dirige solo). Porque las imágenes de Pepe Añón son chatas, sin contraste. Pero la gente se ríe. La gente se ríe de los días de viejo color. La gente, fíjense, todavía ríe las gracias cazurras de un Paco Martínez Soria. La gente todavía ríe las ‘ozoradas’ de un Fernando Esteso. La gente ríe y pierde el norte. Y el sur y el este y el oeste. Y yo me río de Janeiro.

    La risa es contagiosa. La risa es liberadora. La risa es terapéutica. La risa, la sonrisa. Sobre la sonrisa se ceban los dentífricos. Sobre la risa, los tratadistas. No siempre hay una concatenación obligatoria entre humor y risa. Las cosquillas no tienen nada de gracioso. Las emociones fuertes que acaban en una explosión de risa, tampoco. El humor, además, posee un componente autóctono que favorece la identificación del público, planteamiento que aplica Urresti en ‘Bendita calamidad’ mediante guiños y detalles que apelan con cariño a la comedia de significado y acento aragonés.

    Pero el localismo chirría demasiado en su clave de cómic con ecos costumbristas, más allá de esas aventuras de dos atribulados hermanos en graves apuros económicos, con deudas por el bar que regentan y que el ayuntamiento acaba por clausurar. Ambos se adentran en el mundo del crimen con dudosa pericia e intentan, espoleados por un abogado sin escrúpulos, el secuestro exprés de un adinerado constructor durante la tradicional fiesta del Cipotegato de Tarazona, pero por error acaban llevándose al obispo del lugar. La policía piensa que quien ha cometido el secuestro es un grupo terrorista.

    Dice el cineasta bilbaíno, añada del 67, que “lo que hace que una obra sea buena o mala es si se cumple el pacto con el espectador y aquí lo que le prometemos son muchas risas”. No vale, porque Urresti no es un Borja Cobeaga, ni tampoco un ‘pagafantas’, ni posee, mecachis, el ingenio inusual para el diálogo del coguionista de los apellidos vascos, o catalanes, o gallegos. O su muy firme dirección de actores –de los principales a los secundarios-. O esa organización interna de cada secuencia y su comicidad bien entendida, lejos de tics televisivos y humor grotesco.

    El cine, lo sabe bien el vascoaragonés, es el mejor folleto publicitario de una ciudad. Cualquier película, por modesta que sea, y ‘Bendita calamidad’ lo es, puede llegar a cientos de miles o incluso de millones –ya puestos- de espectadores. Su exposición al público suele ser bastante duradera y los escenarios que muestran están relacionados con un componente sentimental asociado a un argumento, a un director o a los actores que aparecen. Gaizka Urresti, que de tonto no tiene un pelo, sabe a qué cartas jugar (marcadas o no), aunque a veces su camino sea errático y poco consistente, y lo hace sintiendo que le guardan las espaldas un montón de compañeros de viaje. Tranquiliza mucho.

    Dedicada al desaparecido Álex Angulo (fallecido a los pocos días de comenzado el rodaje), la película no difiere mucho de la novela original, aunque está simplificada en el desarrollo de los distintos personajes que en la pantalla incorporan el citado Varela más Nacho Rubio, Jorge Asín, Carlos Sobera, Carmen Barrantes, Juan Muñoz, Jorge Usón, Alfonso Palomares, Enrique Villén, Luis Rabanaque, Juan Anillo, Marisol Aznar o Gorka Aguinagalde. Junto a ellos, Carmen París canta el tema compuesto para la película, en colaboración con la banda sonora de Miguel Ángel Remiro. Y con sus trazos, el trabajo del dibujante Juanfer Briones revive un flashback histórico.

    Todo queda, a la postre, en una comedia blanca, baturra y desarrapada, adscrita a las reglas más primarias del género, recurriendo a tópicos o clichés mil veces vistos, sin aprovechar los apuntes más interesantes de la calaña de los personajes. Las referencias a un posible Berlanga, a ‘Atraco a las tres’ o a ‘Los Goonies’ se quedan en agua de borrajas. Un humor, para qué engañarnos, de rasgos autoparódicos en un inefable ramalazo de chabacanería. Y si las gamberradas de los protagonistas tienen al principio su gracia, pronto acaban cansando por culpa de un guion reiterativo, escrito con brocha gorda, que no nos lleva a ninguna parte.

    O tal vez sí. Porque la película es tan rápida, tan desmoronada, que ni siquiera ha tenido tiempo su director en darle una vueltecilla al libreto. Decididamente, Urresti no es Cobeaga. Y mientras la película se despeña, el espectador no para de reírse, mucho o poco, pues está llena de ocurrencias, de gags y de chistes de todos los colores. También es una especie de ‘road movie’ por tierras del Moncayo. Igualmente están los cameos (rostros de esta bendita comunidad y los propios de Mena y Urresti). Y la calamidad. Alabada sea.

Artículos relacionados :