Los estrenos en los cines: El gusto es mío (con perdón)

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Por Don Quiterio

    Después del parón veraniego, vuelvo a esta sección que reseña los estrenos en las salas cinematográficas de esta ciudad, llamada inmortal, siempre persiguiendo la belleza en cada recoveco, y aludo, con asumida resignación existencial, a estas palabras de Shakespeare: “Ahora empieza lo malo y lo peor queda atrás”.

    Para ponerles al día, pues, haré un recorrido por las películas de esta otoñal cartelera zaragozana, invadida, como la costumbre dicta, por comedias y dramas, ficciones científicas y terrores, animaciones y documentales. “Para mí”, decía Peres, “soñar es simplemente ser pragmático”. Pasen y vean, que el gusto es mío (con perdón).

    Me gustó ‘El congreso’, del israelita Ari Folman, brillante fábula sobre la ilusión y la realidad, que está narrada a mitad de camino entre la animación y la acción real. Me gustó la canadiense ‘Amigos de más’, de Michael Dowse, basada en una obra teatral de T.J. Dawe, una comedia romántica con personalidad, punzantes diálogos y brillante puesta en escena, pese a los lugares comunes del desenlace. Me gustó la española ‘El niño’, de Daniel Monzón, una película comercial pero eficaz, rodada con mano firme, al más puro estilo hollywoodiense, y con el mundo del narcotráfico como protagonista. Me gustó ‘Destino Marrakech’, de la alemana Caroline Link, un correcto melodrama de relaciones paterno-filiales, aunque su directora no puede evitar cierto exceso visual al fotografiar el exotismo del lugar. Me gustó ‘La isla mínima’, del español Alberto Rodríguez, un hipnótico, oscuro, triste y crepuscular thriller de acción de un seco naturalismo envuelto en unos parajes húmedos, hasta pegajosos, al modo de la indagación moral del Borau de ‘Furtivos’, aquí con dos policías expedientados que superan sus diferencias para poder enfrentarse a un salvaje asesino en una comunidad anclada en el pasado. Me gustó la estadounidense ‘La entrega’, de Michael Roskam, basada en un relato corto de Dennis Lehane, quien construye también el guión en torno a un camarero envuelto en una conspiración criminal, en la última aparición en pantalla del grande y gran James Gondolfini, un atmosférico thriller policiaco que sabe tensar los recovecos en zonas de lo cotidiano.

     También me gustó ‘Joe’, del británico David Gordon Green, un detallista y áspero drama rural de amistad y redención, entre un expresidiario de mal carácter y un joven que sufre el maltrato de su padre alcohólico, en el más profundo sur de los Estados Unidos, según la novela de Larry Brown. Y la francesa ‘Antes del frío invierno’, de PhilippeClaudel, un drama silencioso en torno a un matrimonio que atraviesa una crisis bajo la fingida felicidad burguesa que ambos derrochan. Y ‘Les doy un año’, del inglés Dan Mazer, una agridulce comedia con abundantes gotas de mala uva. Y la británica ‘El hombre más buscado’, de AntonCorbijn, una muy estimable adaptación de una novela de John le Carré, que lleva a la pantalla la paranoia posterior al atentado del 11-S, último trabajo terminado del malogrado Philip Seymour Hoffman. Y también me gustó, aunque con reservas, ‘La danza de la realidad’, del chileno Alejandro Jodorowsky, un abrumador ejercicio de autobiografía mágica e imaginaria en la que su director intenta reconciliarse con su pasado y juega con la realidad y la fantasía en los episodios de su infancia, entre lo grotesco y lo poético, entre la desmesura y la seducción, con el rumor felliniano siempre de fondo.

     No me gustó ni me alegró el día el Eastwood de ‘Jersey boys’, una inane adaptación del montaje que puso sobre los escenarios de Broadway la historia de los FourSeasons, con un epílogo de prótesis y pelucas baratas capaz de arrancar una sonrisa irónica al espectador más circunspecto y hostil. No me gustó la norteamericana ‘En el ojo de la tormenta’, de Steven Quayle, una catastrófica película de catástrofes con tornados devastadores y mensaje final patriótico de cerrar filas contra las catástrofes, a las que se les puede vencer con la unión de todos. No me gustó ‘Lucy’, del francés LucBesson, un pretencioso y a todas luces irritante thriller fantástico sobre una joven que es obligada a ejercer de mula de drogas escondidas en su estómago. No me gustó la estadounidense ‘Hércules’, de BrettRatner, un entretenido pero inocuo homenaje al ‘peplum’ de este fornido héroe según la novela gráfica de Steve Moore y Admira Wijaya. No me gustó la norteamericana ‘Líbranos del mal’, de Scott Derrickson, un soporífero terror entre lo paranormal y la intriga policiaca que emplea sustos de patio de colegio. No me gustó ‘Un viaje de diez metros’, del sueco LasseHallström, según la novela de Richard Morais, una previsible comedia dramática que fluctúa entre los placeres culinarios y el contraste de culturas, todo ello aderezado con excesivas dosis amorosas para endulzar el plato final de esa cocinera francesa que tiene que hacer frente a la llegada de un restaurante indio con toda su irresistible gama de sabores.

     Tampoco me gustó ‘El corredor del laberinto’, del estadounidense WesBall, una efectista y comercial relectura de ‘El año de las moscas’ despojada de contexto sociopolítico y con la sensación del ‘déjàvu’, según la novela juvenil de James Dashner en torno a mundos posapocalípticos, que más bien parece el episodio piloto de una serie. Ni ‘Yves Saint Laurent’, de Jalil Lespert, un académico y tedioso recorrido por la vida de este diseñador, sus inicios, sus relaciones sentimentales, sus triunfos en las pasarelas, que el cine francés trata a la par en otro filme de Bertrand Bonello, más oscuro y heterodoxo. Ni ‘El amor no es lo que era’, del debutante Gabriel Ochoa, una floja comedia española de cómo se afronta este sentimiento en diferentes etapas de la vida. Ni ‘Si decido quedarme’, de R.J. Cutler, un empalagoso melodrama sobre la relación de una joven con sus padres roqueros, su dedicación al violonchelo y su amor por un bobalicón muchacho. Ni ‘La gran seducción’, del canadiense Don McKellor, un remake del filme homónimo realizado once años atrás por Jean-François Pouliot, una comedia social pobre de ideas e incluso estereotipada, protagonizada por un joven médico al que se engaña de diversos medios para que se instale en un pueblecito, en su bien intencionada pero blanda y tediosa apología de los valores tradicionales. Ni tampoco me gustó ‘Así en la tierra como en el cielo’, de John Erick Dowdle, un pobre thriller con ribetes de terror sobrenatural rodado cámara en mano por las laberínticas catacumbas parisinas, donde reposan millones de huesos humanos, sin saber sus jóvenes protagonistas que en ese lugar habita el mal… cine.

    Me gustó, me sedujo y me encandiló la arriesgada y excepcional película norteamericana ‘Boyhood’, de Richard Linklater, una reflexión sin precedentes sobre el paso del tiempo, de su transcurso, el modo en que opera sobre nosotros y nos va haciendo biografía a través de casualidades, encuentros y desencuentros, en la que su autor pasea la cámara al igual que Stendhal pretendía colocar un espejo en medio del bulevar. Todo cineasta, todo artista y toda obra de arte es sensible al concepto de tiempo y a su paso, pero pocos como Linklater han hecho de él, tan a las claras, el leimotiv de su obra. Esta sucesión de ‘momentos de una vida’, como reza el subtítulo español, se centra en la aleatoriedad del instante, en el paso de un tiempo no entendido como fuerza de erosión, sino como espacio para la construcción de una identidad, sin llorona nostalgia. Y pienso en la pregunta con que abría sus aventuras HuckleberryFinn, a quien tanto me recuerda el personaje principal: “¿Seré el protagonista de mi propia vida?”.

      A propósito del cine norteamericano –y, por extensión, del cine en general-, quiero decir algo para terminar estas líneas. Dicen que está pasando la peor época de su historia, pero resulta que hay un grupo de directores, cada uno con su estilo y su personalidad, de lo más interesante, gente muy culta, muy leída y con un gran conocimiento del cine clásico, sin dejar de ser modernos. Vean, si no: el propio Richard Linklater, SpikeJonze, James Gray, Wes Anderson, Paul Thomas Anderson, Alexander Payne, Sofia Coppola, DarrenAronofsky, Tom Tykwer, Quentin Tarantino, ToddHaynes, David Fincher, James Mangold, Steven Soderbergh, ToddSolondz y, como vulgarmente se dice, un largo etcétera. Como los directores de esas películas que me han gustado arriba mencionadas. ¿Por qué decimos, pues, que el cine norteamericano actual –y, por extensión, el cine en general- está pasando la peor época de su historia? ¿Estamos tontos o qué?

     Como ven, termino ya, uno sigue percibiendo belleza en cada recoveco. Y, con asumida resignación existencial, aludo a las ya conocidas palabras de Shakespeare, conformada expresión del inevitable azar que rige todo lo humano: “Ahora empieza lo malo y lo peor queda atrás”.

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