Solo se vive una vez (10)

PsoloseviveP
Por Don Quiterio

La muerte de los mitos tiene el pronto jodido de regresar los recuerdos. Acaso por eso también se justifican, porque detienen aquella otra parte de la vida que un día se piró pero queda flotando en ellos: legendaria, como un sueño de fuego que aún nos llena los zapatos.

La muerte, en fin, sucede. Sin más. Bien lo sabe el poeta: “Y por debajo de todo, un anhelo de olvido: / a pesar de las astutas tensiones del calendario, / el seguro de vida, los programados ritos de fertilidad, / la costosa aversión de los ojos a la muerte; / por debajo de todo, un anhelo de olvido”.

La zaragozana Carmen de Lirio –nombre artístico sacado de una canción de Concha Piquer, de nacimiento Carmen Forns Aznar- fue la reina del ‘musichall’ de las décadas de 1950 y 1960, y encabezó espectáculos de variedades, sobre todo en el Paralelo de Barcelona, cuando la avenida quería recuperar su esplendor tras la guerra. De familia jotera –su hermano Mariano era un reconocido jotero-, esta vedete, cantante y actriz se volcó en el teatro y el cine, además de varias series de televisión (‘La huella del crimen’, ‘Las pícaras’).

Trabajó, entre otros,a las órdenes de Ignacio Ferré Iquino (‘La pecadora’, ‘Secretaria para todo’, ‘Aborto criminal’), José Luis Gamboa (‘Honorables sinvergüenzas’), Rafael Salvia (‘Festival en Benidorm’), Carlos Arévalo (‘Los dos rivales’), José Antonio de la Loma (‘Yo, el vaquilla’, ‘Razzia’, ‘Tres días de libertad’), José Ramón Larraz (‘Polvos mágicos’), Mariano Ozores (‘Operación Mata Hari’), Edgar Neville (‘La ironía del dinero’), Javier Aguirre (‘Carne apaleada’), Fernando Fernán-Gómez (‘La vida alrededor’), Claudio Guerín (‘La casa de las palomas’), Jesús Franco (‘Justine’), Vicente Aranda (‘Clara es el precio’), Jordi Grau (‘La trastienda’), Luis María Delgado (‘Cuando el cuerno suena’, ‘Los hijos de…’), Carlos Puerto (‘El francotirador’), Antonio Ribas (‘Los salvajes en Puente San Gil’, ‘Medias y calcetines’), José Luis Cuerda (‘Amanece, que no es poco’), Isabel Coixet (‘Demasiado viejo para morir joven’) o Ignacio Pérez Ferré (‘Un submarino en el mantel’).

En realidad, no se sintió especialmente orgullosa de su filmografía, de la que apenas salvaría cuatro títulos de la cincuentena que hizo. En ‘La paz empieza nunca’, un ambiguo y atmosférico filme de propaganda dirigido en 1960 por León Klimowsky, la zaragozana comparte reparto con otro zaragozano, Fernando Sancho. También con este y con el también zaragozano Antonio Garisa comparte reparto en ‘Las alegres chicas de Colsada’ (Rafael Gil, 1983). Pareja artística del humorista Miguel Gila (él contaba chistes y ella cantaba y bailaba) y gran amiga de Lita Claver ‘La Maña’ (ambas trabajaron en los teatros del Oasis y el Argensola), Carmen de Lirio fue asidua a la sala Pigalle de Zaragoza, en la calle Isaac Peral, posteriormente regentó en esta ciudad el café teatro Salam’s, que funcionó con éxito en el paseo de la Independencia, y llegó a poseer en Madrid el Lady Pepa.

La rumba catalana se queda huérfana en dos compases –que sí, que no- con la desaparición de Peret, nombre artístico de Pedro Pubill, creador de la mezcla desenfadada de ritmos gitanos y pop. Su rumba rezuma alegría, cachondeo, onomatopeya. El ritmo se siente especialmente bien acompañado de sonidos sin sentido pero métricamente muy agradecidos, pegadizos en su simpleza fonética. La rumba, después de Peret, solo puede ser de Peret. La rumba es el palo ligero del flamenco, esa música de los que no saben solfeo, y Peret la barceloneó hasta convertirla en el baile catalán de Barcelona, muy por encima de la sosa sardana. Ya lo decía Nietzsche en ‘Más allá del bien y del mal’: “La madurez del hombre adulto significa haber reencontrado la seriedad que de niño tenía al jugar”.

Le conocí en una nutrida y divertida cena, con todos mis gitanos favoritos, de la mano de José Luis Cortés y Luis Calvo, en el festival Pirineos Sur de 2011, donde acompañó en el escenario al grupo ‘Ojos de brujo’, durante su concierto de despedida como banda. Recuerdo ese día perfectamente, antes de la cena, a unos metros suyos. Peret estaba sentado con la guitarra en los muslos. Estaba serio, el ceño fruncido, la espalda recta, mirando arriba, hacia el cielo. Calentaba los dedos en las cuerdas, con una melodía reconocible. Un par de minutos después salió al escenario, a solas, solo con la guitarra. Se sentó y sonrió. Se hizo el silencio, el silencio de Peret, y empezó el espectáculo, el espectáculo de Peret. Ya no fumaba, pero el humo, como al Fary, ya se lo había llevado. Pero nunca desaparecerá esa imagen suya con sus patillas, las campanas de sus pantalones, los palmeros, la guitarra saltimbanqui, el tururú o sus guarachas y sus mambos. Como tampoco las sesiones vespertinas de cine familiar, con películas de baja calidad como ‘Amor a todo gas’ (Ramón Torrado, 1969), su debut cinematográfico al lado del zaragozano Fernando Sancho, o ‘¡Qué cosas tiene el amor!’ (Germán Lorente, 1970), con fotografía del zaragozano Raúl Artigot.Su primera aparición en la pantalla la hizo a los veintisiete años como tocaor en ‘Los Tarantos’ (Francisco Rovira Beleta, 1963), una reinterpretación del ‘Romeo y Julieta’shakesperiano según la obra del ainzonero Alfredo Mañas, en la que compartía planos con genios ya consagrados como su paisana Carmen Amaya o Antonio Gades.¿Qué hacía mejor, cantar o tocar la guitarra? En cualquier caso, Peret, que un día vio la muerte de cerca comiendo palomitas, se habría reído al comprobar que se iba a Filadelfia con los acordes periodísticos de ‘El muerto vivo’. Aunque no estaba de parranda.

A quien sí le gustaba mucho la parranda era al polifacético empresario -que también nos ha dicho adiós- Arturo Beltrán, muy vinculado al mundo de los toros y artífice de la cubierta de la plaza zaragozana, el primer coso taurino que se cubre en España. Fue, entre otras muchas iniciativas, concejal en Utebo –su lugar de nacimiento- durante dos legislaturas y propietario de la productora Vídeo Cuarzo, esa empresa audiovisual en la que tuvo gran presencia el ‘oregonés’ Félix Zapatero, además de aparecer en unos cuantos documentales de temática variada. Pero, sobre todo, será recordado cuando en 2002 ofreció un puesto de trabajo en una de sus múltiples empresas al ex director general de la guardia civil, Luis Roldán, aunque el consejo de administración se opuso a esta decisión, con las correspondientes disputas internas. Su amigo Fernando Fernández Román destaca del empresario desaparecido “sus cenáculos en el sótano de la plaza Aragón, donde se mezclaban, en explosiva patulea, toreros, artistas joteros y flamencos con políticos de todos los colores, su porte de galán maduro a lo Richard Gere y su medialengua atropellada, que tanto nos hacía reír”.

Con la muerte de Manuel Pertegaz, turolense de Olba (Teruel), desaparece una de las figuras de la moda española, un pionero que triunfó con sus creaciones en el mundo de la alta costura (obtuvo el óscar de la costura en la universidad de Harvard) y en el firmamento de las grandes estrellas cinematográficas, vistiendo a grandes actrices, de Ava Gardner a Marisa Berenson, de LiliamGish a Deborah Kerr, de Paulette Goddard a Audrey Hepburn. Una de las especialidades del modisto fueron los vestidos nupciales, como el de la reina Letizia. O el de Carmen Sevilla, que vistió un ‘pertegaz’ en su boda en la basílica del Pilar de Zaragoza con el compositor Augusto Algueró. Su figura acaparó muchísimos minutos del noticiario No-Do, esos reportajes que se incluían antes de las películas en los cines de la España franquista. “La elegancia”, afirmaba el aragonés, “debe ser natural, pues lo contrario puede ser insolencia”. El documental ‘Pertegaz, el hombre que vistió a los cisnes’ (2014), realizado con delicadeza y gusto por Gemma Soriano, refleja toda su vida profesional. Y a esta película le dedicamos un aparte en esta sección pollera.

“Sé dónde quiero ir, pero no cuándo llegaré”, dijo en una ocasión Álex Angulo, popular actor de teatro, cine y televisión. Y si para Angulo el camino era lo más importante, ahora se ha quedado en él, muerto en la carretera que une La Rioja con Zaragoza, cuando viajaba para seguir rodando en Tarazona la película del vasco –y afincado en Zaragoza- GaizkaUrresti ‘Bendita calamidad’, basada en la novela homónima del periodista madrileño –y también afincado en Zaragoza- Miguel Mena, en el papel de un protestón obispo turiasonense secuestrado, a bordo de una moto sidecar, por dos hermanos, delincuentes aficionados (interpretados por los aragoneses Jorge Asín y Nacho Rubio). Curiosamente, estas escenas previas se rodaron en un cementerio. Una desafortunada coincidencia porque, en realidad, los dos secuestradores buscaban a otro tipo. La muerte también debía buscar a otro.

Menudo y de gestos nerviosos, siempre con una sonrisa, una suerte de cruce entre Woody Allen y José Luis López Vázquez, entre la ternura, el despiste y la causticidad, este vizcaíno de Erandio, finalmente sustituido en el filme de Urresti por el actor madrileño Luis Varela, atraviesa los currículos de varias generaciones de directores españoles, en un registro tragicómico envolvente. Los Uribe, Urbizu, Almodóvar, Arandia, Martínez Lázaro, Colomo, Vega, De la Iglesia, Bollaín, Cuerda, Fernández Armero, Aibar, González Molina, Merchán, Delgado, Barea, Mañá, Santos o García Sánchez dan fe de sus virtudes humanas e interpretativas.

Entre sus últimos trabajos destacan ‘De tu ventana a la mía’, de la zaragozana Paula Ortiz (con quien también trabajó en su corto ‘El hueco de Tristán Boj’); ‘Refugios’, del también zaragozano Alejandro Cortés, filme en el que intervienen los aragoneses Raúl Sanz, Salomé Jiménez, Nacho Rubio, Luisa Gabasa, Gabriel Latorre o Chema Mazo; ‘A escondidas’, del vasco Mikel Rueda (sobrino de Jesús Rueda, durante muchos años colaborador de ‘Heraldo de Aragón’ en la sección de los pasatiempos), como bedel de un centro juvenil de acogida; y ‘Justi&Cía’, del zaragozano Ignacio Estaregui.

Estaregui, a la postre, se erige en el último director con el que trabajó Álex Angulo. Valgan sus palabras como despedida: “Antes de conocerle ya me advirtieron que Álex era un gran tío, una persona muy cercana. Yo estaba prácticamente temblando porque, como tantos otros de mi generación, lo tenía en un pedestal desde que lo vi vestido del cura pegando tiros en ‘El día de la bestia’, de Álex de la Iglesia. Efectivamente, tardé muy poco tiempo en darme cuenta de lo agradable que era y del trato tan cercano que dispensaba. La nuestra era, y es, una película pequeña, independiente, hecha completamente fuera del sistema, así que no sabía cómo reaccionaría cuando le propusiera participar en ella. Lo entendió desde el primer momento. Él era uno más en el rodaje y, de hecho, más de un día se puso manos a la obra si intuía que el equipo que había detrás de las cámaras era inexperto y la cosa se podía ir a pique. Se echaba todo el trabajo a la espalda si hacía falta. Todavía no consigue creer que la nuestra vaya a ser la última película en la que trabaje Álex Angulo. Pensarlo, ahora mismo, me llena de una tristeza infinita. Sin embargo, también sé que quienes hemos tenido la enorme suerte de haberlo conocido podemos estar tremendamente agradecidos por haber podido vivir algunas de nuestras experiencias, tanto cinematográficas como vitales, junto a una persona tan grande. Porque sí, Álex Angulo era muy, muy grande. Tan grande como dicen”.

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