Por Ana Puyol Loscertales
Coordinadora de Arte del Pollo Urbano
La fábrica madrileña filial de la firma de automoción turinesa es el elemento aleatorio de esta vieja emboscada, versión tan actual como pestilente de los corrillos de alcahuetas de ayer y…
…siempre, los tribunales inquisidores y círculos censores, las plazas de toros, los circos romanos y los ajusticiamientos públicos ejemplificadores; escenarios, todos ellos, donde se ha ejercido el escarnio, jaleado y vapuleado la vulnerabilidad previamente trabajada desde la voluntad caprichosa -o no- de acoso y en última (primera) instancia, derribo, de una víctima cuidadosamente escogida… escogida por psicópatas, déspotas, gurús, por una pandilla cutre o por los empleados y empleadas de una fábrica random. Lo pavoroso es que estas categorías pueden equipararse allá donde el abuso de poder por ínfimo, por estrecho que sea, se extiende y ejecuta.
Siempre me ha parecido aterradora la propagación de esta especie de pandemias del odio alimentadas por personas aparentemente normales, que manejan el ensañamiento hiriente con el compadreo más repulsivo, castigan a quien brilla, se expresa libremente, comete el error de ser espontáneo o, simplemente, disfruta de su cuerpo en sus más variadas formas. Porque ése parece ser uno de los quid de la cuestión en esta historia, el sexo, la controversia que rodea la práctica del goce físico a ojos del otro, del que observa y desea desde una condición voyeurista, cuando no vicarial… desea a la par que juzga y condena… Todavía, el punto de inflexión lo marca la latencia de un elemento que convierte un mismo episodio en victoria y en tragedia potenciales: la revelación de un secreto en un momento inadecuado que distingue, asimismo, a la figura poderosa de la que queda esclava, a merced de la vergüenza colectiva… y así se desata la bacanal escópica, celebrando el poder miserable de dinamitar la felicidad y posibilidades de la persona acosada… y así se programa su hundimiento. Suicidio.
En la época presente, estas dinámicas demenciales se alimentan de la obsesión elevada a pulsión del lifelogging, vivir para registrar, lo no registrado es lo no experienciado, acumular imágenes, secuencias, vaciadas de contenido en su propio exceso y divulgadas, reveladas, sobre-expuestas hasta el empacho, que anuncian, desvelan, revelan y exhiben lo vivido como fragmentos escogidos, embellecidos, magnificados, filtrados. La alusión a lo vivido se expresa en una forma peculiar, claro, pues la experimentación de las cosas está mediatizada por un dispositivo que determina y limita el encuadre de lo percibido -cerrándose a la infinitud fuera de su marco-, amplificando la brecha que separa al vidente de las distintas categorías que colman lo real. Alicia dentro del espejo… En contraste, pienso en lo improbable que resultaría someter al juicio de cualquier ágora de tres al cuarto esos álbumes de fotos privadas analógicas, esos fragmentos de vida íntimos, personales, cuyo índice y conexión con la realidad es infinitamente más intenso -a pesar de poseer una menor inmediatez, en muchos casos-, siendo más verdaderos que cualquier secuencia compartida en redes sociales, abierta al refrendo de los followers, los que aprueban clicando, adoran o ignoran. Signos y símbolos codificados que penetran y enturbian la intimidad, la adulteran; es complejo digerir el maremágnum de imágenes que circulan a ciegas por los canales virtuales abastecidos vorazmente por los protagonistas de sus propias historias y asimilar el rumbo incierto de las mismas; es más complejo aún determinar el proceso de apropiación que hacemos de ellas, dando pie a violar, impunemente además, las vidas secretas, ese cado que todos tenemos, queremos proteger y reconocemos como nuestro. Quizá la explicación esté conectada con ese juego de poderes incansablemente alimentado por una técnica cuyo juego de evolución (involución) hace de ella un ente desbocado, progresivamente más autónomo, capaz de concitar millones de miradas mediante una atención raptada.
Como resultado de la confluencia de estos procesos, lo que es ‘de puertas adentro’ adquiere una dimensión nueva, extraña… ¡alienada, que diría ‘aquél’! y los límites se diluyen en la espesura de los momentos escogidos, regalados a valoraciones arbitrarias. La desprotección se paga cara en una historia donde el vídeo de la expareja, consentido por ambos, ubicado en un tiempo y circunstancias distintos que disipan su esencia, incluso la de los protagonistas, fue el único elemento transparente. Al hilo, en su breve ensayo L’Obscenité et la loi de réflexion (¡1953!), Henry Miller, se preguntaba algo así (traduzco): «¿Qué es entonces lo obsceno?. Todo el edificio que articula la vida tal y como la conocemos hoy.»