Por Daniel Arana
Hace poco me decía un filósofo y escritor que la palabra populismo no significaba nada. O mejor dicho que, puestos a atribuirle significación, sería “aquello que hace el político y que consistiría en prometer cosas que no va a cumplir”. Sacra conversatione: tenemos entonces el país plagado de populistas.
Cada vez que uno de nuestros políticos, tan honestos y letrados –obsérvese la ironía en los adjetivos- abre la boca, la fragilidad de los cimientos en los que hemos basado esta democracia se hace más notoria. Al final hay quien llega a desconfiar del Estado y así empieza el peligro.
Nos invade la catástrofe que conlleva abandonar los senderos de la lógica y la inteligencia o lo que es peor, convierte a éstas en algo inmanente. Nos desasimos de ellas y el triunfo siempre es de los afanosos inquilinos del escaño (a los diputados y senadores, súmenle ustedes alcaldes, consejeros, presidentes autonómicos, asesores… y un largo etcétera). Terminamos trabajando para ellos y no al revés, que sería el fin último de la política.
Prueben, les emplazo, a conectar esas máquinas llamadas televisores cuando se retransmite un debate –o así- parlamentario. Ah, ¡qué poderío! ¡Qué disfrute viendo a aquellos histriones comediantes representar papeles mal escritos y que jamás llegan a creerse! Por no hablar de quien trae el refranero más castizo para ataviar su farsa o aquel que se permite la utilización de palabras malsonantes en pos de vaya usted a saber qué objetivos.
Son populistas, en efecto, nada menos que trescientos cincuenta populistas conspirando. Vistos, además, los resultados electorales, es evidente que disfrutan dominando al público de entrada, como el experimentado animador que alguna vez fuese a provincias.
Lástima que la economía, la educación y la sanidad no sean precisamente tópicos literarios con los que travesear. Malaventurado pues el que no aprenda pronto los rudimentos de la profesión, ya que será mirado con profundo desconcierto por el resto. Aquel mirará y no verá sino una masa innominada, sin diferenciar individualmente. Infausto agobio padecerá durante ese lapso de tiempo –y que tan caro nos sale a los ciudadanos- en el que representa el libreto que otros han escrito para él.
Son populistas, sí. Es que ya no existe forma distinta de hacer política, verán ustedes. ¿Para qué la transparencia interior si se puede hacer gala de la –frecuente, y mucho más sencilla- opacidad exterior? ¿Para qué gobernar o hacer oposición en y desde el raciocinio, si puede hacerse desde la destrucción de la personalidad y la razón?
Como el incesante tintineo de un télex, van deshojando, día a día, los pétalos de promesas que jamás cumplirán: la lucha contra las desigualdades, la batalla contra la corrupción rampante (por cierto, el mayor enemigo de la democracia), la mejora salarial de quien menos tiene y no de aquel al que le pasan de la raya los millones…
Son populistas, está claro, no fuese a ser que, entre las páginas de esa prosa inane que hoy se llama política, encontrásemos un buen símil. Entonces saltaría la sospecha del plagio. Así, es mejor dejarlo todo como está, enfangado en las miserias de uno u otro gobierno, sin visos de cambio y con falsas ofrendas que en el fondo jamás fueron ciertas.
A pesar de esos armazones de borrosa masa verbal, lo que hay son pocas ideas en el mejor de los casos o directamente ninguna. Éste es un país empobrecido por la dictadura del capital y los negocios de quienes gobiernan, han gobernado y gobernarán. Un país sin épica ni música, sin pasado ni futuro. Acaso con un presente malbaratado, que la desidia del tiempo y de nuestros representantes –en gobierno y en oposición, si es que no son lo mismo- trabajan para multiplicar en la más insensata obscuridad.
Dado que esta es la fuerza de los lemas populistas de todos ellos y tal como parece, se trata de juguetear a un lado y otro del espectro político con los derechos, las carteras y la inteligencia del ciudadano –vote lo que vote, incluso si no vota-, descuiden: a mí que, como a Séneca, me embargan deseos de virtud y lucidez, me encontrarán siempre enfrente.
P.S.: Mientras repaso estas líneas, antiguos cargos públicos son detenidos por corrupción en España, en un escándalo que salpicaría incluso al propio gobierno y leo que se disputarán la segunda vuelta en Francia la extrema derecha y los totalitarios neoliberales.
¿Qué les decía?