Ni Franco se atrevió / Guillermo Fatás

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Por Guillermo Fatás.
Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza
Asesor editorial del Heraldo de Aragón
(Publicado en Heraldo de Aragón)

    El presidente del PNV, Andoni Ortuzar, se disfraza en carnavales de Obelix y, para que se conozca su bravura, da collejas a unos soldados romanos de pega: son sosias de guardias civiles.

    Este hombre acaba de soltar un aviso solemne: “Ni Franco se atrevió a tocar el concierto” vasco, así que mucho menos se lo va a consentir a Rajoy o a algún otro como él. “Es el último punto de soldadura con España”, remata. Tremendo.

    Ortuzar no está bien informado, aunque sea periodista. Franco tocó el concierto, y no de chistu precisamente, nada más tomar Bilbao en 1937. Lo tocó tanto, que suprimió este privilegio de cuajo en Vizcaya y en Guipúzcoa, por oponérsele en la guerra civil.

    Hace años me costó convencer a unos estudiosos suecos de que los vascos y los navarros no pagaban impuestos a la Hacienda española (eso es el “concierto”), sino a sus instituciones propias, las cuales pactaban luego con el Gobierno central su aportación (“cupo”) al erario nacional.

La ley fiscal de Navarra

    Tras la I Guerra Carlista (1833-1840), un manchego, Baldomero Espartero, firmó la “Ley Paccionada” entre Navarra y el Gobierno central (1841). Navarra, entre otras cosas, recaudaría a su modo los impuestos y abonaría un cupo anual a la Hacienda española como pago de los servicios comunes. En 1982, fue sustituida por la Ley de Reintegración y Amejoramiento del Régimen Foral de Navarra, que equivale a un estatuto de autonomía y conserva la Hacienda foral autónoma.

    En la Comunidad Vasca no es muy diferente la cosa. En la III Guerra (1872-1876), los carlistas lucharon sucesivamente con la efímera monarquía de Amadeo I de Saboya, con la fugaz República y, en fin, contra el joven Alfonso XII. El cual abrió en 1874 la época de la Restauración (la de los Borbón, tras la expulsión de Isabel II en 1868)

La ley fiscal de los vascos

     En 1878, un andaluz, Antonio Cánovas, ideó el “concierto” fiscal vasco. Las Haciendas de las provincias vascongadas lograban, como Navarra, una autonomía completa: decidir qué impuestos cobrar, a quiénes, dónde, cómo y cuándo. Cada hacienda provincial hacía luego un pago anual (“cupo”) a los servicios generales del Estado. La cuantía de este cupo se revisaba de tanto en tanto.

Muerte del “Cerdo español”

    Franco, tras la guerra civil, mantuvo este sistema en Álava y Navarra y lo suprimió, por lo dicho, en Vizcaya y Guipúzcoa. El dictador no actuó, pues, contra el sistema en sí: Navarra y Álava han vivido sin interrupción su autogobierno desde hace 174 y 137 años, respectivamente. La España autonómica reintegró el concierto a Vizcaya y Guipúzcoa. Se ha actualizado por ley en 2014, tras negociarse con la Comisión Mixta del Concierto Económico, órgano que establece los ajustes.

    En esencia, pues, nada ha variado desde Cánovas y su fórmula de concordia, que modernizó un rasgo descollante del autogobierno vasco. En el verano de 1897, con 69 años de edad, el político malagueño fue asesinado, de dos disparos a bocajarro, en un balneario vasco por el anarquista italiano Michele Angiolillo, vengador de las brutales torturas infligidas por la policía a ciertos anarquistas de Barcelona, fusilados por poner una bomba que causó seis muertos y cuarenta heridos.

    Un periódico vasquista se condolió del hecho y Sabino Arana, el cerril fundador del PNV,se lo reprochó, razonando que, al ser toda muerte voluntad divina, debía recordarse “que  en la Doctrina Cristiana se enseña que es virtud el conformarse con la voluntad de Dios y que los Ángeles y los Santos no solo se conforman, sino que se alegran siempre por su cumplimiento”. Dejaba claro, pues, que la alegría era el sentimiento que debía inspirar el magnicidio a los buenos cristianos vascos y patriotas. Su hermano mayor, Luis, aún más integrista y feroz, escribió esto a un amigo, el mismo día del asesinato:”Acabamos de saber la fausta nueva de la muerte del Cerdo español (…) ¡Alegría nacional!”. O sea, que ETA podría tenerlo por patrono.

    Conociendo estos antecedentes, queda uno boquiabierto al oír al actual presidente del PNV lo que reproduje al inicio: que el concierto fiscal vasco es “el último punto de soldadura entre España y Euskadi”, reduciendo a eso una tupida historia común de siglos que está en pleno curso; y asegurar, con tanta jactancia como ignorancia, que “ni Franco se atrevió a quitar el concierto”.

    Cuando el “cerdo” Cánovas salvó el fuero vasco en 1878, Arana tenía 13 años, 16 su atroz hermano Luis y el PNV no existía, pues se fundó en 1895. O sea que el concierto no fue cosa de nacionalistas. Y, cuando los hubo, consideraban una especie de traición de fementidos lo que hoy proclama Ortuzar como sagrado.

   Todo el mundo cuenta historias con maquillaje, pero el modo sabiniano es demasiado sui géneris. Así y todo, hay quien lo cree.

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