¡El Horror! / Manuel Medrano

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Por Manuel Medrano

    Camino del corazón de las tinieblas, entre barbaridades con escasa ideología y creencias religiosas pero muchos intereses económicos detrás, en momentos en los que, como es nuestra tradición humana, la sangre no vale nada (se reproduce) pero el oro lo es todo, entiendo muy bien al Coronel Kurtz.    No se trata de locura, se trata de elegir entre una cordura basada en parámetros independientes de percepción de la realidad o tragarte la propaganda oficial cruda y sin salsa. El coronel que interpreta magníficamente Marlon Brando en la magistral película «Apocalipsis ahora» (me encanta la versión Redux) de Francis Ford Coppola, es un ser transido por la belleza del desencanto, el hastío, la comprensión última, que opta por construir su mundo propio, brutal pero sin dobles caras ni intenciones. Está más allá del bien y del mal, tal y como se venden ambos conceptos enlatados desde el aparato de destrucción masiva de la opinión objetiva que genera el poder.

   En el fondo, el Teniente Coronel Kilgore que interpreta Robert Duvall está sólo a un paso de alcanzar la «lucidez» de Kurtz, aunque quizá se lo impide el hecho de que considere la guerra como algo lúdico y haga su trabajo de una forma muy «funcionarial», como un desempeño laboral en el que consigue los objetivos marcados por la superioridad, sin analizar nada más. Las pausas para practicar el surf, no van más allá de lo que supondría la hora del café o el ratito de salir a fumar que podemos ver en una oficina. Para él, claro.

   ¡El Horror!, sí, hoy y aquí. El del terrorismo. El de las polémicas viciadas hasta el tuétano por los intereses petrolíferos, el mercado internacional de armamento, el control de recursos mineros, la influencia en el avispero del Próximo Oriente (que ya era un territorio generador de inestabilidad en tiempos de los faraones), el ruido electoral convertido en interferencia letal para el pensamiento, etc. De todo esto saldrán coroneles Kurtz y, quizá, y eso sería lo más peligroso, estarán servidos por tenientes coroneles Kilgore. Y no me refiero tanto a las acciones bélicas como a las derivas políticas.

   Mientras tanto, en España, se despliega la campaña de las elecciones nacionales (a la vez que en Cataluña sigue el barullo), y todo se polariza en ese sentido. Hasta ahí, todo normal, no crean que esto es un alegato antisistema (ni tampoco prosistema, siempre podemos mejorar). Cada cual moviliza lo que puede, a los colectivos y personas que se vinculan a su proyecto o que esperan obtener beneficios por ello, y el ciudadano empieza a rogar, a los Dioses o a las Fuerzas de la Naturaleza, para que de todo ello salga algo que mejore su situación. Mejorar desde donde está situado ahora y, si no tiene situación aceptable, que se generen condiciones que le permitan conseguirla.

   Pues nada, con un ojo puesto en Oriente, y otro en que no te vuelen o tiroteen en tu propio barrio, aquí seguimos, observando la campaña que se nos avecina poderosamente (esperemos que no a los sones de la «Cabalgata de las valkirias», aunque musicalmente me agrada mucho) cual tormenta de verano y, especialmente, el momento de la verdad: quién y cómo regirá los destinos de España a partir de enero. Y quiénes nos representarán (vuelvo a insistir en la importancia de las personas). Y, sobre todo, qué harán en concreto de lo que hay en su programa, máxime cuando nadie podrá ejecutar lo programáticamente prometido de forma pura, puesto que los pactos postelectorales obligarán a cesiones, transacciones y recombinaciones. Eso sí, por favor, que no lleven a componendas, ¡eso sería horroroso!

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