¡Échame otra campaña a la andorga! / Manuel Medrano

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Por Manuel Medrano

     Hay que ser responsable de tus acciones. Tanto si estás en política como si desempeñas cualquier actividad en la sociedad civil, el funcionariado o donde sea. Es decir: si engañas a Hacienda, te puede castigar durante una serie de años, y muy severamente. Pues bien, si por tu culpa miles de ciudadanos pasan hambre, o no tienen techo, o carecen de trabajo y salario digno (repito, «y salario digno»), y queda demostrado que te equivocaste por inútil u obraste de mala fe, podrás ser castigado, y muy severamente también, durante un largo periodo de tiempo.

     No, no necesariamente de forma cruel: si donas todos tus bienes (todos, también los de Suiza o las Islas Caimán) al Estado para reparar en lo posible los desmanes cometidos y perjuicios causados, igual no te entregamos a la justicia directa de los perjudicados. También puedes beber la cicuta, cortarte las venas en un baño caliente mientras conversas con tus seres más próximos, o practicarte un seppuku ritual, forma sofisticada y extraña pero que tiene cierto romanticismo.

    ¡Pero vamos a ver! Es cierto que en Occidente la civilización proporciona hoy día opiáceos para que la gente se embote y no utilice sus sanos instintos naturales. Pero, aún así, hay que tener en cuenta que el sustituto de la venganza, de la némesis dura y pura, es la Justicia. Pero si la Administración de Justicia no hace Justicia, en el sentido más transparente y llano, y el personal ve que a los banqueros chorizos les sale de balde arruinar a miles de ciudadanos, que los partidos políticos se comportan como bandas de yakuza (pero sin código interno de honor, ni siquiera), que con ser rastrero y lameculos puedes obtener sueldos de miles de euros mensuales en un cargo público (aunque no sepas hacer la «o» con un canuto), etc., pues cojonudo. Que no digo yo que la culpa sea de los jueces, los fiscales o eso tan etéreo que se llama «el legislador», o bien de las presiones guarrindongas de los caciques rancios de siempre, que se distinguen por su brutalidad (nada que ver con un empresario moderno, todo que ver con los señores feudales más burros, especie endémica de nuestro país).

    Pero sí digo: o «el que la hace, la paga», en serio y de verdad, o vamos torciditos. Y o empieza a verse en los máximos gestores públicos, ya no igualdad, pero sí mérito y capacidad, o al ciudadano de a pie no se le va a poder exigir nada: ni calma, ni que crea en nuestra democracia (si lo es), ni que sea leal al Estado (porque parece el chiringuito de unos cientos de mafiosos, o esa impresión penosa da), ni que confíe en nada (¡joder, aquí no hay nadie libre de pecado!) y difícilmente respetará nada más allá de sus intereses más directos (¿porqué, si cuando lo hace le meten el rejón?).

    Esto que leéis no es un escrito político, es una opinión personal, expresada muy parcial y coloquialmente. Vamos, como si alguien, por ejemplo, recopilara la cantidad de casos en que un responsable empresarial, o financiero, o político, reprobó severamente la corrupción y acabó demostrado que era un podridín canalla. O cuando un jeque (perdón, jefe) político alardeaba de que en su partido estaban los mejores, luego hacía listas con furrufalla, nombraba asesores que no tenían ni puta idea, gestionaba con las nalgas pero, seguía diciendo: mis candidatos son los mejores posibles (¡habría que ver a los peores que tenía!).

    Ah, y con todo esto te has de conformar sin que te intenten convencer con un puto argumento que merezca llamarse tal, ni siquiera uno falso, que permita confiar: tu traga, curra (si puedes) y paga impuestos, mierdecilla.

    Bueno, va, no quiero dar la razón a Andrés Malraux cuando dijo: “todo hombre activo y pesimista es o será un fascista”. Mejor dicho: le doy la razón, y que cada cual apechugue con la que organiza, que igual la memoria de pez deja de funcionar, némesis se aplica al viejo estilo, y cuando el listillo está en Chollolandia sin extradición o en su casa nacional creyéndose impune, le dan un susto.

    ¡Hostia tú, que me se olvidaba hablar de las elecciones europeas! Va, es igual, importantes son pero como los programas electorales están para no cumplirlos, como dice un alto cargo político activo en Aragón, pues qué mas da. ¿Y los candidatos/as? Eso merecería un bello análisis de igualdad, mérito y capacidad. Lo mismo, un día de estos, lo hago para el respetable.

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