Por Fernando Rivarés
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“Una mierda. Pero que me dure porque si no… Yo hago muchas horas que no se pagan porque son necesidades de la empresa. Lo de las horas de salida, un poco como siempre, estiras, un cliente tardano, la caja, que te llama el jefe de sección a última hora y te pide algo, y claro, tú lo haces”. Los 40 minutos de más no se los quita nadie. Nunca sabe exactamente cual va a ser realmente su horario, así que eso de conciliar vida familiar y laboral se ha quedado en muchos casos para la función pública y algún privilegiado. Es una moderna formulación de lo que debería ser un derecho básico pero que se quedo en el olvido de la modernidad nada más nacer y antes de que las empresas debieran ponerlo en práctica de veras: “hombre no, estudiar y añadir una actividad estable, no, es difícil, mis turnos son cambiantes y sin hora fija, un poco follón. Y los festivos no se cobran como festivos, no. Once al año van incluidos en mis 840 € mensuales que a veces son 870 y otros 820. Nooo, que va, nunca llego a los 12.000 anuales”. Son esos festivos tan del gusto de tanta gente a quienes resulta imprescindible comprarse una camisa o unas zapatillas justo en domingo o basan su ocio en ver los escaparates. “Y claro, los que somos padres y madres temblamos porque con eso no mantienes a tus crios si en tu casa no hay más ingresos”. Y en la suya los hay por poco tiempo y en precario: 400€ de desempleo de su pareja que también trabajaba en el comercio y se le aplicaba el mismo convenio de grandes almacenes, firmado en enero de 2013 por FETICO y rechazado por los demás sindicatos, y que afecta en Aragón a algo más de 4.000 personas. Pero ya no. Es una de la víctimas de una crisis que no es tal cosa sino el nuevo modelo económico y social impuesto en España y en la Europa neoliberal y azulada de los últimos tiempos.
Están alquilados. 70m2 en Las Delicias, Zaragoza, 450 € al mes. Él debe ir a trabajar en coche, así que suman el mantenimiento, los seguros, impuesto de circulación y el combustible. Sonríen si les hablas de pobreza energética ahora que ha terminado el verano y los días son más largos. “La pobreza es pobreza, energética o alimentaria”. Lo dice ella, su pareja, la filóloga de la familia. “Pero claro que hemos sido más románticos que nunca, en penumbra, por no gastar. Y nos hemos querido más, juntitos los cuatro en el sofá con una manta para racionar la calefacción que apenas hemos puesto”.
El caso de ella es paradigmático. “Se me quitaron de encima porque la ley se lo permite. Y mis ex compañeros, por cierto, jamás dijeron nada en contra de las condiciones en las que se trabaja. Yo tampoco, es verdad, me daba miedo dar la cara. Pero ahora creo que hay que darla porque igual he acabado en la calle a mi edad”. Tiene un compañero que lleva dos años con un contrato de 14 horas semanales para reforzar a varios de media jornada los cuales no pasan de 490€ al mes. Algunos de ellos rozando los 40 años.
“Cariño” –dijo él eufórico y con un tono en exceso agudo al llegar a casa- “que ya estamos saliendo. Saliendo de la crisis”. Ella le miró raro y con atención. “Oye, eso dicen”- insistió. Ella Intentó dilucidar si él quería torpemente ser irónico, se había vuelto idiota o venía a anunciarle que tenía un empleo nuevo y en condiciones levemente decentes. Pero no, esto último no podía ser. Ironía o estulticia. Pensemos que era ironía. Son David y Gema pero pueden ser cualquiera.