Por Antonio Tausiet
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Hasta ahora sabíamos que los cargos de los partidos políticos aceptaban mordidas, es decir, dinero ilegal por conceder favores a empresarios. Eso era una práctica habitual en ayuntamientos, comunidades autónomas, ministerios, etc. Se convoca un concurso, se amaña y se encarga el polideportivo al mejor postor.
A veces se dan casos de concesión de contratos públicos a entidades encabezadas por personas afines, repartiendo el dinero de todos entre sus amistades. En ocasiones, son los propios políticos quienes dirigen las empresas a las que benefician. No hay ningún partido político -que haya participado en el juego del poder- sin casos de corrupción.
El Partido Popular, sin embargo, es el partido corrupto por antonomasia. Las pruebas son concluyentes: empezando por un ideario que vocea a las claras su desprecio por la gente, enarbolando siempre los valores propios del malo de la película. Pero hay más. Como representan al lado oscuro, no tienen ninguna vergüenza en repartirse el dinero ajeno. Lo sienten como suyo. Tanto, que llevan la contabilidad de sus delitos, con nombres y apellidos de quienes les sobornan y de quienes cobran sobresueldos.
Los sueldos que cobran legalmente son ya de por sí una afrenta, por su elevada cantidad. Los grandes partidos políticos de España se comportan igual que los grandes partidos políticos del resto del mundo. Hacen las leyes en beneficio propio, y no de la ciudadanía. Se asignan cantidades económicas estratosféricas y las complementan con negocios sucios.
Pero la conclusión fácil es peligrosa: si prescindimos de representantes públicos, dejaremos de tener la posibilidad de forzar una cuota de decisión. Por mucho que el poder en la cúpula sea el financiero, sin poder político representativo la cosa estaría aún peor.
Si hay que buscar responsables de la corrupción en el Partido Popular (por poner un ejemplo; el PSOE es otra balsa de purines, bien que con un ideario menos atroz), habrá que preguntar a las personas que les han votado. Y no sirve decir que les han dado su confianza y ellos la han traicionado.
Los ejemplos de ética política han estado siempre en los partidos de izquierda, a nivel global, hoy y siempre. Podemos repasar, por ejemplo, los gobiernos de América. Las quejas de los conservadores cuando se produce un caso de corrupción entre los izquierdistas son siempre las mismas: “Mira éste, que dice que es socialista (o comunista)”. Ellos mismos se acusan.
Si ya lo decía yo hace catorce años:
El Partido Impopular
Existe en España un partido político que se autodenomina popular. Llevan con ese nombre varias décadas, desde que murió el dictador que abanderaba las ideas que ellos conservan, y todavía no se les ha caído la cara de vergüenza. Por definición, la ideología conservadora alienta políticas en contra del pueblo, y la práctica demuestra que esa teoría es irrefutable. Claro que siguiendo con la misma lógica aplastante, quien trabaja por el mal de los demás es una persona ruin, y esta tipología humana suele enmarcar a los impostores y a los falsarios, que llevan la mentira por bandera. Ergo cuando dicen popular, los ciudadanos honrados debemos interpretar impopular. Llevaron su hipocresía hasta el extremo de acusar a los llamados socialistas de hacer políticas que no merecían ese nombre. Todo ello cuando miembros del PSOE encubrían delitos de estado, robaban el dinero público o se aferraban a sus sillones. Tres de las especialidades de los derechistas. Los intereses monetarios, las ambiciones personales, la cara oscura del homo sapiens, que aparece en cualquier grupo que se constituya (de amigos, de correligionarios, de gentes solidarias o de profesionales), están representados en todo su esplendor en el Partido Popular, curiosa aglutinación de lo peor de lo peor. El Opus Dei, la gran patronal, la banca, los grandes grupos de comunicación, la escuela privada, el retén de fascistas de los cuerpos de seguridad, o mandos del ejército torturando y condecorados. La derecha a cara descubierta, apaleando conciencias, y la derecha amable, sonriendo mientras les limpian las botas. Desalojando a caballo a los inmigrantes de poblados marginales, sacrificando el entramado de riqueza creado con dinero de todos, o viajando en helicópteros asesinos. Los miserables conscientes lloran la existencia de estos miserables deplorables, la inocencia de un pueblo que los mantiene en el poder mientras le machacan con alevosía.