Dª Matilde, entre escuadras y plomadas


Por Esmeralda Royo

      De la vida de Matilde Ucelay Maórtua, primera arquitecta española, se conoce muy poco. Fotografias familiares, escasas entrevistas y lo que no se puede borrar: las obras que, a pesar de prohibiciones y dificultades, diseñó y los documentos públicos que dan fé de los tres Consejos de Guerra a los que se enfrentó.

     Pertenecía a una familia de la alta burguesía, progresista y republicana de origen vasco. Su infancia transcurrió entre paseos por el Retiro madrileño a cargo del ama que cuidaba de ella y sus hermanas, clases de piano y maestros particulares, hasta que llegó la edad de ingresar en el Instituto Escuela, donde se formaba al alumnado en la tradición de la Institución Libre de Enseñanza, que había sido impulsada por su abuelo.

     En ese modelo de educación, basado en razonar y no memorizar y donde se potenciaba en cada niño y niña aquello que más les interesaba, se realizaban excursiones semanales para tener un contacto directo con la naturaleza y así aprender del espectáculo más sorprendente que existe. Cuesta no acordarse de Don Gregorio, el maestro interpretado por Fernán Gómez en “La lengua de las mariposas”, enseñando lo que es la espiritrompa y el tilonorrinco.

    Su madre, Pura Maórtua, directora teatral y amiga personal de García Lorca y Valle-Inclán, pertenecía al grupo de mujeres que los reaccionarios llamaban despectivamente “las maridas” y que estaba formado por Clara Campoamor, Victoria Kent y María Lejárraga entre otras. Además era socia fundadora del Lyceum Club, donde se formaron mujeres que acabarían en el exilio exterior o en el interior de la España que seguía las directrices que Pilar Primo de Rivera imponía para ellas.

   Alumna brillante, en su casa le dieron total libertad para estudiar lo que quisiera. En ella se confirmó la estrecha relación que hay entre la música y las matemáticas, entre las operaciones numéricas y los compases y tiempos musicales, asi que siguió con las clases de piano y en 1931 ingresó en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Madrid, tan preparada para recibir a mujeres que, por no haber, no había ni aseos para ellas. A los 24 años, tras cursar dos cursos en uno, se convirtió en la primera arquitecta española.

    Si bien es cierto que profesores y alumnos le mostraron su admiración y la agasajaron con una fiesta en el Hotel Nacional ocho días antes de la sublevación militar, la profesión estaba dividida entre los que la aborrecían y los que se mofaban. El arquitecto Teodoro Anasagasti llegó a escribir en ABC:

    “¿Sirven las mujeres para esta profesión? ¿Concebimos a una señorita en una obra, dando voces, embadurnada el vestido y la cara de yeso? ¿Con qué miradas y requiebros les recibirán los dicharacheros albañiles?

     En 1936 y durante dos meses se convirtió en la única mujer y miembro más joven de la Junta de Gobierno del Colegio de Arquitectos de Madrid. Aunque es cierto que su trayectoria familiar y vital iban a hacerla sospechosa a ojos de los sublevados, estos dos meses marcarían su vida y carrera.

     En plena guerra y tras recibir la familia amenazas de muerte, se traslada a Valencia, último reducto republicano, con su marido, José Ruiz Castillo, propietario de la Editorial Biblioteca Nueva y que tenía contactos con los intelectuales, entre ellos Rafael Alberti y María Teresa León con los que comparten piso.

    Perdida para ellos la guerra, regresan a Madrid y es cuando le cae encima toda la carga de la represión: arresto domiciliario y castigos mucho más severos que a sus compañeros varones, a los que les aliviaron las sanciones ante la posibilidad de que la España Una, Grande y Libre se quedara sin arquitectos para el proyecto emprendido por el régimen: El Plan de Regiones Devastadas. Matilde Ucelay era prescindible así que la condenaron al ostracismo profesional. En ello coincidían los que en su dia la aborrecieron y los que se mofaron.

    Acusada de formar parte del Frente Popular tuvo que enfrentarse a tres Consejos de Guerra por ”ayuda a la rebelión” y hasta 1946 no le fue expedido el título, con la prohibición para el ejercicio privado de la profesión durante 5 años, inhabilitación a perpetuidad para cargos públicos y una indemnización de 30.000 pesetas, una fortuna.

     No la habían educado para las prohibiciones, así que en 1939 montó un estudio de arquitectura en su casa y siguió trabajando en proyectos que, mientras duró la inhabilitación, fueron firmados por Aurelio Botella y José María Arrillaga, amigos y cómplices.

    Por las mañanas trabajaba en el estudio y por las tardes, aclarando las dudas de Teodoro Anasagasti, era habitual verla, vestida de Balenciaga, cogiendo el metro y supervisando las obras. Se cansó enseguida del metro y entonces recorría Madrid en su 600 para reunirse con los maestros de obras y hablar con los albañiles. Sí, Don Teodoro, algún traje de Balenciaga acabó manchado de yeso y “los dicharacheros albañiles” se acostumbraron sin problemas a su presencia.

    40 años de ejercicio profesional, 120 proyectos en España y EEUU, especializada en arquitectura residencial e industrial, la Casa Oswald, Casa Bernstein, Librería Turner o las Naves Claudio Barcia, son algunas de sus obras. Todas ellas se caracterizan por espacios amplios y grandes ventanales para que entrara toda la luz posible.

   En 2004, una emocionada y orgullosa Matilde Ucelay recibió el Premio Nacional de Arquitectura y en 2006, con 96 años, participó en la Bienal de Venecia representando a España.

    Había sido educada para vivir de otra forma, pero no pudieron impedirle ser pionera en una época en la que las mujeres carecían de derechos legales y en una profesión en la que no solo había pocas mujeres, sino que, hasta finales del siglo XX, aquellas que tenían estudio propio siempre lo hacían en colaboración con un socio varón.

    Isabel Preysler, enamorada de la Casa Oswald, le encargó la construcción de su nueva casa tras su matrimonio con Miguel Boyer. Ella no aceptó e Isabel se quedó con las ganas.

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