Por Esmeralda Royo
Mala gente que camina
y va apestando la tierra…
Antonio Machado
La fotografía muestra a Yolanda González, una joven de melena larga, inmensos ojos color miel y rostro sereno, en su última navidad. Un mes más tarde, cuando acababa de cumplir 19 años, fue asesinada.
Se llevaban 31 días de 1980 y ya era la octava víctima en un año en el que habría 13 más a manos de pistoleros de extrema derecha.
Nacida en Deusto, pertenecía a una de las muchas familias castellanas que había emigrado a Euskadi para trabajar en la metalurgia. Cuando su novio, el economista navarro Alejandro Arizcun, fue contratado para trabajar en la UGT, ella lo acompaña a Madrid y se matricula en la rama electrónica de Formación Profesional. Compartían piso en Aluche con su amiga Mar Noguerol.
A esa edad no es frecuente tener las ideas tan claras, capacidad para comunicarlas y un proyecto en la cabeza pero Yolanda González lo tenía y por eso fue elegida representante de la Cooordinadora de
Estudiantes de Enseñanza Media de Madrid. Además, militaba en el Partido Socialista de los Trabajadores (escisión del PSOE) y trabajaba como asistenta de hogar porque la economía familiar no daba para pagar estancia y estudios en Madrid.
El 1 de febrero de 1.980, a pesar de que era muy cauta y estaba sola en casa, abrió la puerta a dos individuos porque se identificaron como polícias. Eran Emilio Hellín e Ignacio Abad, las placas eran falsas, militaban en Fuerza Nueva y eran integrantes del Batallón Vasco Español. Juan Carlos Rodas (policía nacional en activo) vigilaba el portal. Hasta que a las 6 de la mañana del día siguiente, unos transportistas avisaron a la policía de que había un cuerpo tirado en un descampado de la carretera que une Alcorcón con San Martín de Valdeiglesias, nada más se supo de ella.
Vestía vaqueros, una sudadera regalo de su madre por su reciente cumpleaños y camiseta blanca que ocultaba una medalla con un lauburu (símbolo que representa al sol, muy común en algunos países europeos, entre ellos Euskadi). Esto, vaya usted a saber por qué, hizo creer a la policía que se trataba del cadáver de una etarra.
Su novio, alarmado por la desaparición, recorrió varias comisarías, llegando hasta los Juzgados de la Plaza de Castilla por si hubiera sido detenida en alguna redada estudiantil, frecuentes en esos años. A pesar de que el cuerpo de Yolanda ya había sido encontrado, nada le dicen.
Lo vivido por Mar Noguerol fue rocambolesco. La policía se la llevó detenida a la Dirección General de Seguridad donde le esperaban horas de interrogatorio sobre su supuesta pertenencia a ETA. Yolanda era de Deusto, Alejandro se apellidaba Arizcun y para ellos todo estaba claro. Mar, entre sollozos, les repite una y otra vez que el P.S.T no solo no pertenece a la izquierda abertzale, sino que rechaza explícitamente la violencia de ETA. Supo el motivo de su detención cuando la trasladaron al Instituto Anatómico Forense para identificar el cadáver de su amiga.
Juan José Rosón, gobernador civil de Madrid, no se puso en contacto ni con Alejandro Arizcun ni con la familia de Yolanda en Deusto, que se enteraron del asesinato por la radio.
La investigación hubiera seguido por la conexión entre Deusto, el apellido Arizcun y un lauburu de no ser porque Juan Carlos Rodas, el policía vigilante del portal de la casa, les facilitó el trabajo. Arrepentido “porque creía que aquello solo iba a ser un interrogatorio” (en su cabeza sonaba bien que dos civiles armados y con placas policiales falsificadas se encargaran de un interrogatorio), delató a todos los implicados y relató lo que había ocurrido esa fatídica noche. Esto le libraría de la cárcel.
Por él se supo que una parte del profesorado había señalado erróneamente a Yolanda González como miembro de ETA porque era vasca. Esta información llega, a través de los servicios de inteligencia, al grupo de pistoleros, con contactos en la policía. Tras secuestrarla y torturarla, Emilio Hellín le dispara dos veces e Ignacio Abad la remata.
Emilio Hellín fue condenado a 43 años de prisión. Al cumplir 5 aprovechó un permiso penitenciario para largarse a Paraguay donde pudo vivir tranquilo gracias a la protección del régimen militar de Alfredo Stroessner, hasta que la revista Intervíu lo localizó provocando su extradición a España. En 1995 consiguió el tercer grado y un año más tarde quedó libre tras haber cumplido 13 años de condena. La razón por la que este individuo, que ahora se hace llamar Luis Enrique, ha acabado trabajando como perito especializado para las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, Ministerio del Interior y la Ertzaintza, lo dejamos para otros expertos. Sus últimos trabajos conocidos han sido para las defensas de Cristina Cifuentes y la lider de Junts per Catalunya, Laura Borrás.
Yolanda González, víctima de un crimen brutal, pertenecía a esa generación de jóvenes que querían ser protagonistas de la Transición, durante la cual se hizo lo que se pudo pero que no fué modélica como en tantas ocasiones se ha hecho creer. 271 inocentes, asesinados por grupos parapoliciales y pistoleros de extrema derecha entre 1975 y 1981, lo demuestran. Muchos de ellos quedaron impunes.
Se quiso dar a entender, como si con su muerte pudiera equilibrarse la triste balanza, que el asesinato de Yolanda había sido en represalia por el último atentado de ETA, que en ese momento mataba a diario, pero no fue así. La asesinaron por ser brillante y una de las líderes más reconocidas del movimiento estudiantil, al que dejaron herido aunque no muerto. Era de lo que se trataba: meter todo el miedo que querían y podían.
Cuando los herederos ideológicos de los asesinos intentan matar su recuerdo, vandalizando la placa conmemorativa que lleva su nombre en el barrio de Aluche, los vecinos la reponen de inmediato.
El que mata a alguien, no solo le quita todo lo que es, sino todo lo que puede llegar a ser.