Una señora de Valladolid


Por Esmeralda Royo

     Escribe Virginia Wolf en “Una Habitación Propia”: “En la mayor parte de la historia, Anónimo era una mujer”.

     A veces ha ocurrido porque lo narrado es tan terrible que la autora ha querido que fuera así y sólo cuando el dolor se ha convertido en un triste recuerdo y no en una pesadilla recurrente, firma la obra.  Por ejemplo, “Una mujer en Berlín”, de la periodista alemana Marta Hillers, que hasta hace poco se consideraba anónima.

    La autora de “Cristalián de España” es Una Señora de Valladolid.  La autora no firma con su nombre porque podía no publicarse y quería evitar el rechazo de la sociedad, pero quiere dejar claro que lo ha escrito una mujer. Para el subtítulo se inventa otra historia: “Corregida y enmendada de los antiguos originales por una señora natural de la noble y más leal villa de Valladolid”.  Pura ficción, porque no encontró el original a los pies del feretro en una iglesia de la ciudad, como da a entender,  sino que la obra es producto del maravilloso ingenio de Beatriz Bernal.

    En 1.545 se convirtió en la primera mujer española en escribir un libro con el fin de publicarlo, es decir, con plena conciencia de estar componiendo una obra literaria para ser impresa.  No eligió poesía o relatos, habitual entre las mujeres escritoras de la época, sino un libro de caballerías que, teniendo en cuenta que eran considerados inmorales por la Iglesia y la Inquisición funcionaba a pleno rendimiento,  es toda una declaración de intenciones.

    Siguiendo la tradición española de olvidar a los ilustres o de menospreciarlos directamente, se sabe muy poco de Beatriz Bernal.  Pertenecía a una familia en la que abundaban escribanos, relatores públicos y letrados, siendo su madre, que tenía una excelente biblioteca privada y no creía aquello tan común de que las mujeres carecían de ingenio, la que le transmitió el placer de la lectura.  En esas mismas circunstancias, una mujer del siglo XVI estaba educada para el matrimonio o el convento pero no para escribir.

  A los 24 años era viuda de su primer matrimonio y a los 34 enviudó del segundo.  En ese momento decidió que se dedicaría a lo que le gustaba, sabiendo que jamás vería su firma en la obra.

  Explicar el contexto en el que Beatriz vivió y decidió publicar el libro nos da una idea de su coraje y valentía.

   Valladolid era muy entretenida en el siglo XVI. Abundaban los mercados, personajes ilustres como Colón y Cervantes se trasladaron a la ciudad, llegó el Tribunal de la Inquisición, llenando la Plaza Mayor (como ya nos contó Miguel Delibes en “El Hereje”) de autos de fe, sambenitos y hogueras para regocijo del público.  También se fragua el que puede considerarse el primer pelotazo urbanístico español, cuando el Duque de Lerma, asesor de Felipe III, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, es decir, que era propietario de media ciudad, convenció al rey para convertirla en capital del reino. Valladolid alcanzó su cenit, el Duque de Lerma revalorizó sus propiedades, el pueblo siguió con sus hogueras y a Felipe III “El Piadoso” le daba igual la ciudad en la que rezar sus ocho rosarios diarios.

   En este ambiente “lúdico y festivo”, Beatriz Bernal escribe un libro de caballerías muy complejo que consta de 138 capítulos y 700 páginas en el que, salíendose del guión comun del género, con un estilo revolucionario y enfoque poco ortodoxo, las mujeres son aventureras, sabias e independientes del varón y no meras acompañantes. 

  El protagonista es Cristalián, principe de Trapisonda, que en sus viajes se encuentra con mujeres como: Minerva, virgo bellatrix y guerrera que no se viste de hombre para seguir a su amado, habitual en otras novelas del género, sino que es una doncella que ama la aventura.  La sabia Danalia, Nicóstrata, mujer legendaria como auctoritas, “que todas las guerras de Troya escribió” y la maga Membrina, a la que la autora se refiere así: “Hubo una ínsula, llamada de las Maravillas, de la cual era señora una doncella muy gran sabidora de las artes.  Fue tanto  el su saber, que jamás quiso tomar marido”.

    Como demuestra el documento que se encuentra en el Archivo General de Simancas, donde también se guardan los informes de censura, no pidió a su nombre la preceptiva licencia de impresión para la primera edición porque existía la posibilidad de que se la negaran, asi que,  para curarse en salud,  la licencia es requerida por un tal monsieur de Anthouen “gentilhombre de Cámara de vuestra majestad”, que no ha podido ser identificado y del que se desconoce la relación que pudo tener con Beatriz Bernal.

  Según los expertos es uno de los libros de caballerías más importantes porque no solo se introducen elementos de fantasía, sino que narra horrores sociales de la época, algo inédito hasta el momento. Todo ello dió a la novela una gran popularidad, sobre todo entre los jóvenes, e hizo que se tradujera al italiano, lo que tampoco provocó el reconocimiento a la autora.  De hecho, la edición veneciana de Lucio Spineda ni siquiera hace referencia a que fuera una mujer.  No obstante, “Cristalián de España” influyó en los autores de la época. Góngora en “Volviéndose a Francia” y Cervantes en el capitulo 54 de El Quijote, hacen referencia a él.

    Se desconoce la fecha de la muerte de la primera española en publicar un libro, pero pudo ocurrir en 1.562 y es entonces cuando su hija Juana de Gatos, como viuda (algo preceptivo), pide privilegio de impresión o exclusividad para la segunda edición. Para que ésta fuera autorizada tuvo que mostrar humildad ante el rey, reconocer la inferioridad de ingenio de la mujer con respecto al hombre y apelar  a su situación de pobreza y necesidad (algo que no se correspondía en absoluto con la realidad porque las rentas que percibía eran cuantiosas).  Felipe III “El Piadoso” accedió.

    Sería preciso indagar sobre las Anónimas y, ya que estamos, los pseudónimos de la Literatura.

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