Por Cristina Marín Chaves.
Geóloga/petróloga especialista en restauración
Permitidme que os hable de mis amigas. Os puedo hablar de Arantxa, Beatriz, Blanca, Gloria, Manu o Tere, por ejemplo. Son todas geólogas. Las cuatro primeras, profesoras del Departamento de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Zaragoza.
Manu, catedrática en la Universidad de Borgoña. La última, presidenta de la Delegación del Colegio de Geólogos en Aragón. Son todas mujeres de mi generación. A algunas las conozco desde los catorce años, con otras hemos sido como hermanas. Todas ellas han destacado en sus campos de trabajo.
Arantxa es vicedecana de calidad de la Facultad de Ciencias, profesora titular del Área de Estratigrafía y divulgadora científica a través de una actividad de “Geología forense”. Siempre ha sido una mujer de carácter –de buen carácter- inteligente y luchadora, a la que conozco desde que tenía catorce años y que no solo no me sorprende adonde ha llegado, sino que sé que llegará mucho más lejos.
Beatriz también es profesora titular del Área de Estratigrafía, secretaria del Departamento de Ciencias de la Tierra y editora principal de la Revista de la Sociedad Geológica de España (también presidida por una mujer y en la que hay una comisión específica de mujeres y geología). Hemos sido uña y carne durante muchos años, desde el instituto, hemos vivido grandes momentos y otros muy duros. La suya ha sido toda una carrera de obstáculos machistas para alcanzar sus metas. Y lo que le queda.
Blanca es profesora titular de Cristalografía y Mineralogía, directora del Departamento de Ciencias de la Tierra, también ha sido vicedecana de la Facultad de Ciencias y actualmente preside la Sociedad Española de Mineralogía. Recuerdo que durante la carrera, una vez pasados a limpio, sus apuntes eran los mejores… Y los momentos que pasamos en el campo, también.
Gloria es profesora doctora contratada del Área de Geomorfología e investigadora en el Instituto Universitario de Ciencias Ambientales (IUCA) especializada en Geología Ambiental. Su casa en Fabara ha sido mi casa y sus padres me trataron siempre como una hija. Mujer decidida de ideas claras, nunca rebla hasta conseguir sus objetivos.
Manu es catedrática de Sedimentología en la Université de Bourgogne –de hecho, fue la primera catedrática de Geología en Francia- y anteriormente fue profesora titular en el museo de Ciencias Naturales de París. Ha recorrido medio mundo buscando yacimientos petrolíferos. La suya también ha sido una carrera plagada de obstáculos en la que antepusieron su condición de mujer por delante de su capacidad e inteligencia. Pero ella ha sido más fuerte.
Tere trabaja en la Confederación Hidrográfica del Ebro como Técnica Facultativa Superior y es Jefa de Servicio de Gestión y Planificación de Aguas Subterráneas. En la Comisaría de Aguas del Ebro, con perfiles de titulaciones científicas, el 45% de puestos de jefatura lo ocupan mujeres, aunque según ellos, en otras áreas aún queda mucho camino por recorrer. Además es presidenta de la delegación del Ilustre Colegio Oficial de Geólogos en Aragón. Tere nunca pierde la sonrisa, es una mujer tenaz que ha sabido pisar firme en su trabajo.
Os podría hablar de más amigas mías médicas, abogadas, ingenieras, que se han tenido que hacer un hueco en sus profesiones a veces desde el minuto cero, como Piluca, mujer de sobresaliente en COU y que el primer día de ingeniería me llamó llorando porque los profesores les habían dicho a las futuras ingenieras que ellas solo estaban allí para pillar marido… Ha dirigido las instalaciones eléctricas de obras como el Hospital Miguel Servet, o el Provincial.
Nosotras también tuvimos que afrontar micro, meso y macromachismos en nuestra carrera, como aquel profesor que nos echaba broncas por llevar rimmel al mirar el microscopio porque decía que manchábamos los oculares, o posturas claramente misóginas –o excesivamente babosas- en los despachos.
Mis amigas han llegado lejos, y sé que ese no es su techo de cristal. Somos las hijas del babyboom, la primera generación que llegó masivamente a la Universidad. Que nos dijeron que podíamos y nos lo creímos, que recibimos clases de un profesorado mayoritariamente de hombres en una promoción mayoritariamente de mujeres, proporción que subió entra los que terminamos la licenciatura en cinco años, y que hoy se traduce en que ha aumentado la cantidad de profesoras en el departamento. Las mismas hijas del babyboom que nos encontramos gran parte del camino hecho en la lucha feminista por las generaciones inmediatamente anteriores, que también creímos que por fin se estaban dando los pasos adecuados, que pensamos que lo natural era la igualdad, porque nos sentíamos así. Que disfrutamos de nuestra sexualidad sin complejos ni mucho menos culpa, que pudimos hablar, que ya no vivimos el machismo trasnochado del franquismo que sufrieron nuestras madres, que ya no tuvimos que depender de nadie. Que quisimos transmitir a nuestras hijas e hijos todos esos valores para avanzar hacia una sociedad mejor.
Algo falló. Han pasado casi treinta años. Nos debimos de confiar, creímos que habíamos ganado esa lucha por la igualdad y bajamos la guardia. Fue solo una batalla. Veo con estupor cómo lo que creíamos conseguido ha vuelto atrás. Cómo revive la dependencia y el control de manera más sutil –y, por tanto, más peligrosa- en las nuevas generaciones. Cómo nos pretenden devolver a la caverna social, a la pata quebrada y cómo quieren convencernos de que lo que nos pasa es porque nos lo merecemos. Cómo niegan nuestra realidad, nuestra valía. Cómo quieren controlar nuestro cuerpo.
Nos relajamos y se nos comieron, y de nuevo tenemos que volver a reivindicar nuestro sitio. Tenemos que convencer a las niñas de que valen para la ciencia, a las chicas de que no eso no es amor sino control, a las mujeres de que sean libres en lugar de valientes, a las profesionales de que valen tanto como sus compañeros… Pero sobre todo tenemos que convencer a la sociedad de que esa niña es igual a ese niño, a los hombres de que nos quieran, nos respeten, nos entiendan. A los profesionales de que somos todos y todas igual de capaces, de que podemos y de que nos merecemos cobrar de la misma manera.
Hay que convencer de una vez por todas al mundo de que el 50% de la población no puede ser discriminada por el hecho de ser mujer, sino que estamos perfectamente capacitadas para ejercer todos y cada uno de los trabajos y de los puestos de responsabilidad, de acuerdo con nuestra formación. Y si no, ahí están esas seis mujeres, mis amigas, como muestra de ello.