Joaquín Carbonell, apoteosis de la ironía y el ingenio poético


Por Matias Uribe

El cantautor turolense no pudo con el maldito ‘virus regio’ y, tras 47 días en la UCI, nos dejó el pasado día 12, a los 73 años: quedan sus discos y sus libros.

¡Demonios, tenía que ser el maldito bicho!

    Estábamos en contacto permanente por correo electrónico desde hace muchos años y, cuando no, en casa o ahí estaba su activísimo Facebook. Con cariñosa sorna, él se dirigía a mí como ‘atleta’ y yo a él como ‘campeón’. Me asombraba su gran estado de forma física, su resistencia y agilidad para hacer cosas, para moverse por un sitio y por otro, ora en la presentación de un libro, ora cantando, ora conversando en un club de amigos, ora viajando, ora removiendo el pasado con esa bendita locura que eran Los Tres Norteamericanos… Y no digamos para mantener la voz tan fresca y rotunda, sin que se le notase ni un gramo ese deterioro que inyecta la edad provecta que, dicen, traen los años cuando se traspasa la raya de los setenta. Un día, se lo pregunté:

—¿Cuál es el secreto, Joaquín, para la garganta?

—Ninguno. No me cuido nada. Los de Teruel somos así —me contestó con su habitual sorna e ironía. O humor, como a él le gustaba encuadrar lo suyo. 

    Y ha tenido que llegar el malnacido bicho para matar al ‘campeón’, a una persona que a sus 72 años —los 73, lamentablemente los cumplió en el hospital, el pasado 12 de agosto— estaba en una forma física e intelectual esplendorosa. El sábado pasado fallecía en la UCI del Hospital Clínico después de pelear durante 47 días con ese microscópico pero terrible monstruo de las coronas. ¿Cuándo llegará el día que alguien lo destrone, que le corte fulminantemente esa regia capacidad para matar?

      Afortunadamente, si es que hay alguna fortuna en momentos como este, sigue con nosotros. Parafraseando a Garci, que un día dijo que los actores no mueren, sino que se salen de plano, los cantantes, tampoco mueren, simplemente se salen de los focos. Y ahí están los doce discos camaleónicos que nos deja, una docena de obras magníficas que a partir de ahora cobran todavía más valor y que habrá que reeditar de una vez, especialmente los cuatro primeros.

Es difícil crecer a la sombra de una figura como Labordeta, ese robusto nogal, como bien saben los amigos de la naturaleza, que no deja crecer nada a su alrededor. Pero Joaquín, no solo llegó a la canción popular empujado por el autor del Canto a la libertad sino que creció a su lado, haciéndole un corte de mangas al árbol de las nueces, formando parte del trío de oro de la canción popular aragonesa de los setenta, removiendo conciencias y lucha social junto a él y siendo parte de su club de amigos selectos. Querido Labordeta fue el título de la maravillosa biografía que le dedicó a través de Ediciones B. ¡Cómo no!

    Desde su Alloza natal y desde aquel insólito semillero que fue para la cultura de esta región el Colegio Menor San Pablo de Teruel, con Eloy Fernández Clemente, con Labordeta, con José Sanchis Sinisterra, con Federico Jiménez Losantos…, unos profesores y otros alumnos, se vino a Zaragoza a estudiar Publicidad, pero ya con las neuronas infectadas de música pop y los dedos encallecidos por culpa de las cuerdas de la guitarra. Así que no extraña que, al escuchar a Plácido Serrano en las ondas de Radio Popular, se metiera en el cogollo folk y los anuncios del ‘colacao’ o de ‘colchones pi’ se quedaran para otros con más trilita de vendedor que él.

    Y del Club de Folk de Plácido a las fábricas, a las plazas, a las tarimas de los remolques, a las asociaciones de barrios, a los colegios mayores —inolvidable aquella tarde que en el Carmelo nos cantó “que se muera el animal” en referencia velada pero indiscutible a quién iba dirigida, a Franco, claro—, a las iglesias, a las naves, a los corrales… Había explotado en España el boom de la canción popular, de la protesta contra el régimen, y Aragón se subió al carro. Carbonell se olvidó de Elvis y de Peret y empezó a componer y a cantar canciones de compromiso social y político. Se hizo cantautor llevado por la corriente.

   Y con este estandarte, llegó a las multinacionales del disco, a la RCA, ni más ni menos. Con ella debutó en 1976 y empaquetó su mejor disco, Con la ayuda de todos. Bellísima portada de Natalio Bayo y dentro un compendio de piezas, orquestadas exclusivamente con instrumentos acústicos por la Rondalla de la Costa y Toti Soler, en las que el turolense sembraba sus semillas de presente y de futuro, ese Carbonell irónico y a la vez lírico y de honda sensibilidad que escribe unos textos poéticos de gran ingenio. Doña Peseta, para el jolgorio; Me gustaría darte el mar, para la emoción íntima. Los dos polos de aquel gran disco y de aquellas canciones que en entregas posteriores fueron perdiendo fuelle debido a la urgencia de los escenarios y de la protesta.

   En aquel mismo año, grabó un single, pronto erigido en un hit en sus recitales e incluso en las mismas sinfonolas, Romance de Chalamera, alegato contra el intento de instalar una central nuclear en el pueblo oscense del Bajo Cinca, una ‘canción-protesta’, como se decía entonces, si bien Carbonell nunca fue un cantante protesta ‘avant la lettre’; de hecho, frente a sus compañeros de pelea fue el que menos textos de combate escanció. Él era más sensible, más poético, más cercano a los vientos dylanianos, a los de Tom Paxton, Pete Seeger, y sobre todo a los de Peter Paul & Mary, amén de sus ídolos pop, desde Elvis a Simon & Garfunkel.

   Dejen pasar (1977), Semillas (1978) y Sin ir más lejos (1979), irregulares y precipitados, pero con alguna joya que otra en su interior, cerraron su etapa de cantautor ‘verista’, para, años más tarde, en 1982, caer en picado. La riada del fin de ciclo de aquellos cantantes de guitarra de palo se los llevó prácticamente a todos, incluido el de Alloza. Se había acabado la dictadura y la misma Transición y tocaba otro tiempo nuevo, juvenil y nuevaolero, al que la mayoría no supo adaptarse: se acabó el carbón y se imponían los colorines.

    Pero Joaquín no permaneció como testigo mudo de aquel tiempo en el que, además, de los chicos de la Movida y del rock urbano, emergió un nuevo cantautor con nuevos postulados, Joaquín Sabina. Observó, miró, tomó nota y aprendió en la clandestinidad. Trece años de silencio musical, con el periodismo y la tele como vector y proteína de su nueva vida, hasta que su admirado Brassens lo despertó y lo devolvió a los discos y a la música en vivo. Nacía un nuevo Carbonell, ahora un cantautor urbano que dejaba atrás el ruralismo y, como dice una de sus más bellas canciones, encendió las luces de la ciudad.

    Desde entonces, media docena de discos más, a los que, por no abrumar, no me detengo en ellos, aunque selecciono una de las muchas canciones de las que relucen en esos discos, y que da la medida de su elasticidad para moverse por géneros diversos y su permanente ingenio poético para la escritura de las letras. Me refiero a 30 de febrero, que abría su álbum Sin móvil ni coartada (2003) a ritmo de vals-blues fronterizo. A estas alturas de tiempos, o sea, desde, como poco, mediada la década pasada, con Serrat y Sabina lisiados y en baja forma creativa, y la vieja tropa de la canción de autor desaparecida u oculta, Joaquín Carbonell es el mejor cantautor de la España reciente.

   A ello hay que sumar la reunión fecunda en directo y en estudio de los tres cantautores aragoneses, a esos ‘vaya tres’ que dejaron dos discos históricos: Cantautores en directo (2008) y ¡Vayatres! (2009).

  Y, cómo no, a ese divertido e informal, pero muy seriamente elaborado, trío, Los 3 Norteamericanos, con los que le metió el sacacorchos al pasado para escanciar caldo sonoro rancio, pero recio y sabroso.

    Finalmente, y con todo este bagaje, por fin, se reconoce a Carbonell como es debido, si bien han tenido que venir de Cataluña para poner en marcha las hélices del homenaje que, con mucho esfuerzo personal, y “sin la ayuda de todos” —así somos pese a las glosas de orgullo que nos hacemos a nosotros mismos—, culminó en el homenaje que se le tributó en el Teatro Principal a finales de 2019 y del que salió un magnífico y esplendoroso disco-libro, al que solo le faltó un DVD con aquella actuación que retransmitió la televisión autonómica, aunque por más que lo peleó no le dieron luz verde.

    Tras ello llegó el huracán pandémico, y qué paradojas tan crueles, el mismo Carbonell nos obsequió durante el confinamiento, con 27 canciones, por lo general de autores ajenos, con las que hacer más llevadero el encierro en casa.Escuchar ahora la versión de Los Secretos, A tu lado, estremece: “He muerto y he resucitado, con mis cenizas un árbol he plantado, su fruto ha dado y desde hoy algo ha empezado…”. Las 27 están audibles en su web aunque en realidad fueron 28, pues cinco días después, el 1 de mayo, volvió para cantar otra, en este caso propia, Con el sudor de tu frente, del primer LP. ¡Quién podía imaginar lo que esperaba en el recodo de aquella maldita esquina!

    Una de nuestras últimas conversaciones por mail trató precisamente de estas canciones, en las que me reafirmó que con ellas estaba en ‘modo cantautor’ de los primeros tiempos, comentándome a continuación la idea de sacarlas en un disco, si bien, le apunté, que lo ideal sería añadirles una mínima instrumentación, una operación quirúrgica de estudio que no sería muy complicada y que tantas veces se ha realizado. No lo vio mal, aunque en la despedida de su última entrega apuntó otra posibilidad aún más adecuada que le sugirió otro amigo: un doble CD con las canciones originales y otro con las instrumentadas. Una excelente idea, un capote que sería extraordinario que alguien lo recogiera.

   Ah, e insisto por enésima vez, que alguien se eche la mochila al hombro y que de una vez por todas gestione la reedición de los cuatro primeros LP’s grabados con RCA, que lamentablemente llevan descatalogados e inencontrables desde finales de los 70 y principios de los 80. Una afrenta cultural a eso que ahora está tan de moda: la memoria histórica. ¿Un valiente? Quizá el departamento de Cultura de la DGA debiera calzarse los borceguíes. (Una anécdota: ni él tenía los discos, los había perdido y por más que los buscaba e incluso los pedía a RCA, no hubo manera. Hace años, a petición suya, tuve que digitalizar los de mi colección y escanear las portadas para que al menos pudiera escucharlos y meter las cubiertas en su web).

   El bicho ha matado al ‘campeón’. ¿Quién me va a llamar ahora ‘atleta’, con la somardería y el cariño que él lo hacía? Te echaré de menos, amigo. ¡Puñetero bicho!

    Fuente: https://www.heraldo.es/noticias/blog/2020/09/14/joaquin-carbonell-apoteosis-de-la-ironia-y-el-ingenio-poetico-1395220.html

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