Operamía: El Trovador y La Aljafería.


Por Miguel Ángel Yusta.

    Cuando de pequeño iba al barrio de Delicias desde mi casa en la calle Mayor, lo hacía  en aquellos inefables tranvías con remolque de la línea 5, Venecia-Delicias.

    Tranvías verdes, renqueantes, conducidos por un esforzado hombre, de pie, que manejaba los duros mandos de manivela.

     Cuando ya entrábamos en el barrio de las Delicias y antes de que el tranvía enfilase el desaparecido paso subterráneo del ferrocarril, pasábamos, dejandolo a nuestra derecha, ante un enorme y vetusto edificio que nos llamaba la atención por su magnitud y aislamiento. 

     “Es la Aljafería”, respondía nuestra madre ante la pregunta infantil. Se veían sus cuatro costados de viejas paredes de cuartel -pues a ello se destinaba en aquellos tiempos- con algunos soldados en traje de faena paseando indolentes alrededor de la puerta de entrada y, eso sí, unos imponentes carros de combate alineados en la explanada, que excitaban nuestra imaginación infantil.

    El recuerdo de los tanques en la Aljafería, junto a  la contemplación del edificio desde el viejo tranvía de la línea 5, ha venido a mi memoria  cuando, muchas décadas más tarde, me dirijo hacia el palacio de la Aljafería, rehabilitado y hermoso, para preparar una charla sobre el palacio y su relación con la ópera El trovador de Guiseppe Verdi, por encargo de las Cortes de Aragón, que allí se asientan.

   Destaca de entrada la impresionante torre del Trovador, que se llama así a partir de la fama que le dio el exitoso drama de Antonio García Gutiérrez y que Giuseppe Verdi transformó en la famosa ópera años más tarde, en 1853. Recuerdo su representación en Zaragoza, allá por los años setenta del pasado siglo, en aquella temporada del teatro Principal que tantas figuras nos traía. Luego la habré presenciado en muy diversos teatros más de una docena de veces y siempre me emociona el recuerdo y referencia a nuestro querido Palacio.

   El Trovador, de Verdi, es una ópera con un complejo argumento romántico basado en la obra de García Gutiérrez que es envuelto por una música sublime donde las arias, dúos, tríos, coros (el famosísimo Coro de gitanos…), fluyen en las voces protagonistas del Conde (barítono) Leonora (soprano) Manrico (tenor) que forman el triángulo amoroso y Azucena, la gitana (mezzosoprano), eje sobre el que gira la obra y que constituye un personaje (¡menuda madre!) sobre el que Verdi vuelca toda su energía dramática. La obra exige, de entrada, cuatro grandes voces, para un éxito total.

   No les cuento aquí más del enrevesado argumento de amores, desamores, traiciones y venganzas. Es imposible en estas líneas y, además, pueden verlo ampliamente en Internet. Lean pues sobre El Trovador, vayan a la charla de La Aljafería (será el día diez de julio) y, aunque la conozcan, véanla (y sobre todo escúchenla) el día seis de julio, a las nueve de la noche, pues el Teatro Real la transmite en diversos espacios públicos para toda España con un reparto de primeras figuras (Tezier, Agresta, Meli, Semenchuk) y la orquesta y coro titulares del Teatro. Merece mucho la pena.

     Y para finalizar por hoy tampoco se olviden de que, en octubre, nuestro Auditorio celebra su 25º Aniversario con muy diversos actos musicales. Una etapa magnífica,  que lo ha colocado en primera fila, gracias al entusiasmo de su equipo gestor, capitaneado por Miguel Ángel Tapia. Nos visitará el día veintinueve uno de los mejores tenores del momento, Piotr Beczala, con lo cual se completa el elenco de primeras figuras de la lírica que han visitado el Auditorio en este primer cuarto de siglo de andadura. Un gran acontecimiento musical entre los que se preparan para este  aniversario. La música y también nuestros músicos -que tantas veces trabajan con demasiada precariedad- merecen la máxima atención de todos.

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