Por Carlos Calvo
A lo largo de los años, Fernando Usón Forniés (Zaragoza, 1963) ha ido desgranando en sus escritos todas sus sapiencias cinematográficas en esta revista de ‘El Pollo Urbano’.
Gran amante del cine clásico y experto en la obra de Leo McCarey, nuestro colaborador es, además de escritor y cineasta –numerosos cortos y el largometraje ‘Angustias y Remedios’-, profesor de matemática aplicada en la universidad de Zaragoza, y compara esta su disciplina profesional con la del séptimo arte: “Hay estratégicas matemáticas que se utilizan en cine en cuestiones de montaje, y también hay sucesiones. Construir un guion es casi como hacer un teorema a la hora de estructurarlo”.
Ahora, después de dos libros referidos respectivamente a King Vidor y a la ‘nueva ola’ francesa, Fernando Usón se acerca a la figura de Fritz Lang en un volumen editado en 2021 por Economía Digital, y evidencia, esto es, su pasión por el austriaco, uno de los mejores cineastas de todos los tiempos. Fritz Lang, en efecto, es ese tipo de directores, grandes e incansables, que se pueden contar con los dedos de una oreja, que diría Perich. Entre los trascendentes cineastas del siglo veinte, Lang ocupa un lugar privilegiado, fundamental. En el siglo del cine él es el cine. Con su cine aprendemos el verdadero progresismo. Siempre a favor del débil y en contra del fuerte; siempre a favor del pobre y en contra del rico; siempre a favor mendigo y en contra del burgués; siempre a favor del humilde y en contra del orgulloso; siempre a favor del discapacitado y en contra del prepotente. Sus películas, siempre, son toda una lección de progresismo y brillantez. Lo que abunda, por desgracia, son cineastas que se creen progresistas y brillantes y no saben, los pobres, que no lo son.
Para ver cine mudo, nada como el auténtico. Quien crea que por haber visto a Jean Dujardin en la reciente ‘The artist’ plagiando a Douglas Fairbanks y Max Linder ya ha visto cine mudo está muy equivocado. Es como creer que sabe de qué va ‘La guerra de las Galias’ por haberse empapado de ‘Astérix’. Es más, me atrevería a decir que quien no haya visto los filmes de Fritz Lang ‘El doctor Mabuse’ y ‘Las tres edades’, pongamos por caso, no sabe lo que es el cine. Y es que Lang es el cine en estado puro y esos son dos de los títulos fundamentales en la época silente.
Hijo de un arquitecto, Fritz Lang (Viena, 1890-Los Ángeles, 1976) cursa sus estudios en el politécnico de su ciudad natal, ingresando después en la academia de Bellas Artes de Mónaco. Antes que por el cine, sus intereses expresivos se inclinan por la pintura, la decoración y la arquitectura. Aunque Lang rehúsa esta última carrera, no cabe duda de que le prepara para el expresionismo y el uso creativo de los espacios físicos. De muy joven abandona Austria con la finalidad de ganarse la vida como pintor profesional. Herido en combate durante la primera guerra mundial, en el transcurso de su convalecencia escribe narraciones y argumentos de hipotéticas películas. De este modo, y con la ayuda del productor Erich Pommer, empieza a trabajar en el cine teutón como guionista y ayudante de dirección, colaborando en bastantes producciones de la Decla Bioscop. Así, entre 1917 y 1921, colabora con Joe May (‘Die hochzeit im excentricclub’, ‘Joe Debbs’, ‘Hilde waren und der tod’, ‘La dueña del mundo’, las dos partes de ‘La tumba india’), Otto Rippert (‘Totentanz’, ‘Die frau mit den orchideen’, ‘La peste en Florencia’) o Erich Kober (‘Lilith und Ly’).
En 1919 debuta como director con ‘Halb-Blut’, al que siguen, ese mismo año, ‘Der herr der liebe’, ‘Hara-kiri’ y ‘Die Spinnen’ (en dos partes: ‘Der goldene see’ y ‘Das brillanten Schiff’). Erich Pommer, el productor de estos filmes, da la dirección de ‘El gabinete del doctor Caligari’ a Robert Wiene, película que tenía que dirigir Fritz Lang, enfrascado entonces en la segunda parte de ‘Die Spinnen’, que por motivos económicos debía terminarse inmediatamente, aunque el original conserva la concepción escrita por Fritz Lang, del ‘prólogo’ y el ‘epílogo’. Después de dirigir en 1920 ‘Das Wandernde bild’ y ‘Vier um die frau’, Lang rueda varios títulos fundamentales: ‘Las tres luces’ (1921), obra de rara belleza melancólica sobre la lucha del amor contra la muerte y que determina la vocación cinematográfica de Luis Buñuel; ‘El doctor Mabuse’ (1922, en dos partes: ‘El jugador’ e ‘Infierno de crímenes’), basado en una novela de Norbert Jacques que mezcla el relato criminal, el folletín y la ficción científica; ‘Los nibelungos’ (1924, en dos partes: ‘La muerte de Sigfrido’ y ‘La venganza de Krimilda’), ambicioso proyecto basado en una leyenda germánica y en antiguas sagas noruegas; ‘Metrópolis’ (1926), adaptación de una novela de su mujer y guionista, la sospechosa Thea Von Harbou, en una superproducción en torno a una ciudad donde viven infrahombres como esclavos; ‘Spione’ (1928), una suerte de variante del delincuente rastrero, científico megalómano y ocultista llamado Mabuse, y que Hitchcock admira profundamente; ‘La mujer en la Luna’ (1928), tan interesante relato como farragoso y ecléptico también; ‘M, el vampiro de Düsseldorf’ (1931), primer filme sonoro de Lang con un magistral Peter Lorre en el papel de un asesino de niñas, con la policía y la mafia trabajando en la misma dirección, y del que Joseph Losey realiza un remake veinte años después; ‘El testamento del doctor Mabuse’ (1932), rodada simultáneamente en versión alemana y en versión francesa sobre este personaje del que el realizador Werner Klinger efectúa un interesante remake; y ‘Liliom’ (1934), realizada en Francia tras huir de Alemania –donde ya estaba asentado- y de su mujer –la también realizadora Thea Von Harbou, quien colabora en numerosos guiones para Lang-, una adaptación entre la fantasía, el drama y la comedia de una popular obra de teatro de Ferenc Molnar que ya había sido llevada a la pantalla por Frank Borzage en 1930. Estos filmes, y esto es primordial, llevan el expresionismo a sus últimas consecuencias.
La orientación del cine alemán hacia la escuela expresionista se inicia con ‘El estudiante de Praga’ (Stellan Rye, 1913), ‘El Golem’ (Paul Wegener y Henrik Galeen, 1914), ‘Homunculus’ (Otto Reiner, 1916) y la ya citada ‘El gabinete del doctor Caligari’, para continuar con ‘Nosferatu’ (Murnau, 1922), ‘Sombras’ (Robinson, 1923), ‘Der Schatz’ (Pabst, 1923) y, por supuesto, los filmes mudos de Fritz Lang. Con estas películas y estos realizadores se inicia el reinado de los grandes operadores: Karl Freund, Carl Hoffmann, Fritz Arno Wagner, Eugen Schuftan, Theodor Sparkuhi, Emil Schünemann, Max Fassbaender, Guido Seeber, Otto Kanturek, Erich Hilzschmann, Hermann Saalfrank, Günther Rittau, Walter Ruttmann, Curt Courant, Oskar Fischinger, Konstantin Tschetwerikoff, Gustav Rathje o Karl Vash. Con ellos se subraya el tema de una historia y el alma de unos personajes a través de la armonía de luces y sombras y los extraños claroscuros, por encima de una mera concepción pictórica del decorado y un determinado estilo en la dirección de actores. En cualquier caso, el estilo expresionista de Lang se diferencia por su orientación arquitectónica y geométrica, épica y solemne, con un amplio registro que abarca desde las películas policiacas, de corte muy imaginativo, hasta monumentales epopeyas o parábolas sobre la omnipresencia del mal.
Su carrera norteamericana se inicia con dos lúcidos, mordaces y violentos testimonios críticos sobre esa sociedad estadounidense: ‘Furia’ (1936), arrebatador filme sobre el linchamiento basado en una historia de Norman Krasna y en el que se impone un forzado ‘happy end’ determinado por la conservadora Metro-Goldwyn-Mayer, y ‘Solo se vive una vez’ (1937), la arbitraria condena de un expresidiario sobre un argumento de Gene Towne. A partir de entonces, Fritz Lang cultiva diversos géneros, especialmente los temas criminales y judiciales: ‘You and me’ (1938), otra vez una historia de Norman Krasna en una suerte de cuento de hadas en el que el dueño de un almacén ofrece trabajo a exconvictos; ‘La mujer del cuadro’ (1944), un complejo filme de misterio entre un hombre solitario y una ‘femme fatale’ basado en una novela de J.H. Wallis; ‘Perversidad’ (1945), con el mismo trío protagonista del filme anterior, remake del clásico de Jean Renoir ‘La golfa’, a su vez basado en la novela de Georges de la Fouchardière y la obra del mismo título de Mouézy Eon; ‘Secreto tras la puerta’ (1947), un melodrama de suspense sicológico en la línea de las hitchcockianas ‘Recuerda’ o ‘Sospecha’; ‘House by the river’ (1950), una excelente intriga sobre la novela de A.P. Herbert en la que la fatalidad del destino vuelve a jugar un papel primordial; ‘Clash by night’ (1952), otro melodrama inspirado esta vez en la obra del gran Clifford Odets que trasciende la típica historia del triángulo amoroso; ‘Gardenia azul’ (1953), una discutible adaptación de la narración de Vera Caspary; ‘Los sobornados’ (1953), uno de los filmes más violentos de Lang según la novela de William McGivern, con esa escena en que Lee Marvin arroja café hirviendo a la cara de Gloria Grahame; ‘Deseos humanos’ (1954), con la misma pareja protagonista del filme anterior, una versión libre de ‘La bestia humana’ de Zola, novela que también sirve de base para un filme de Renoir; ‘Mientras Nueva York duerme’ (1956), una atropellada adaptación de la novela de Charles Einstein sobre la rivalidad de varios reporteros para tratar de resolver una serie de brutales asesinatos sexuales; o ‘Más allá de la duda’ (1956), último filme americano de Lang, en una tan ambigua como apasionante historia, con más de un giro insospechado, alrededor de un escritor que coloca falsas pruebas contra sí mismo en un caso de asesinato para demostrar la deficiencia de las leyes y la policía.
Tributario de un romanticismo pesimista, la obra de Lang se desarrolla en torno a unos temas clave: la culpabilidad (verdadera o atribuida), el hombre acosado por un destino implacable o por el medio social, el fatalismo, el instinto de venganza… Dominado por la idea de la inexorable fatalidad, Lang se expresa mediante el cine de acción, propicio a mostrar persecuciones y personajes acosados, que aparecen en sus películas de guerra y de resistencia, de espionaje o de aventuras: ‘El hombre atrapado’ (1941), soberbio drama sobre la novela de Geoffrey Household que significa el primero del ciclo de filmes antinazis rodados por el maestro; ‘Confirm or Deny’ (1941), un filme con argumento del gran Samuel Fuller en el que Lang no figura en los créditos porque enferma durante el rodaje y es reemplazado por Archie Mayo, quien termina y firma; ‘Moontide’ (1942), basado en una novela de Willard Robertson y como en el anterior es Mayo quien firma el filme, del que Lang solo rueda cuatro días; ‘El ministerio del miedo’ (1943), sobre la novela del sobrevalorado Graham Greene que incluye microfilmes robados, descarrilamiento de tren, falsas sesiones de espiritismo y asesinato; ‘Los verdugos también mueren’ (1943), un argumento del gran Bertolt Brecht en torno al sentido de la paranoia social y la angustia personal con discretos resultados; ‘Cloak and dagger’ (1946), una turbia y no del todo conseguida historia de Boris Ingster y John Larkin basada en el libro de Corey Ford y Alastair MacBain; ‘Guerrilleros en Filipinas’ (1950), un mediocre bélico según la novela de Ira Wolfert con el general McArthur, la guerra de guerrillas y los japoneses de por medio; y ‘Los contrabandistas de Moonfleet’ (1955), un hermoso filme de aventuras en torno a un joven huérfano en un pequeño puerto británico en 1757 basado en la novela de John Meade Falkner.
Sus obras ofrecen un imaginario opresivo, dominado por un gusto plástico expresionista, sabiamente integrado en la acción, y su sentido arquitectónico y del volumen encuentra eficaz cooperación en los operadores y decoradores: Joseph Ruttenberg, Leon Shamroy, George Barnes, Charles Clarke, James Wong Howe, Milton Krasner, Henry Sharp, Sol Polito, Stanley Cortez, Edward Cronjager, Hal Mohr, Nicholas Musuraca, Charles Lang, Burnett Guffey, Ernest Laszlo, William Snyder… Con un hábil empleo de los silencios y de los encadenados, Lang utiliza el tema de la culpabilidad (una de sus obsesiones recurrentes), a través de la violencia y el ritmo nervioso y sostenido. Sus obras, de gran crudeza crítica, son tragedias de la inocencia perseguida y de la culpabilidad aparente, con el tema de la pareja enfrentada y hostilizada por el medio, y logran, pese a ciertos convencionalismos en los guiones –a pesar de la estatura de los Sam Hellman, Robert Carson, Dudley Nichols, Jo Swerling, Nunnally Johnson, Daniel Taradash, Alfred Hayes, Charles Hoffman o Douglas Morrow-, sus obras logran, digo, una conmovedora emotividad atravesada por un fatalismo inexorable, contra el cual no puede luchar el hombre. Unos hombres (y mujeres) llenos de brío e intensidad, de energía y contundencia, a los que dan vida intérpretes como Spencer Tracy, Sylvia Sidney, Walter Brennan, Henry Fonda, George Raft, Gene Tierney, Jackie Cooper, John Carradine, Robert Young, Randolph Scott, Walter Pigdeon, Joan Bennett, Roddy McDowall, Don Ameche, Jean Gabin, Ida Lupino, Claude Rains, Edward G. Robinson, Dan Duryea, Ray Milland, Gary Cooper, Michael Redgrave, Tyrone Power, Marlene Dietrich, Arthur Kennedy, Mel Ferrer, Barbara Stanwyck, Robert Ryan, Marilyn Monroe, Richard Conte, Anne Baxter, Glenn Ford, Gloria Grahame, Lee Marvin, Broderick Crawford, Stewart Granger, George Sanders, Jack Elam, Dana Andrews, Vincent Price, Joan Fontaine o Debra Paget.
Lírico y arrebatador, poderoso y elegante, lleno de inquietud y ética, de una violencia contenida y crispante, sobria y extraña, Fritz Lang depura el reflejo de la fatalidad del destino y la lúcida expresión de un mundo de pesadilla, y realiza tres wésterns en el conjunto de su carrera: ‘La venganza de Frank James’ (1940), su primer filme en color y una agradable continuación del filme de Henry King ‘Tierra de audaces’, realizado un año antes; ‘Espíritu de conquista’ (1941), un discreto relato sobre el tendido del primer cable transcontinental de telégrafos basado en la convencional novela de Zane Grey; y ‘Encubridora’ (1952), su mejor filme del oeste según una narración de Silvia Richards. En 1959 reanuda su carrera en Alemania, donde realiza el serial de aventuras exóticas ‘El tigre de Esnapur’ y ‘La tumba india’, evocación y retorno a los principios de su filmografía, y ‘Los crímenes del doctor Mabuse’ (1960), en donde el hijo del científico megalómano prosigue las fechorías de su inquietante padre. En 1963, Lang interpreta un destacado papel –encarnándose a sí mismo- en la película de Jean-Luc Godard ‘El desprecio’. Finalmente, Lang opta por regresar a Estados Unidos, agotando los últimos días de su vida en su residencia de Beverly Hills.
La vida, en fin, de uno de los cineastas fundamentales del siglo veinte. El gran Lang. El incansable. De esto y mucho más habla Usón en este concienzudo análisis de su obra, una telaraña del destino que no deja de ser un guiño al impulso cinematográfico de Buñuel, cuando, en su más surrealista juventud, queda subyugado por esas ‘tres luces’ del maestro austriaco. Al fin y al cabo, lo que hace Fernando Usón en este volumen, escrito con elegancia, es anclar como un barco a la deriva el relato de un tiempo cada vez más escurridizo, menos dispuesto a ser presa de ninguna estrategia cinematográfica, siempre a cubierto de una épica que solo podría convertirlo en un vulgar inventario de la nada.