Por Milagros Ortega
Me siento prisionera entre las estructuras
de esta vivienda urbana, de cuyos ventanales
me muestran a diario los diáfanos cristales
un exterior que animan policromas figuras.
Se deslizan los días exentos de premuras,
los unos y los otros exactamente iguales
y avanza el deterioro por causas naturales,
como una más de tantas humanas desventuras.
Hoy, cuando ya no importan plácemes ni censuras,
me acojo a cuanto apenas al nacer poseía:
un ávido discurso descuidado en exceso
que hasta aquí me ha traído elucubrando a oscuras,
asistida tan solo por esta rebeldía
que aún clama por el curso natural del progreso.