El gran Luis Grañena en la sala África Ibarra del Paraninfo


Por Max Calor

    El gran ilustrador, pintor y caricaturista Luis Grañena y del que la redacción pollera esta orgullosa pues  empezó su internacional carrera siendo el viñetista del Pollo Urbano cuando lo cobijaba el  Heraldo dominical inauguró una imponente exposición  en la sala África Ibarra del Paraninfo zaragozano ¡No se lapierdan!

Los recuerdos:

Palabras de Luis  Grañena con  motivo del 40 aniversario del pollo Urbano y la publicación del libro: “Plumas del Pollo en Heraldo de Aragón”

https://www.youtube.com/watch?v=OBvrOsBybgQ

Referencia: en el número 127 del Pollo Urbano apareció esta crónica al respecto de una gran exposición suya en Calaceite, (Teruel):

https://www.elpollourbano.es/pintura/2012/06/gran-exposicion-de-granena-en-calaceite/

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La afantasia vertiginosa del retratista

Por Antón Castro

    De niño, en su colegio, Luis Grañena (Zaragoza, 1968) solía pintar los murales de Navidad. Era su don y una inclinación que hacía con naturalidad este tímido formidable desde entonces, de esos que se sobrecogen ante las entrevistas y la idea de teorizar. No tardaría en frecuentar la Escuela de Bellas Artes y más tarde se licenciaría en Historia del Arte. Mostró sus trazos en ‘El pollo urbano’, una creación del dramaturgo y promotor cultural Dionisio Sánchez, y sería él quien lo empujaría hacia las páginas de Heraldo, donde brillaban los dibujos de Calpurnio Pisón y de Isidro Ferrer.

     La misión inicial de Luis Grañena no era el dibujo, ni el retrato ni la caricatura, sino la infografía, pero poco a poco iría deslizándose hacia ahí hasta convertirse con Cano, autor de una viñeta diaria, que trabajaba desde su casa con su humor inteligente y corrosivo, y con Alberto Aragón en la voz gráfica del periódico. Aparecía en cualquier sección, especialmente en el ‘Muévete’, en ‘Artes & Letras’ o en el ‘Hoy Domingo’, pero también en las páginas de cada día. Para entonces, desde finales de los años 90, este aprendiz de Al Hirschfeld, David Levine o Philip Burke, por poner tres de sus maestros o iconos que le interesaban mucho, ya había encontrado su sitio y se esforzaba en desarrollar una estética, una forma de mirar. Al principio era más feísta, o menos perfeccionista, como si el impacto de Levine fuese más nítido y entendiese que la vida se cuece con impurezas y desgarros; poco a poco, fue derivando hacia un arte más preciso, donde conviven la belleza, la depuración y la eficacia con un toque de color, que siempre es algo más que ornato o vana exuberancia.

     La historia de la caricatura en Aragón cuenta con grandes maestros, desde Ramón Acín, aquel modesto fray Acín, tan inspirado y deudor de Castelao, hasta Manuel Bayo Marín, Marcial Buj ‘Chas’, Luis Sanz Lafita, Guillermo Pérez Bailo o el turiasonense Francisco Ugalde, que estaba en todas partes, y llega hasta Manuel del Arco, Iñaki, Antonio Postigo, que lleva una vida completa en la prensa, y José Luis Cano, quien, además de ser un caricaturista clásico, capaz de exagerar un defecto y de criticarlo, como mandan los cánones del género, es también un gran narrador visual, de asombrosa versatilidad, y un teórico del arte. Con Cano, ha recordado alguna vez Luis Grañena, “aprendíamos todos y aprendíamos siempre”. En todos ellos,  como los citados Calpurnio Pisón e Isidro Ferrer (que ha encontrado su personal camino en la ilustración, el diseño gráfico y la cartelería), están el ADN de Luis Grañena, que ha sabido quemar etapas y aprender en esa búsqueda de un principio: menos es más. Con menos trazos y líneas y sombras, mejor. El  minimalismo a su personal modo es una forma de esculpir y rebañar aristas desde la observación, la inteligencia y la pura afinación de caracteres, gestos y rasgos físicos.

    Al Hirschfeld dijo: «Tomo una hoja en blanco e invento una línea. Primero, dibujo a lápiz, y sigo con tinta y pluma solo cuando he eliminado lápiz hasta el mínimo absoluto». He ahí una propuesta que sigue Luis Grañena. Él también dibuja a mano, o ha dibujado a mano la primera idea, el primer boceto, y a partir de ahí la figura ha ido creciendo en ese viaje estilizado hacia la interpretación al retrato a través de la caricatura. Desde hace algunos años, su manufactura pasa por el uso de diversos programas de ordenador, sin perder jamás calidades, texturas, poder de sugerencia y ese humanismo no exento de humor que tanto le interesa. Hirschfeld también añadió en su libro Art and Recollections algo que explica muy bien la actitud de Luis Grañena: «El tema que me motiva e inspira es la gente. 

       Tradicionalmente, percibimos la caricatura como una forma de arte cruel, cuya idea es identificar y exagerar un rasgo o defecto para presentar una imagen poco favorecedora. La caricatura implica crítica o criticismo. Por eso, no me refiero a mis dibujos como caricaturas. Prefiero pensar que son dibujos de caracteres y personajes. Me siento más cómodo cuando me clasifican como un caracterista o personajista, si existe esta palabra». Por lo que dice y lo que lo que hace, Luis Grañena, que habrá realizado más de 3.000 caricaturas, asume este autorretrato. Le pasa lo mismo: sus caricaturas no satirizan, no denuncian, sino que retratan el alma, detalles del rostro, hasta accidentes del cuerpo o expresiones del pensamiento. Y es ahí donde se siente cómodo, realizado, a punto para volar.

     Durante varios años, casi una década,entre muchas otras cosas, Luis Grañena ilustró la página 8 de ‘Artes & Letras’ de Heraldo de Aragón, el artículo de Félix Romeo Pescador (Zaragoza, 1968-Madrid, 2011) y lo hacía siempre con un nivel de inspiración increíble en una mezcla de ilustración e interpretación a la caricatura. Por lo regular, tenía dos o tres días, a veces más, pero también tuvo cuatro o cinco horas, y en ese tiempo, en medio del intenso quehacer, era capaz de hallar un punto de vista, una opción, una medida de la verdad a través del trazo, del gesto y del cromatismo. Félix Romeo, que a veces podía ser parco en el elogio, estaba muy feliz. Aquella página 8 de todos los jueves era el dichoso diálogo de dos grandes intérpretes de los libros y de las almas, y ahí Luis Grañena dio una buena parte de lo mejor de sí mismo. Y luego, tras el fallecimiento de Félix a consecuencia de un infarto, le dedicó estupendos retratos, llenos de agudeza, de fantasía y de ternura.

    Con el paso del tiempo, Luis Grañena dejó primero la redacción de Heraldo y después el propio diario e inició nuevos proyectos, durante mucho tiempo  con su gran amigo Alberto Aragón y luego en solitario. Empezó a colaborar con periódicos y revistas de Estados Unidos, Francia, Portugal, pero también con publicaciones españolas como La Vanguardia, El País, ctxt.es o Letras Libres, por citar algunos ejemplos, y ensanchó su campo de inspiración, el nivel y la frecuencia y el origen dispar de los encargos. La Society of News Desing (SND), organizadora de los galardones de diseño periodístico más importantes del mundo, ha premiado en varias ocasiones su trabajo.

   Luis Grañena ha hecho de todo. Y hace de todo. Es un pintor más bien figurativo que disfruta con el acrílico, es ilustrador (ha ilustrado libros como Mujeres del reino, de Alfonso Ussía, y En el último minuto, de Daniel Nesquens), ha realizado portadas, le gusta jugar y experimentar con los materiales y diversas estéticas, pero está claro que donde más cómodo se siente es en la caricatura despojada de virulencia o de sátira. Ha caricaturizado a numerosos artistas, escritores, pensadores, músicos, bailarines, fotógrafos, actores; si pensamos en el campo de la cultura. Ha hecho políticos de todo el mundo, sin temor alguno, y otro tanto sucede con los deportistas. Casi todo aquel que en un determinado momento ocupa las primeras páginas de actualidad ha sido retratado por Grañena, y a menudo en varias ocasiones: pensemos el presidente Pedro Sánchez, el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, con el que fue tierno y cruel a la vez, y se aproximó más que nunca a la sátira y a la diatriba, Donald Trump, Vladimir Putin, Obama. Y tantos y tantos otros.

      Luis Grañena aprendió pronto que un personaje tiene varias o incluso muchas caricaturas, y que estas dependen de la intención y la inspiración. “Creo que con la caricatura se puede ser frío y distante, implicarte menos que con otro tipo de ilustración, aunque parezca lo contrario”, le dijo a la diseñadora y pintora Pilar Ostalé, compañera durante años en Heraldo. Luis Grañena nunca olvida otra clave básica u otra exigencia: el parecido. La imaginación es libre, el talento es un tesoro, pero deben aliarse para hacer reconocible al sujeto, y mejor aún si es con algún elemento gracioso. Y si repasamos su obra no hay duda. Maneja muchos resortes para llegar a lo que quiere, que no siempre es lo mismo. Mira, mira, repasa vídeos, se aproxima a su personaje, lee sus libros, mira sus actuaciones, y de todo ello, mejor con dos o tres días tiempo, sale el retrato. “Como un escultor, cincela, convierte las líneas en gestos que evocan y construyen los rostros conocidos”, ha escrito el periodista Pedro Zapater.  

    Grañena no tiene una fórmula única. Se deja llevar por el azar, por la intuición y por la experiencia. Rara vez está contento. Ni siquiera cuando clave a una figura. Pensemos en Rafael Nadal. Le ha hecho varias aproximaciones a la caricatura y siempre resalta dos o tres aspectos: el poder de su brazo izquierdo, su capacidad de lucha y su fortaleza mental. Y ha jugado con distintos colores para retratar a un hombre que encarna al deportista sacrificado que le debe mucho a su convicción, a su bravura y a su terquedad. Rafael Nadal es completamente distinto a Roger Federer, que tiene algo de bailarín finísimo que no suda, o de acróbata que nos encandila con sus movimientos suaves, y quizá incluso deje traslucir que puede mostrarse vulnerable. Veamos la de Diego Armando Maradona: ensalza su personalidad, su carisma, su redondez que nunca fue una merma para su habilidad, la energía que le daba la camiseta de la selección argentina. Es uno de esos retratos impecables que aspiran a la perfección y la logran con la habitual naturalidad del artista.

    Cada caricatura de Luis Grañena contiene una historia. Pensemos en Luis Buñuel: el artista retrata al personaje con esa mezcla de brutalidad, concentración y perplejidad, traza los ojos desiguales, lo viste de un modo bastante preciso, potencia la rudeza del rostro y luego alude a la navaja barbera, al bordado de algunas de sus películas, a su pasión por los insectos y a los tambores de Calanda. En esa caricatura, Grañena desmenuza una parte del anecdotario y los asuntos del director de Viridiana. Y seguramente existen otros detalles en los que podríamos abundar a propósito de la mirada compleja y quintaesenciada del director. Con el actor John Wayne quizá incurra en cierto nivel de sátira o de crítica, a la vez que refleja a un emblema del cine del oeste, más bien arrogante, de andares sobrios y siempre armado de pistola y rifle, como sucede en algunas de las películas que hizo con John Ford. La caricatura tiene muchos matices. Igual que sucede con Marilyn Monroe o con Madonna: a ambas les descubre un un gesto entre soberbio y displicente, aunque a Marilyn también la retrató con su inmensa sensualidad a cuestas, con esa fotogenia que parecía sobrenatural.

     En la literatura ha logrado algunos de sus mejores piezas: la de Arturo Pérez-Reverte, seguro de sí mismo y desafiante ante el mundo; la de José Saramago, vuelto hacia sus meditaciones y sus laberintos de sombra; la del Nobel Tranströmer, pura sensibilidad, desamparo y dulzura; la pose y la provocación de Michel Houellebecq; la entereza y la dignidad de Albert Camus; la espiritualidad de Amélie Nothomb; la fuerza y la valentía de un complejo y sensual Fernando Savater; la vitalidad y las contradicciones de Ramón J. Sender en un retrato tan humano como implacable. En política sucede otro tanto: Luis Grañena maneja muchos datos, estudia, absorbe ideas y principios, rebaña anécdotas y, finalmente, acota lo que desea: un retrato para siempre con los atributos de su personaje. Un daguerrotipo que incluye un punto de vista psicológico, muchos matices, contexto y una incuestionable percepción de la belleza. Su forma de trabajar, el vértigo de sus líneas y el lujo cromático lo vemos a diario en sus colaboraciones y, anualmente, en los dibujos a vuela pluma que hace para la entrega de premios de la Fundación José Antonio Labordeta, a quien le dedicó varios retratos, y dejó la huella de su genio y de su plasticidad en su libro de amigos y recuerdos Mercado Central (Xordica, 2011).

    Esta exposición en la sala África Ibarra es una oportunidad de admirar a un caricaturista excepcional y generoso que sabe mirar y, trazo a trazo, sombra a sombra, color a color, se atreve a llegar hasta los rincones más secretos de cualquier personaje del que extrae un retrato tan moral como intemporal y definitivo. Vuela un pájaro, Luis lo mira y atrapa sus devaneos y su plumaje e inmortaliza su pequeño cuerpo vuelto hacia la luz.

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