Ojeando Zaragoza


Por Carlos Calvo

Si alguien no conoce Zaragoza y desea penetrar en su fisicidad urbana, la exposición de fotografías del artista Miguel Sanz, expuestas en el salón de actos de ‘El corte inglés’, es un recorrido histórico y sentimental por una cuna romana que debe su emplazamiento a la confluencia de los ríos Huerva y Gállego, en el centro de la depresión del Ebro, fundada entre los años veinticuatro y catorce antes de Cristo como una colonia inmune, donde soldados que lucharon con César Augusto forman una nueva ciudad colonial.


Miguel Sanz Lázaro (Zaragoza, 1957), que desde 2008 ha realizado varias exposiciones individuales (‘Reflejos’, ‘Pinceladas’, ‘In memoriam’, ‘Aberraciones cromáticas’, ‘Lomografías’, ‘Dos miradas), también colectivas, emprende en ‘Ojeando Zaragoza’ un encuentro con un pasado y un presente comunes, y, por consiguiente, explora el pasado como una manera de interrogarse sobre el presente, como cuando expresa el encanto que le producen las calles y callejuelas, las plazas y plazuelas, las iglesias y monumentos, los comercios y tabernas, los carteles y luminosos, las terrazas y fachadas, las fuentes y esculturas, los hierros fundidos y barandillas, los arcos y murallas, capaz de reunir, en un mismo punto en el espacio, dos tiempos tan distantes, unos retratos de paisajes urbanos completos y sagaces de una cultura en la cual es posible reconocernos, reconocerse el propio autor.


Una exposición que encierra, entre el arte fotográfico y la textura de acuarela, una connotación relacional de la vida comercial de una ciudad, que discurre tradicionalmente como anexo de su existencia social, cultural e histórica: el bazar ‘Quiteria Martín’, la farmacia ‘Rived’, el antiguo casino mercantil, las murallas romanas, el ‘arco del deán’, la ‘maja del abanico’ y la ‘samaritana’, las torres mudéjares de la Magdalena y San Gil, las vías públicas del Coso, Alfonso I, Joaquín Costa, Cortesías, Mayor, Palafox, Temple, Estébanes, Cuatro de agosto, Contamina, Jordán de Urriés, Maestro Luna, Blasón aragonés…


El fotógrafo, en efecto, queda atrapado por el atractivo, por la profunda seducción del casco histórico de Zaragoza, uno de los más grandes de España. Sus espacios urbanos, la presentación tan estimulante siempre de la historia que en ellos habita, tantas líneas de fuerza, tantas redes, todos aquellos panoramas en que tantas vidas dialogan entre sí, conviven en la zona antigua de esta ciudad inmortal y se desvelan fácil y llanamente a los entendimientos de aquellos que les prestan un mínimo de atención.


Esa atención que presta el dibujante, ilustrador y diseñador gráfico Miguel Sanz, que a finales de la década de 1980 se interesa también por el arte fotográfico, en una serie de instantáneas tratadas con varios procesos para conseguir el efecto de pintura-dibujo hiperrealista y acabadas con unos toques degradados, a la manera de un efecto bucólico de postal artesana. Sus colecciones han estado expuestas en galerías de Zaragoza, Vitoria, Bilbao o Madrid, y ha acudido igualmente a ferias internacionales, desde Bélgica hasta Alemania.


La fotografía no es simplemente un medio para reflejar la realidad. La fotografía devuelve, además, los puntos de vista, las opiniones, incluso los afectos de aquellos que los realizan, para ver, para interpretar espacios, acaso para captar los que no se ven. Miguel Sanz se empapa del alma del casco histórico zaragozano y lo fotografía. Y recupera imágenes desde la personalidad profunda, resistente y abierta de cada uno de sus rincones.

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