Por Paco Paricio (Los titiriteros de Binéfar)
CULTURA DEMOCRÁTICA
La cosa se empezó a torcer cuando los adolescentes que recibían por todas partes modelos que los empujaban a una “adultez” forzada, dejaron de compartir juegos, especialmente el corro, con sus compañeros más pequeños, se rompió entonces una vieja cadena de transmisión.
El corro supone un juego-baile social e igualitario en el que coordinamos fuerzas y movimientos con los demás, en él bailamos, cantamos, giramos, todos juntos, todos iguales.
FASE UNO: EL PROFESIONAL
Las comisiones de fiestas, en los pueblos, al final de eso que llamamos la transición, fueron aceptando la música falsa y programada como orquesta de baile, se priorizaba la potencia sonora de los altavoces, los juegos de luz de los focos, la belleza y el vestuario de la cantante, más que el oficio musical de los intérpretes.
Los vecinos dejamos, poco a poco, de organizar cucañas, chocolatadas, ginkanas, rondas y pasacalles, pues apareció un “profesional” (agente, manager o representante) y dijo: No tenéis que preocuparos de nada, yo organizo por cuatro perras, las orquestas, los juegos de los críos y alguna “cosilla” más que podáis necesitar y vosotros ¡a disfrutar de la fiesta!, y ya puestos, prosiguió, no tenéis que llamar a la revista, o al cabaret, a la charanga del día del patrón, a los títeres, ni al teatro ese que hacéis la víspera como semana cultural, yo me encargo.
Los colectivos vecinales, las comisiones de fiestas, hicimos dejación de nuestro papel histórico, y se empezó a perder, el componente social de la cultura festiva.
FASE DOS: MALINCHISMO
Llegaron las secciones de cultura de las diversas administraciones, (diputaciones, autonomías y municipios grandes) los responsables eran personas “de mundo”, “viajadas”, con una mentalidad del todo contraria al chauvinismo: el malinchismo, lo de fuera siempre es mejor, la música el teatro, la orquesta, mejor si es extranjera o capitalina, y copiamos aquello tan americano de la “cultura de consumo” el “show Business” y se fue diluyendo la esencia profunda e intangible que tenían los viejos ritos festivos y sociales, que en ocasiones incluían provocación, iconoclastia, espíritu carnavalero.
Toda esa transgresión se fue relegando al ámbito privado y la cultura festiva y teatral, la fuimos sustituyendo por neutros y vistosos actos sin compromiso, ni raíz, ni participación social, pura posmodernidad neutra, vacía, tranquilizante e individualista. “Es muy bueno”, se decía…
¿Muy bueno para qué?, me pregunto ahora.
FASE TRES: DESPOTISMO
Y llegaron, los técnicos de cultura, ellos sabían lo que había que dar al pueblo, pero sin el pueblo.
Los técnicos de carrera tenían que contentar, por una parte, a sus responsables políticos y a la vez dar gusto a sus predilecciones.
Se crearon las ferias profesionales de la fiesta y el teatro y empezaron los intercambios, los circuitos exclusivos.
Se crearon las clases y jerarquías culturales: El programador “Clase A” con hoteles y dietas cubiertos, la compañía “Clase B” en pensiones y… “ya puede estar agradecida porque nos hemos acordado de ella”,
Todavía quedaba un resto de tiempo para realizar la tan necesaria “escucha social” pero se iba dilluyendo.
Se cortocircuitó también el diálogo entre artistas poco aduladores y los responsables de las programaciones.
¿FASE CUATRO?
Dicen que estamos en cambio de ciclo cultural, parece ser que ahora vendrán las lucecitas deslumbrantes, el famoseo de las televisiones paseándose por nuestros pueblos, lo exclusivo, exclusivista y (en fondo y la forma) excluyente; Los toros como verdadera cultura, el españolismo tópico y antiguo que se pretenderá verdadero.
“Ya nos toca”, dirán, “vosotros ya habéis hecho la vuestra”.
CONCLUSIÓN
No hemos aprovechado todos estos años de libertad y democracia, pues no hemos sabido crear entre todos: artistas, gestores y responsables políticos, una verdadera cultura democrática manteniendo la esencia social, comunitaria, con raíces y proyectada al futuro. Si lo hubiéramos hecho ahora tendríamos una vacuna contra la cultura intolerante y excluyente.
¡Talía, nos ampare!