Dionisio Sánchez entrevista a Alfonso Azcona (II)

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Por Dionisio Sánchez    

    En la anterior entrevista  dejaste ver como muy importante la relación que tuviste con   Milagros Navarro y la oportunidad que te dio al brindarte su sede de Calvo Sotelo  para  iniciar  “unas interesantes e inquietantes, por su temática y autores, lecturas de obras de teatro que tuvieron una extraordinaria acogida…..”. ¿Puedes ampliarnos este aspecto? -Si, Milagros Navarro me abrió las puestas de su Sede del S.E.U. en el piso de la avenida de Calvo Sotelo, creo que era el número 4, para cuantas actividades se me ocurrieran organizar referentes al teatro. Aunque el piso era grande, no reunía las condiciones para hacer teatro, por lo que pensé que podíamos iniciar la experiencia del teatro leído. Cuestión de imponderables: las habitaciones daban todas a la calle, y abriendo sus puertas laterales de cada una, que se comunicaban, resultaba un espacio largo y ancho, ideado para ser utilizado como sala de conferencias, actos culturales, reuniones de charlas educativas y sociales, que podían admitir las suficientes sillas de tijera como para juntarse unas cien o más personas. Con Milagros, que era una mujer además de inteligente y culta, emprendedora, ideamos traer de otro lugar del S.E.U. una tarima en forma de  plataforma ancha y elevada, abarcaba de un lado al otro de la pared, con lo que la tribuna para la lectura estaba servida. Quedaban dos espacios, uno por el que se salía al pasillo, y otro, que cubrimos con las cortinas de cretona que ya existían, y dónde se ocultaban las personas que encargadas de poner la música, de los efectos especiales y de las luces…. Espació en el que naturalmente también me metía yo. En resumen habíamos creado el espacio escénico, con las escasas, pero muy aprovechadas posibilidades que ofrecía el piso. Bienvenida Milagros Navarro y  Calvo Sotelo en plena Gran Vía de Zaragoza. Acabo de describirte, querido Dionisio, las bases sobre las que se asentaron las lecturas de teatro.

En aquella época, ¿fue muy importante el teatro leído?

-Imprescindible para acercarnos al teatro y darlo a conocer a las personas que no teníamos otro medio de acceso. Como ya sabes el teatro leído no fue una innovación, ni menos un invento mío. En la misma ciudad, en casas de particulares cultos, inteligentes, amantes de todas las manifestaciones del arte, se hacían reuniones donde se leían obras de teatro, clásicas, prohibidas por la censura, y originales de autores nativos aragoneses. En casa del melómano Eduardo Fauquié, en la misma plaza de san Cayetano, en la que los Labordeta tenían el primer colegio y su vivienda, donde también se hacía toda clase de reuniones cultas, en  las organizadas por el apaleado y ninguneado por aquellos años Federico Torralba, eximio profesor de arte que finalmente consiguió que el Estado le concediese el título de Doctor y la cátedra que durante tantos años se le había negado alevosamente. Y más raramente, pero también, en la de la mecenas de la torre del Pilar , Doña Leonor Sala de  Urzaiz, más conocida por sus saraos con la juventud elitista de la ciudad, pero consciente en cuanto al papel de egregia dama que tenía que ejercer ante el pueblo aragonés. Y otros salones más donde se practicó el loable arte del teatro leído, e incluso medio representado. Pero si me dejas hablar, amigo Dionisio, divago por tantos para muchos desconocidos senderos de la ciudad, y me alejo  del tema por el que me has preguntado. El teatro leído tuvo en aquellos años tanta importancia porque el pueblo necesitaba e inconscientemente tenía sed y hambre también de cultura, y específicamente de lo que siempre había emanado de él: el teatro. La prueba fue que desde la primera lectura y luego, enterados más aficionados y amantes del teatro, el piso promocionado por la Regidora, estuvo lleno en cada representación, teniendo que presenciarla de pie, apoyada en las paredes, muchas personas. Esta modalidad de teatro fue muy pronto y fácil de asimilar por tanta gente que desde su niñez se había acostumbrado a escuchar en la radio al igual que los interminables seriales, tipo “Ama rosa”, un variado repertorio de obras de teatro que solían emitirse un día fijo de la semana,  dedicado al teatro, que todos conocían de antemano y que se apresuraban a escuchar por estar interpretados por locutores y actores de primera categoría, cuyas voces les eran familiares y podían trasmitirles emociones, sentimientos, pasiones tan directamente que la risa o el llanto brotaba con autenticidad de los oyentes. Así tuvo relativamente fácil aceptación el teatro leído, aunque el fenómeno consistía en la dicotomía de que en la radio, ni siquiera veían la fisonomía de los personajes, y podían imaginárselos según su deseo o fantasía, y en el teatro leído, tenían que enfrentarse a unos rostros, unos cuerpos vestidos como ellos mismos, a su imagen y semejanza, y se veían obligados a  apoyarse en la magia la convicción y fuerza de la voz -si los lectores la tenían-, para creerse  los personajes que representaban. Pero esta no sencilla dificultad, la superaron pronto, porque los actores seleccionados, al menos de los que yo dirigía sabían trasmitirles con el don del artista nato, situaciones que el texto ya creaba forzadas o absurdas, argumentos caóticos, trágicos o disparatados, y fueron aprendiendo a reír y llorar, incluso podían abuchear si no les convencía lo escuchado, o aplaudir en medio de un diálogo o monólogo de la obra; en suma se acostumbraron a sentir y padecer  con aquellos lectores que acabaron pareciéndoles pertenecer a otro mundo por encima del suyo, irreal o auténtico, pero asimilable por sus egos.

¿Era el Teatro Leído, pues, una fuente para descubrir a la cantera actoral de aquel momento?

En mi caso no se dio esa coincidencia. De entre los muchos lectores que dirigí, solamente dos chicas, Ángela Domingo, que trabajó conmigo durante todo el tiempo que fui director del T.E.U., y María Pilar Dorda, que colaboró en dos puestas en escenas, el resto no continuó conmigo. Toño Ginés, con una prodigiosa voz llena de resortes pertenecía al teatro de Alberto Castilla, lo mimo que Gracía Berges y  García Berges, pertenecían al teatro de Castilla y, terminada su colaboración en mis lecturas, los perdí de vista. Manuela Citoler, a excepción de una serie de entremeses que hicimos en la puerta de la iglesia de San Juan de los Panetes, y Ángela Sanjuán no quisieron complicarse la vida con los ensayos que iba a implicarles pertenecer al T.E.U. El teatro leído, fue una cantera en cuanto a ingenieros de sonido o expertos en  electricidad o en música, y alguno que intervino leyendo pequeños papeles, pero los actores que colaboraron conmigo fui captándolos en las distintas Facultades, o bien acudieron a mi cuando hice el llamamiento para una convocatoria de universitarios que quisieran trabajar en el T.E.U. del que al fin me habían nombrado director. También hubo algunos que se presentaron a mi porque querían hacer teatro y después de probarlos, si servían los cogía como actores. Sin embargo, de los colaboradores que tuve en el teatro leído, intuyendo en ellos idóneos actores en la escena, no siguieron conmigo, sin especiales motivos que lo explicaran, por lo que no puedo decir que de aquellas lecturas, resultaran la cantera de actores que pasaron a formar parte de mi equipo de teatro representado.

¿Qué autores y qué obras fueron leídas bajo tu ditección? ¿Puedes pormenorizarnos como se produjo la elección de cada una de esas obras? Vayamos una por una…

-Para tantear a los  posibles auditores, elegí como estreno “Vidas privadas” de Noël Coward, autor inglés que la estreno en el King´s Theatre de Edimburgo en 1930, con Laurence Olivier y el propio director y autor Coward como los protagonistas masculinos, y con tal éxito que se trasladaron a Nueva York , donde estuvo en Broadway representándose más de dos años. Es una deliciosa comedia moderna de enredo, amores, celos, bodas y divorcios, platos y otras armas agresivas usados por los protagonistas. Tuve el acierto de encontrar las voces, e incluso, con  las chicas el tipo que caló y encanto, haciendo reír y dejándose comprender por los presentes, en su mayoría jóvenes universitarios. Fueron lectores Merche Avizanda, Ángela Raquel Sanjuan, Toño Gines y Jesús García Berges Aunque avaramente, se publicaron una líneas en el Boletín que publicaba el S.E.U. y tuvo en la Facultad amplio eco y buena acogida a juzgar por los comentarios y preguntas que nos hacían a cuantos habíamos intervenido en el evento. Esto me animó a pensar en montar lo más pronto posible una nueva lectura y me decidí, sin dudarlo por “Delito en la isla de las cabras” que Ugo Betti dio a conocer en 1946 y que en España popularizó mi amiga Gemma Cuervo. Es un  drama con ribetes de tragedia, estudio muy  definido entre los vesánicos y apasionados personajes, tres mujeres y un hombre inmersos en la lujuria, el panteísmo, la angustia oprimiendo  sus soledades en una casa situada en un páramos alejado  del mundo, donde las cabras son los únicos  testigos implacables que les prestan el olor penetrante y duro de sus pieles sin curtir. Esta lectura resulto rotunda, a pesar de las dificultades que tuvieron los inexpertos encargados de los efectos especiales pero que poniendo en práctica mi idea, resolvieron perfectamente y con gran efecto, la voz desde el fondo del pozo dónde ha caído (y desde donde recita todo su papel), el visitante Ángelo, que antes ha seducidos a las tres mujeres y en el que permanece los dos últimos actos sin que las tres mujeres, ordenadas por Ágata, la protagonista, le dejen salir  hasta el fin de la obra. Posteriormente y viendo la aceptación que había tenido el género dramático, la buena acogida y le perfecta comprensión del público que acudía al local de  Calvo Sotelo, me decidí por montar una obra de gran envergadura, muy de mi gusto , que consideraba de gran valor filosófico con ribetes que seguían la moda existencialista de los años cuarenta en Francia, aunque el fondo tuviese más ecuménica trascendencia, y contuviera elementos suficientes para el interés de una obra de teatro. Era  el drama de Albert Camus, “El malentendido”, (por cierto hace poco repuesto en Madrid por la hija de Gema Guillén Cuervo, y representado en el Teatro Principal de Zaragoza, este mismo año). La tragedia de dos mujeres, madre e hija, que viven en algún lugar del “agrio ciruelo de Moravia”, la apaleada y sombría Centroeuropa,  regentado un hostal para viajeros extraviados en aquellos bosques, a los que matan para robarles y conseguir dinero para huir lejos, en busca del sol y la alegría, son burladas por el destino que las lleva a matar a un joven que pide pasar la noche , sin saber que es su propio hijo y hermano. Diálogos densos de certero e intenso vocabulario, frases lapidarías marcadas por el Ananke, situaciones violentas entre la madre y la hija, entre las  dos y el hijo desconocido  y asesinado este  en la presa del agua de la casa… Enfrentamientos con la mujer del hijo, que viene a buscarle, y descubre el horror del crimen que han cometido. La obra se había estrenado en Teatro des Mathurins de Paris en julio de 1944, con María Casares en el principal papel, y en Españan en 1969, en el Poliorama de Barcelona, con Gemma Cuervo, Fernando Guillén, María Luisa Ponte, Alicia Hermida y Agustín Bescó. Nuestra lectura en Calvo Sotelo estuvo interpretada por Ángela Domingo, Ángela Sanjuán, Juana de Grandes, Toño Ginés y José Antonio Rey. Fue una lectura magistral, leyendo los actores con pasión, entusiasmo y sin fatigarse en los densos y largos monólogos, dando con sus voces privilegiadas el dramatismo y sentido exacto que tenían cada frase de los diálogos. Prueba de ello es que el público, que esté vez abarrotaba el piso, sentados, de pie o escuchando desde el pasillo, siguieron en profundo y atento silencio la obra y esperaron muchos de ellos para saludarnos por el esfuerzo y éxito reconocido. Finalmente, leyendo  “La máquina de escribir “ de Jean Cocteau, me divirtió, entretuvo, y la vi con muchas posibilidades para  hacer una lectura de ella, creyendo que apasionaría al  público  tanto como las anteriores. Pero en cuanto empezamos los ensayo me di cuenta de que era una obra demasiado francesa, en sentido peyorativo, de trama que al exponerse en diálogos y, además, no escenificados, podía producir una reacción diferente a la mía, y resultar no tan interesante al público oyente. Debí abandonarla cuando en los ensayos percibí cierto aburrimiento, poco entusiasmo e interés en los lectores, que, por cierto, no eran los mismos con los que había hecho las anteriores lecturas, que ya dominaban la técnica de leer actuando para el público,  a excepción de Jesús García Berges, Merche Avizanda y José Antonio Rey del Corral. Seguí adelante porque el autor construye una falsa intriga policiaca enmarcada en una ciudad de provincia feudal, menor que Zaragoza, si, pero que podía equiparársele en vicios e hipocresía, y como en ésta impulsar a unos a defenderse mal, a otros, la juventud fantasiosa, a convertirse en mitómanos . Creí que podía dar una función dónde adivinasen quizás los espectadores, el espejo que les estaba ofreciendo para verse medianamente al menos. Convencía a Manolita para que me hiciera un papel, y a la admirada por mí, Juana de Grandes, y conseguí  cubrir los siete personajes de la obra. Era una obra de boulevard, con las gracias y desastres que estas comedias conllevan, estrenada en Paris en 1941 sin gran éxito, a pesar de que Jean Cocteau dijo que era la obra que más les había costado escribir. Bastante parecido  a lo que me ocurrió a mí con la dirección. Llegamos a estrenarla  y, seguramente porque “mi” público estaba acostumbrado a nuestro modo de hacer, y a que los lectores suplieron el tedio de los pesados y repetitivos diálogos, seguramente culpa del autor para hacer más comprensible la intriga propuesta, trabaron con  ingenio y  apasionado entusiasmo en la declamación, mejorando con más vida el texto de la obra, que  los oyentes quedaron satisfechos y aplaudieron más por mera cortesía. Aunque es cierto que comentaron que les habían gustado más las obras anteriores. He citado las lecturas que mejor recuerdo de esa época, aunque naturalmente programamos alguna más  en respuesta a la afición que los asistentes tomaron por escuchar los nuevos títulos de cada domingo, día elegido para presentarlas. El motivo que me impulsaba  a elegir los títulos se debía a mis gustos personales, algunos de los cuales podía mostrar a universitarios, porque al convivir con ellos sabía hasta dónde podían coincidir con los míos. Pero sobre todo porque quería  que todo el mundo tuviera acceso a conocer el teatro y si no se aficionaba, al menos se habituara a comprenderlo.

     Tengo que hablarte de una insignificante contrariedad:  La única prueba que ha quedado de aquellas lecturas, es un pequeño programa de color crema  impreso para “Vidas privadas”, en el que figuran las siglas del S.E.U. con los nombres de los que intervenimos en la función… De todo lo demás  que se hizo, de los títulos de las obras, de la repercusión en la universidad y en la propia ciudad, de mis colaboradores, actores y técnicos,  de mi trabajo como organizador de lecturas, de mi nombre en resumen, no queda una señal  ni vestigio de programas, reseñas o fotografías que recuerden obras, actores y dirección que hicieron posible, “un anno d´amore” dedicado al teatro leído. Se había creado el olvido de  mi paso por Calvo Sotelo  y el trabajo y el tiempo empleado en un empeño de magníficos resultados. Insólito, ¿verdad?

Continuará

Dionisio Sánchez Entrvista a Alfonso Azcona (I)

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