Dionisio Sánchez entrevista a Alfonso Azcona (I)

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Por Dionisio Sánchez

        Los avatares de la vida alejaron a Alfonso Azcona de la ciudad y otros vientos del Sur  nos lo han traído de regreso. Inquieto e hiperactivo vuelve a recorrer los rincones ciudadanos  –algunos ya  desconocidos, otros casi iguales en el recuerdo y los más, destrozados por la insensibilidad de los responsables municipales-, mientras la andanza  y la palabra del paseo va poniendo en orden  fechas, nombres  y protagonistas de una suculentas memorias que anuncia verán pronto la luz y que sus amigos esperamos ansiosos.
    Sentados en la agradable penumbra de un  bar del barrio viejo, le pido a Alfonso que nos enmarque el ambiente de  aquella  Zaragoza  a la que él despierta con sus inquietudes teatrales….

Conversaciones con Alfonso Azcona  (Director de Teatro) (I)

-El ambiente que se vivía entonces en Zaragoza, nada tenía que ver con mis inquietudes teatrales. Desde niño mi familia me acostumbró al teatro, llevándome a ver las compañías de teatro profesionales que pasaban por la ciudad, casi siempre con excelentes actores que luchaban contra la censura, burlándola a veces, para representar obras de reconocido mérito internacional por títulos y autores.

     Fui siempre adicto al teatro, y sólo podía dedicarme a él escribiendo mis propias obras, porque pasaron muchos años hasta llegar a entrar físicamente en él: imponderables circunstancias derivadas  de las amistades con las que me relacionaba y del nulo contacto con grupos, de los que tenía noticia que existían en  la ciudad, pero que eran inaccesibles. Fuuncionaban como clanes endogámicos, cerrados a quienes deseaban acercarse a ellos.  

 – El primer intento serio es llevar a cabo “La Casa de Bernarda Alba” pero amen de no contar con apoyo alguno, parece ser que la policía intervino “justo a tiempo”…..

-Esta pregunta tiene un largo proceso de incubación, aunque es cierto el aserto. Harto de ser tratado como el niño frívolo y snob, diletante y lúdico,  por el Jefe del S.E.U., entonces  Ricardo Moreno, me planté un día en su despacho y le reté diciendo que si me dejaba un lugar dónde ensayar, montaría  “La casa de Bernarda Alba”. Se rió, incrédulo, y sabiendo lo que hacía, me entregó las llaves del caserón-palacio abandonado de la plaza de Ariño, hoy restaurado y desconocido para mí cuando he vuelto a la ciudad, que el Ayuntamiento tenía cedido al S.E.U.  Logré reunir a diez chicas universitarias y empezamos a ensayar la obra. Una anécdota es que, como no había encontrado todavía la figura de mi gusto para interpretar a la protagonista, se prestó a pasar el papel de Bernarda mi entrañable amigo José Luís Aguirre, famoso personaje en la Zaragoza  de aquellos años.

    Llegamos a ensayar durante más de un mes hasta que un día se presentó en casa un policía, produciendo la consiguiente alarma de mis padres, con la notificación verbal para que me presentase en la Comisaría de la calle Ponzano. Me recibió el Jefe Superior de Policía de Zaragoza y me espetó con rotundidad que suspendiera los ensayos de la obra de García Lorca, que no perdiera mi tiempo, ni el de mis compañeros porque me la iban a prohibir. Pero, a pesar del disgusto, aquella tarde volví a la plaza de Ariño con la satisfacción de los extraordinarios días entregados a los ensayos, la misma que tenían todos los que cooperaron con su participación. Desde ese momento, tenía decidido acometer nuevos ensayos con obras no censuradas.

 -En ese tiempo, se da una circunstancia también típica de nuestra ciudad: El director del T.E.U de Distrito,  Alberto Castilla, no deja crecer la hierba en su alrededor y por tanto, hay que buscar otras vías. Y entonces aparece Pilar Citoler….

-No sé si dejaba crecer la hierba o no, al fin y al cabo no era el caballo de Atila… Pero en su paso por el T.E.U. no dejó de sembrar la semilla que le convenía, cuidando calculadamente impedir la entrada a su coto del T.E.U. a todo el que consideraba persona “non grata” que pudiera entorpecer sus manipulados proyectos, al mismo tiempo que preparaba sutilmente su futuro laboral. Pero como las mujeres han sido casi siempre mis aliadas y valedoras en mi existencia, fue mi amiga Pilar Citoler, que interesada por la labor que desarrollaban las universitarias, estaba en estrecho contacto con la Regidora del S.E.U. de mujeres, Milagros Navarro, a la que me presento y  la que me brindó la sede de Calvo Sotelo, donde ejercía su mandato, y me dio la oportunidad de iniciar unas interesantes e inquietantes, por su temática y autores, lecturas de obras de teatro que tuvieron una extraordinaria acogida, a la vez que daban prestigio a la sede de la Regidora de las universitarias. 

 -Cuando Ricardo Moreno deja de mandar en el SEU, se nombra nuevo jefe a José Antonio Páramo. Castilla  abandona el TEU y entonces tú eres nombrado director del  mismo….

-Paso decisivo y deseado por dos motivos: Desaparece Ricardo Moreno, y el nuevo Jefe me nombra Director del T.E.U. de Distrito. Esto supone la entrada de nuevo oxigeno, aires desconocidos, fórmulas muy distintas de hacer teatro, la elección de obras que enfocaban perspectivas más amplias,  destapar grandes autores españoles reconocidos universalmente, como Ramón María del Valle-Inclán o el Lope de Vega de obras desconocidas que dormían ignoradas en las estanterías de las  bibliotecas, y también Federico García Lorca, presentado de manera que no pudiera profanar la censura…

-¿Cuál es   la primera obra que levanta  Azcona?

-Como director del T.E.U., me estrené con una sesión que contenía tres montajes muy distintos. “La malcontenta”, olvidado entremés de Quiñones de Benavente, la escenificación del poema de García Lorca “Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías” y “Ligazón” de Ramón María del Valle-Inclán, en una función extraordinaria representada en el Aula Magna de la Facultad de Derecho, en una función   homenaje  para el “Congreso de Decanos de las Universidades Europeas”, celebrado en Zaragoza. Tuvieron una extraordinaria acogida por los asistentes al congreso y el total de la audiencia, selecta y culta. De tal manera que fuimos laudatoriamente  felicitados por el catedrático de Filosofía y Letras Don Francisco Indurain, padre, maestro de ceremonias del Congreso. Ponderó la calidad del montaje de las tres obras, felicitando personalmente a los excelentes actores.  

 -¿Qué criterios te guiaban a la hora de elegir un texto?

-Por prelación de importancia subjetiva, en primer lugar escoger una obra que sea de mi gusto y  conjugue los valores estéticos con una calidad suficiente como para poder entregarme completamente a su recreación. En segundo lugar pienso en el público, protagonista total de una representación, para darle la posibilidad de aprehender lo que va a presenciar, que descubra su secreto a través de las palabras, que se sienta parte de la obra y , si es posible, que pueda identificarse con alguno de los personajes y con la filosofía que pueda contener el texto, y , muy importante , que no le asalte el tedio, que no gane la partida el aburrimiento de lo ofrecido en el escenario; el público tiene derecho a disfrutar pensando.  En tercer lugar pienso en los actores adecuados a los papeles que tengo que asignarles, cuidarles, que se sientan cómodos en su trabajo, aunque el personaje que representen sea odioso o de indigna catadura. Los actores son en el escenario más importantes que el director, porque cuando representan se han quedado solos y tienen que defender su papel sin otra ayuda que su buen saber hacer, con la carga añadida de que son los transmisores directos al público, en carne y espíritu, de  lo que escribió el autor y el director les enseñó a comprender. Desde el segundo que se inicia la representación el director se desvanece y los actores crecen para llenar un espacio infinito sin líneas ocupado por los espectadores que se nutren de él. Música, luces, vestuario, espacio escénico y tantas cosas más son el cuarto lugar. Cuenta mucho el quinto lugar: algo tan inasible e impredecible que cuando llega, si llega, puede herir, matar, trasportarte a un climax sublime, no puede predecirse. Es el final. Los aplausos o la nada.   

 -¿Cómo dirige Azcona estas obras de teatro? ¿Se buscan a los actores según las características del personaje o se adecuan los personajes a los actores de que se disponen?

-Procuro que el actor aprenda a mimetizarse con el personaje creado por el autor. En principio no les ensayo para que sean creadores, la creación de un papel, si sucede, no quiero que la busque el actor, para que si el fenómeno se da, sea algo tan natural y genuino que él mismo no se haya dado cuenta de que estaba creando. Procuro que tampoco sean ellos siempre el mismo en cada personaje; ese narcisismo conduce al tedio y a la destrucción del personaje que dio vida el autor. Cuando hay que trabajar con actores no profesionales o debutantes, entonces me esfuerzo, porque  casi siempre es imprescindible, en  que el físico, la voz o los gestos  de quién lo hace tengan algo del personaje a representar como yo me lo imaginé al estudiar la obra. Pero el tema de la dirección de actores, que es  el trabajo que más me gusta practicar, sería materia para un libro entero…

       Las horas van pasando intensas en esta fascinante compañía, la de un querido maestro y amigo.  No tenemos prisa y yo estoy seguro de que estamos conociendo, esta vez a fondo, al  eslabón perdido del teatro aragonés.

    Aunque sería mejor hablar del eslabón “obviado” por la cultura oficialista que ha ejercido su magisterio sesgando y minusvalorando la gran aportación al teatro aragonés de Alfonso Azcona. Como también es natural, al frente de ese sacerdocio siempre  han estado los más incapaces y ello, casi seguro, es una razón más que suficiente para justificar el desgraciado tiempo de teatro que vivimos en la Comunidad.

    Seguiremos, pues, conversando con el maestro para intentar iluminar el proscenio de esta interesantísima obra  que él protagonizó.

Continuará