Croniquilla basileira


Por Manolo Ventura

     He oído contar que D. Ramón del Valle Inclán martirizaba a sus contertulios con su manía de contar historias de su servicio militar. Hasta tal punto de que, cuando los demás estaban debatiendo sobre cualquier cosa, el último estreno teatral, el último escándalo…

 

Manolo Ventura
Corresponsal del Pollo Urbano en Brasil

…en la corte, él, Don Ramón interrumpía más o menos así: ¿han oído ustedes ese trueno? Me recuerda una vez que yo estaba de guardia cuando algo como un cañonazo despertó a todo el cuartel, …

    Viene esto a cuento de que a veces me temo que puedo aburrir a mis amables lectores con mi manía de hablar, solo, de la política brasileña, dejando de lado otros aspectos de la realidad de ese gran y diverso país.

    Por eso, en esta ocasión, prometo no hablar (casi) de política y si de otras cosas relevantes que os pueden interesar. Algunas alegres, otras no tanto. Entre las primeras, claro, el Carnaval.

   Después de tres años de confinamientos, miedos y mascarillas, los brasileños se han lanzado furibundamente a las calles para conmemorar la vida, la música y la carne.No hablo de la carne de buey, de cerdo, de pollo, sido de la CARNE con mayúsculas, que ha sido mostrada sobre todo por bellísimas mujeres, pero también por otros y otras menos bellos, que han desfilado en las escuelas de samba en Rio de Janeiro, São Paulo, Salvador de Bahía, en todo el territorio.

    Es bien cierto que muchos habitantes de esas ciudades huyen del barullo carnavalesco para ir a los escasos lugares tranquilos porque no soportan el ruido o las multitudes, o porque ofende a su moralidad semejante exhibición de sexualidad desenfrenada. Cuerpos casi desnudos, exuberantes, provocativos. Ya decía un viejo amigo que es difícil que una mujer sea más bella desnuda que con lencería de calidad. Y no te digo nada de un disfraz de carnaval brasileño.

   Pero una inmensa mayoría de brasileños han dejado por unos días de atormentarse por una dura realidad, por el precio de los alimentos, el desempleo o la amenaza golpista,para ir a la calle a bailar, a besarse, a beber, a disfrutar.

     El brasileño y la brasileña comunes os pueden recitar de memoria los nombres de las reinas de batería, los coreógrafos y los compositores de las principales escuelas de samba, sus fotografías han llenado las primeras páginas de los periódicos y los principales espacios de televisión. Se ha seguido en vivo la votación que elige a los ganadores de cada lugar siguiendo un complejo sistema que valora la armonía, el enredo (argumento) utilizado, la coordinación de los distintos bloques, etc. Los ganadores han conmemorado su triunfo con fiestas donde las lágrimas corrían al lado de la cerveza, o los espumosos. Los perdedores, sobre todo los descendidos a divisiones inferiores, han sufrido en silencio, lavando su tristeza con lágrimas, cerveza y espumosos.

     Pero también han sucedido hechos tristes, más merecedores de lágrimas que el resultado del carnaval. Lo único que ha empañado esta explosión carnavalesca ha sido la catástrofe, en vidas humanas, destrozos materiales en casas y en infraestructura que han provocado lluvias torrenciales en el litoral norte del Estado de São Paulo, sobre todo en la ciudad de São Sebastião. Como consuelo, cabe comprobar la solidaridad de las distintas administraciones, federal, del Estado y de la municipalidad. Lula, que estaba de vacaciones en el nordeste, las interrumpió para unirse al gobernador del Estado, que fué ministro de Bolsonaro, y al alcalde, del partido del antiguo Presidente Fernando Henrique Cardoso, en la búsqueda de paliativos al desastre. Contraste con lo acontecido el año pasado, cuando inundaciones también tremendas en el Estado de Bahía no hicieron interrumpir sus vacaciones al anterior presidente de la República que dedicaba su tiempo a disfrutar de motos acuáticas en las playas del sur.

   Como de costumbre, han sido unánimes las lamentaciones por la falta de planes de prevención ante estos desastres, la falta de dinero para llevar adelante esos planes, donde existen y la inexistente planificación urbanística que permite la construcción de viviendas en lugares de riesgo, mayoritariamente a cargo de personas pobres que colocan su chabola donde buenamente pueden. La pregunta es si las buenas intenciones mostradas ahora se traducirán en medidas efectivas o si las manifestaciones de rabia y de dolor servirán para ser usadas por los mismos en la siguiente catástrofe.

   Solo a quien no sea consciente de las dimensiones continentales de Brasil puede sorprender lo que voy a contar ahora. A la vez que en São Sebastião llovía en dos días lo mismo que estadísticamente llueve en tres meses, que no es poco, se hacía público que la pertinaz sequía que sufre el estado más sureño de Brasil, Rio Grande do Sul, vecino de Uruguay, ha hecho que la cosecha prevista de soja y de arroz sea un 30% menor de lo previsto.

   También allí la reacción del gobierno federal ha sido rápida, anunciando un paquete de ayudas a los afectados. Leí con atención dos veces la lista de medidas. Dos veces porque en la primera no encontré lo que esperaba y pensé que me lo había saltado. Me refiero a medidas de creación de infraestructuras que ayuden a la irrigación, pantanos, canales, acequias, uso de energías renovables para subir agua a reservatorios en altura, ese tipo de cosas. Ni una palabra de éso. Que llueva en su momento y en la cantidad apropiada se deja en manos de dios, que, como bien es sabido, es brasileño.

    Cuento esto porque hace ya algunos años viví una situación marxista (de Groucho, no de Karl) que merece detallarse. Me visitó un gran amigo aragonés, a la sazón presidente de una empresa pública que trabajaba en tecnologías aplicadas al uso del agua para fines agrícolas. Cuando le conté que al parecer dios ese año no estaba por la labor, me sugirió algo que me pareció una magnífica idea. El gobierno del Estado debía mandarles una carta pidiendo su colaboración técnica para hacer un informe riguroso de las necesidades del territorio en materia de aprovechamiento del agua para usos agrícolas y su empresa, a través del gobierno español, pediría a Bruselas fondos destinados a la cooperación con Latinoamérica, que él creía que serían concedidos. De ésa manera, el Estado dispondría de un diagnóstico de la situación y un plan priorizado de obras sin gastarse un duro, España consolidaría su papel de gran embajador ante la UE y todos contentos.

     Pedí una reunión al secretario (consejero, diríamos) de la nueva y recientemente creada secretaría (consejería) de Irrigación, que me fue amable y prontamente concedida. Le conté al secretario la idea, que pareció gustarle. Incluso le mandé un borrador de la carta que me pareció adecuada. A partir de ahí, ni una noticia más, ni una llamada de teléfono contestada. Pocas semanas después, se publicó que el secretario había sido cesado y que se investigaba la adjudicación por su parte de las obras de dos pantanos. Está casi de más contar que la nueva secretaría de irrigación desapareció del organigrama en los siguientes gobiernos y que, tal vez, le mandaron una carta a dios, protestando amargamente de que ni se ocupaba de hacer que Brasil ganara la copa del mundo de fútbol ni de que lloviera cuando tiene que llover y donde tiene que llover.

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