Bosco non sacro


Por JJ. Beeme

     Una wunderkammer de autómatas diabólicos, historiados marfiles y pulidos huevos de avestruz, una batería de espejos deformantes de barracón de feria y la caleidoscópica, mirífica animación ideada por el estudio Karmachina y producida por El País Semanal para el bicentenario del Museo del Prado cierran la monstruosa exposición del Bosco por la que, luchando…

Por José Joaquín Beeme
Corresponsal del Pollo Urbano en Italia

…con un multicéfalo organismo macerado en cientos de visitantes, fui abriéndome paso en el Palacio Real de Milán. 

    Ideal complemento de la que también allí protagoniza uno de sus hijos naturales, Max Ernst, la muestra bosquiana invita a un viaje entre horrorizado y divertido hacia un alter Renacimiento, anticlásico y subversivo, excéntrico y desmesurado, que so capa de denostar vicios y exaltar virtudes descortezaba la naturaleza humana aproximándola a la bestia que somos en abigarrados tapices que crepitaban de tentaciones o ardían acremente por uno de sus costados.

   Hieronymus Bosch se ha convertido en una auténtica pop star del fantástico, de manera que perdidos (¿reencontrados?) en su bosque ducal penetramos sueños, magias y apocalipsis disparados desde su exigua producción (una veintena de obras, algunas de autoría discutida) hacia las más variadas declinaciones del arte visionario. Toda suerte de hibridaciones, fragmentaciones, deformidades y metamorfosis que sedujo a seguidores y copistas, a coleccionistas de rarezas, particularmente empeñados entre Italia y España, curiosa solaridad mediterránea contaminada del severo moralismo flamenco. 

    Impertérritos o quizá lúbricos eremitas, diablillos a cuatro patas y endriagos a dos, mojiganga de ángeles y esqueletos bailones, ejércitos tan imposibles como descabalados, aeronaves con plumas o escamas y embarcaciones de lo mismo, elefantes acorazados y grotescos leviatanes, paisajes de pesadilla ocupados por escatologías infernales, arquitecturas y ruinas bizarras que a menudo rayan en la fantaciencia, onirismo ridículo e inversión carnavalesca. Qué más puedo pedir si mis cuadernos viven de puro capricho, en cuanto tataranietos de este “padre fundador del surrealismo” (palabra de Breton), y algo me dice que sin proponérselo auscultan este tiempo de sombras densas pero cambiantes, también de luminosos renacimientos, un tiempo extrañamente emparentado con el que tocó al Bosco hace más de quinientos años.

   La misma intuición ha debido de tener Karmachina al barajar esas soberbias tablas de pintura antigua con alta tecnología y destreza audiovisuales. Agencia multimedia fundada por Rino Stefano Tagliaferro con otros documentalistas milaneses, desarrolla su Tríptiko bosquiano a partir de otro trabajo precedente para el Prado, Belleza y locura, para entrar con paso aterciopelado en El jardín de las delicias hasta descomponerlo en microescenas que dialogan y se cruzan entre paneles, cobran vida pulsante a través de sutiles movimientos más un crecimiento generativo de formas y colores en continua agregación / disgregación, y van frenéticamente multiplicándose hasta el lisérgico estallido final. Un delirio visual que no habría disgustado a nuestro querido Jerónimo, si a mano hubiera tenido semejante máquina teratomórfica.

Fundación del Garabato
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