Brasil: ‘Morir en Brasil’


Por Manuel Ventura

     Hoy es 26 de Mayo de 2020. Llevo unos dos meses sin escribir. Sobre todo, porque a mí, a quien agobian las multitudes, me fastidiaría bastante sumarme a los millones que durante estos días de confinamiento están escribiendo cosas del tipo: “mi lucha contra el coronavirus en 12 días”,…


Manuel Ventura
Corresponsal del Pollo Urbano en Brasil

… o “los 12 platos que aprendí a cocinar entre las cuatro paredes de mi casa”, o “12 tipos de masturbación para confinados”, o “aprenda tocar la gaita en 12 lecciones” etc, etc, etc. Si me he decidido a coger la pluma (perdóneseme la expresión) no es porque haya pensado que estas reflexiones no llegarán a la mesa de ningún editor hasta el año 3.000 o cuando yo muera, lo que suceda antes (perdón, Groucho), o porque no pienso usar el número 12 ni para hablar de docenas de huevos. Es porque me lo ha pedido el RPD (Reverendo Padre Dionisio) y porque me apetece hablar de algo de lo que se debería hablar más en estos días. Esto es, la muerte. Más concretamente, en mi caso, mi muerte.

    No es que el asunto me sea indiferente. Tampoco es una especulación nueva para mí. De hecho, llevo mucho tiempo asistiendo con una cierta indiferencia a la lucha hercúlea que mi sistema digestivo mantiene con mi sistema respiratorio para ver quien acaba conmigo. Hasta que mi próstata decidió irrumpir sin haber sido invitada  en esta lucha de titanes, anotaba los puntos de cada contendiente con una flema de árbitro inglés, a la vez que aprendía cosas importantes, por ejemplo, que cagar y respirar no son dos cosas anodinas. Son nada más y nada menos que dos hazañas periódicas de cuyo resultado dependemos.

   En esas estábamos cuando, de repente, aparece un nuevo protagonista que nos coloca, a todos, ante lo mejor y/o lo peor de nosotros mismos. Los que formamos parte de algún grupo de riesgo, por la edad o por tener la salud ya quebrantada, anotamos en un cuaderno (azul, claro) a aquellos a los que debemos eterna gratitud y a aquellos a los que estrangularemos en un callejón a poco que tengamos la oportunidad de hacerlo. No solo los responsables políticos, sino también muchas otras figuras públicas se han significado estos días por su solidaridad para con nosotros, habida cuenta de que entre los más jóvenes y más sanos el riesgo de muerte es mínimo. O, por el contrario, han optado por defender sus intereses, políticos o económicos, a costa de aumentar nuestras posibilidades de palmarla. Así, hemos visto a Trump menospreciar el peligro y exigir la continuidad de la actividad económica pensando en sus elecciones de noviembre. Al fin y al cabo, los negros y los pobres que están muriendo en USA no son su granero de votos. Y los negros y pobres que votan a Trump (que haberlos haylos) no son los que más contribuyen a financiar su campaña.

   Repasando las perlas que nos está dejando el sindicato de payasos aficionados (los profesionales son un gremio respetable donde los haya), algunos han recomendado el vodka o las oraciones como remedio a la pandemia. O, súbitamente convertidos en expertos epidemiologistas, emprenden una batalla absurda defendiendo el empleo de una medicina, la cloroquina, contra el criterio de la inmensa mayoría de la gente que tiene motivos para entender algo de esto. El presidente de honor del sindicato (de payasos) Jair Bolsonaro, declaró solemnemente el otro día: “la derecha toma cloroquina, la izquierda tubalina (un refresco local)”, al poco de asistir (sin mascarilla, pero solo porque no sabe ponérsela) a una manifestación, promovida por él, en la que los manifestantes pedían la intervención militar, la reanudación de la actividad y acabar con el congreso y el tribunal constitucional.

   La paradoja es que aquí, en Brasil, algunos hemos pagado el precio que conlleva un confinamiento de más de dos meses, de aislamiento y parada económica, pero como el jefe del Estado ha animado a sus fieles y a otros idiotas a no respetar el confinamiento, al mismo tiempo en que en Europa se empieza a retomar la actividad, animados por cifras de muertes diarias que están por debajo del centenar, aquí se baten día tras día los macabros records de muertes reconocidas. Ayer, 1.189.

   Y ello porque lo que en España, en Italia o en Portugal ha sido una política clara y determinada de decretar el aislamiento social para detener el contagio, aquí no se ha practicado en general, no ha sido una posición del gobierno federal, sino, con diferentes grados de rigor, de los gobiernos estatales o municipales. Hay una expresión muy brasileña y que me costó entender que lo explica: el aislamiento se ha hecho “para o inglés ver” (para que lo vea el inglés). Resulta que el embajador inglés en Brasil a finales del siglo antepasado protestaba por la poca actividad en la represión del tráfico de esclavos. Entonces, se organizaba en días prefijados un show con arrestos de traficantes de poca monta y “liberación” de esclavos. Al mismo, era invitado el embajador de su Majestad británica, que escribía a Londres notas laudatorias y dejaba de dar el coñazo.

  Recuerdo un libro que leí en mi juventud (Los Centuriones, de Jean Larteguy) en la que un coronel de la legión extranjera (francesa, claro, la nuestra no era extranjera), el coronel Raspeguy, al homenajear a tres reclutas muertos al saltar mal del camión en unas maniobras, declara. “han muerto por Francia, pero como unos asnos”. No está muy claro que los tres reclutas pensaran en Francia al saltar del camión, pero en todo caso el coronel sabía que hay formas y formas de morir.

   Me viene eso a la memoria porque tengo recelo (podría decir pavor, pero estoy pudoroso) a morir como un asno por culpa de lo que fue llamado por el primer ciudadano de Brasil una “gripezinha”.

   Hay que decir, sin embargo, que la acumulación de arrogancia, ignorancia e irresponsabilidad que exhibe el mozo no han disminuido demasiado el apoyo que le brindan sus partidarios. Si la OMS advierte que según estudios serios la hidroxicloroquina puede matar en vez de curar a los pacientes de la enfermedad, sus adeptos aclaran que la aprobación de su uso en pacientes recientemente decretada (y que costó la dimisión a dos ministros de sanidad que se oponían) depende del “criterio facultativo”. Si la prensa mundial demuestra que no da crédito a sus ojos al observar la andadura del asno, alegan, como Trump, que la prensa es de izquierdas (parece que eso incluye a Financial Times). Si dimite el ministro del Interior y de Justicia indignado por el empeño del presi en colocar al frente de la policía federal a gente que no investigue por corrupción a sus hijos y sus amigos, explican que el susodicho ministro nunca fue de verdad anticomunista, sino únicamente antipetista. Vale la pena recordar que el tal ministro fue pieza importante en la elección de Bolsonaro al colocar en la cárcel a quien encabezaba las encuestas, Lula, basándose no en pruebas sino en convicciones. Le Cirque du Soleil son unos putos aprendices del equilibrismo (evidencia que sin duda ha ayudado a que Le Cirque se haya declarado en quiebra)

   Toda esta secuencia de barbaridades ha llegado a su culminación con la difusión de un video de la reunión del consejo de ministros del pasado 22 de Abril. La difusión fue autorizada por el juez que investiga las denuncias del ex-ministro Sergio Moro de las que os hablaba antes. Previamente, de esta película se censuraron las partes que podrían afectar a la seguridad nacional, sobre todo las partes que afectan a China, a quien las fuentes gubernamentales acusan de estar detrás de toda esta “histeria” del coronavirus, pero que casualmente compra el 35% de lo que exporta Brasil.

   Merece la pena detenerse en esta parte. Este genio de la estrategia se ha significado por insultar a sus tres principales socios comerciales. A China, no solo en el asunto de la pandemia. Antes incluso de su toma de posesión, visitó Taiwan, cosa que debió entusiasmar a Pekin. A los países árabes: anunció, siguiendo los pasos de su ídolo Trump, que iba a trasladar la embajada de Brasil en Israel desde Tel Aviv hasta Jerusalén, aunque luego reculó. Y a la Unión Europea, haciendo risas con la diferencia de belleza y edad entre la esposa de Macron y la suya, o incentivando el desmatamiento de Amazonas o la ocupación de tierras indígenas para explotación ganadera o minera, cosa afortunadamente mal vista en Europa.

   Pero volvamos al vídeo. En la parte divulgada, aparte de palabrotas (si fuera un programa de TV en horario normal solo se oirían los pitidos que colocan para que los niños no se escandalicen) el presidente se muestra preocupado por la seguridad de sus hijos, amigos y familiares, se queja de que no le dejan hacer cambios en la policía federal de Rio y declara que si no le dejan va a cesar a los jefes y que, si no de dejan cambiar a los jefes, va a cesar al ministro .Este decidió dimitir dos días después. Nota aclaratoria: la seguridad del presidente y de su familia no depende de la policía federal, sino de la Secretaria de Seguridad Institucional. Advirtió, además, de que dimitiría a cualquier ministro que fuera elogiado por la prensa. El Ministro de Educación pidió la prisión para los miembros del tribunal constitucional. La de la familia, derechos humanos y un montón de cosas más, pidió lo mismo (la prisión) para los gobernadores y alcaldes. Y el de Medio Ambiente (menos mal que el otro medio se defiende solo) que se aprobaran normas para relajar las leyes contra el desmatamiento, aprovechando que la prensa está distraída con esta tontería del coronavirus. Está por demás decir que algún periódico, como la Folha de São Paulo, comenzó a alabar a los tres ministros, a ver si el presidente cumple por una vez su palabra.

   En fin, que aquí estamos, en Brasil, esperando resignadamente a ver quién llega primero, si mi digestivo, mi respiratorio, el coronavirus o la estupidez.

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