Por José Joaquín Beeme
Por José Joaquín Beeme
Corresponsal del Pollo Urbano en Italia
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Donde amigaba a Luciano Berio que yo, años después, descubro en la banda sonora de un documental Euratom apenas transferido de celuloide. Sonaba, como yo, la flauta de pico en estilo libre, si no bluesy,con los compadres. Su rosa mística traducida por Annaud me concedió una de mis primeras críticas publicadas, y me llena de gozo que también rayase cuadernos y cuadernos abaciales, detectivescos, venenosos. Amante del buen yantar, se llegaba desde Milán al restaurante Schuman de nuestro lago donde trajinaba un cocinero amigo, que preservaba su incógnito, y, aunque no puedo decir otro tanto, alguna vez me han pelado allí con su minimalismo gálico. Su eco español, o donostiarra, recuperaba su infancia lo mismo que él, barajando tebeos-anuncios-estribillos, de la mano de la milenaria Loana. Compartimos amor por Borges y por el experimentalismo que nació, contra la vieja guardia literaria, con el Grupo 63. Y no hará cinco años, en San Marino, me pisaba clientes en una exposición porque llegaba a conferenciar en la universidad sobre genealogías de la memoria y, naturalmente, arrasaba. Una sola vez me lo topé, pipa en boca y ojillos citacionistas, junto al castillo Sforza, en una de mis batidas milanesas: muy cerca de la cámara de maravillas (desde incunables o planchas de cómic hasta testículos de perro en formol) que era su casa-estudio. Acababa apenas de botar una editorial autoproducida, como todas las mías, y únicamente me cabe decir que él, al menos él, ha cumplido.