Italia: Milán y las cajas vacias

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Por José Joaquín Beeme

    Ranillas City es historia, historia agrietada y comida de yerbajos, cuando me embarco en otra magna feria de las vanidades: hace un par de semanas fui a Rho, periferia milanesa, comisionado para rodar la cuenta atrás, y aquello era un hormiguero de camiones, máquinas y gremios variopintos que, sin demasiado afán, daban las últimas paletadas a la monstruosa escenografía.

    Allí, en medio de un complicado pero caótico cinturón de seguridad, se prospectaban cifras alla grande, de puro alarde y de puro espanto: 40 países más que en Zaragoza; 85 hectáreas por encima y una afluencia estimada, a lo largo de 6 meses (en lugar de 3) de 7 billones de visitantes (en 2008 no se llegó a 6 millones, la mayoría españoles). Claro que hablamos de una ciudad-región de diez millones de paisanos y, no se olvide, la maquinaria publicitaria italiana no tiene parangón. Pero el movimiento No Expo, que lleva años batiéndose contra gigantes y ha saludado con algaradas, reprimidas con lacrimógenos y arrestos, la ceremonida inaugural, opone argumentos nada despreciables: más de un millón de metros cuadrados arrebatados a la ya escasa huerta que sobrevivía a las puertas de Milán, derroche y corrupción a troche y moche (han caído hasta dos cúpulas gestoras), infiltración mafiosa en la cascada de contratas, juego de intereses agro-industriales (y los transgénicos, a punto el tratado transatlántico de libre comercio, están al caer en nuestros supermercados), precariedad del personal contratado (los prometidos 70.000 puestos han quedado en 3.000, y prolifera el voluntariado). Trabucando el eslogan oficial: «nutrir a las multinacionales, nocividad para el planeta», estos activistas ponen el dedo en la llaga de un modelo de desarrollo enloquecido, brutal e insostenible, que aquí tiene su gran escaparate, pero lo peor es que en octubre, cuando toque hacer caja y empiecen a aflorar pufos y sinvergonzonerías más o menos oficiales, la Carta de Milán será papel mojado. El derecho universal a una alimentación sana y suficiente, igualico que el agua bendita de nuestra memoria, entrará de pleno en el cielo de los testamentos traicionados.