Italia: Apertura tirolesa

 


Por José Joaquín Beeme
Corresponsal del Pollo Urbano en Italia
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Momentos hay, y ojalá fueran pan de cada día, en que la vida se ensancha, vuela alta y sin peso, se derrama como granada de promesas: es más vida.

Llego a Rovereto, en la esquina italiana que medio habla alemán (Trentino-Süd Tirol) y me alojo en el jardín masónico de Giuseppe Antonio Bridi, entre alfombras de viñedo y altos castaños que acogieron a un Mozart adolescente cuando, guiado del padre-empresario, daba su primer concierto en Italia. El templete de la Armonía, sobre un montículo que cela la casa de la logia, y el cenotafio (señorío del alma hecha música:melodischen Denk Kraft) son signos de amistad y devoción artística, de iniciación a otras cimas, que aún perduran. Yo los recorro, aleccionado por la atenta anfitriona Elisabeth de Probizer, desde mi estancia intitulada a Fortunato Depero —cuya casa futurista, blanca y airosa como novia en flor, no tardo en visitar para establecer nuevas complicidades— y me contagio de su amor por el patrimonio que nos viene a las manos y nos es imperativo proteger, entregar a otros, tal vez recrear. La vida toda, en momentos así, se reclama un acto de creación continua, una alquimia de nueva humanidad, como me enseña Rudolf Steiner en el cercano MART, que cumple su primer decenario en esa sede (nació en Trento) y muestra, por primera vez articuladas, las múltiples ramificaciones del credo antroposófico, desde la agricultura biodinámica hasta el diseño de muebles, de la danza eurrítmica a las terapias biográficas y homeopáticas, de la pedagogía Waldorf a la arquitectura orgánica. Una visión integral de lo que somos, en medio y no más allá de la naturaleza, del universo, que hace de cada uno de nosotros, como diría mi amigo Agosti, una obra de arte a la que hay que cuidar, mimar en su frágil prodigio. En el parque Perlasca, al centro de la encantadora ciudadela, los niños patinan y se columpian ajenos al osario del castillo Dante, que domina el valle, donde reposan veinte mil combatientes de la Gran Guerra; a veces, de excursión, hacen ra-ta-tá desde alguna de las trincheras que todavía cosen las montañas y no saben, santa ignorancia, que bajo sus pies siguen la metralla y los obuses austrohúngaros que aquí cayeron por toneladas. Acre sinfonía del mundo, eres tú la que en ondas vas y vienes de mis hambres.

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