Solo se vive una vez: Una pequeña historia del cine español


Por Don Quiterio

  Con las muertes de Encarna Paso, Roberto Bodegas o Arturo Fernández, fallecidos a lo largo de este verano de 2019, se podría hacer una pequeña historia del cine español de la segunda mitad del siglo veinte.

     De dilatada carrera teatral y nieta del dramaturgo Antonio Paso, la actriz madrileña Encarna Paso comienza muy joven en el cine, a los catorce años, con un pequeño papel en la película de Ramón Torrado ‘Botón de ancla’ (1948). A partir de entonces, su trabajo es constante, tanto en la pequeña como en la gran pantalla, y está a las órdenes de infinidad de realizadores, como el oscense Carlos Saura en ‘La prima Angélica’ (1973) o el zaragozano José María Forqué en la serie ‘Ramón y Cajal’ (1982). Participa, entre otras muchas películas, en ‘La colmena’ (Mario Camus, 1982), según la novela homónima de Camilo José Cela y con el turolense Antón García Abril como responsable de la banda sonora. Por ‘Demonios en el jardín’ (1982), de Manuel Gutiérrez Aragón, obtiene el premio Luis Buñuel a la revelación cinematográfica. José Luis Garci le da el mayor impulso a su carrera gracias a su papel en ‘Volver a empezar’, la primera película española en lograr un Oscar (entre comillas, más bien, pues el premio a Buñuel una década antes por ‘El discreto encanto de la burguesía’ pertenece a una producción francesa), que ambos recogen en 1983, junto con el protagonista masculino, el también desaparecido (y gran actor) Antonio Ferrandis.

  Fundador junto a José Luis Dibildos de la llamada ‘tercera vía’ del cine español (la aragonesa Ana Asión acaba de publicar un libro sobre estas películas que oscilan entre lo popular y lo intelectual), el director Roberto Bodegas inicia su andadura en los largometrajes a comienzos de la década de 1970 con ‘Españolas en París’, a la que siguen, entre otras obras, ‘Vida conyugal sana’ (1974) o ‘Matar al Nani’ (1984), esta con música de nuestro paisano García Abril. En 2008 dirige para televisión una miniserie sobre el crimen de Fago.

  El actor gijonés Arturo Fernández, eterno galán teatral y televisivo, coincide en su larga carrera con muchos técnicos y artistas aragoneses. Inicia su carrera en el cine en la década de 1950, primero como figurante (de puro churro) y posteriormente gracias al director Rafael Gil, con papeles algo menos discretos en películas como ‘La señora de Fátima’, ‘La guerra de Dios’ y ‘El beso de Judas’. Sus primeras interpretaciones estrella llegan de la mano del realizador catalán Julio Coll, con ‘Distrito Quinto’ (1957), ‘Un vaso de whisky’ (1958), ‘Los cuervos’ (1961) o ‘Jandro’ (1964), el primer cine negro español. O a las órdenes de Juan Bosch en ‘A sangre fría’ (1959) y ‘Regresa un desconocido’ (1961), que cimentan su fama de galán canalla, mueca de malvado y perdedor del hampa portuaria barcelonesa. A partir de aquí, acumula más de un centenar de películas en su filmografía, muchas de ellas con el prolífico Pedro Lazaga y sus comedias de destape. La década de 1960 y los principios de los setenta son suyos, en los que no para de rodar (‘Currito de la Cruz’, ‘La casa de la Troya’, ‘No desearás la mujer de tu prójimo’, ‘Pecado conyugales’, ‘El señorito y las seductoras’, ‘Bahía de Palma’, ‘El relicario’, ‘La tonta del bote’, ‘Tocata y fuga de Lolita’…). A la vez, va ganando fama en el teatro, al que está ligado casi hasta su muerte. Chapado a la antigua, de ideología conservadora (y furibundo anticomunista), su principal e invariable personaje es el del pícaro retrechero, el de golferas maduro con encanto galante, el de bribón mujeriego, simpático y bien vestido capaz de componer con Paco Rabal una sugestiva pareja de truhanes. Incluso Garci lo encaja mal que bien en el rol enojoso de un gánster en ‘El Crack II’.

  Fernández crea un género a su medida con ese tunante charlatán, tierno y granuja, el estereotipo de castizo pillastre al que sabe dotar del aire cordial y educado de un peculiar dandi. Palabras suyas: “No creo en las subvenciones, salvo que se trate de montajes de incuestionable interés general, cuyo coste sea inasumible para la iniciativa privada (léase clásicos con un enorme reparto). Y lo digo yo que puedo presumir de llevar los montajes no musicales más caros de la escena española. Las subvenciones son un semillero de amiguismo, clientelismo político y otros intereses. Además, van en contra del mérito del esfuerzo y, demasiado a menudo, las aprovechan vagos y vividores del cuento. Me siento muy orgulloso de no haber recibido más subvención que la del público”.

  Termino con Camilo Sesto, Mariano Viejo y Ricardo Salvador Garrigues. El cantante alcoyano Camilo Sesto debuta en el cine, en un papel secundario, con la optimista película de Lazaga ‘Los chicos del Preu’ (1967), con banda sonora a cargo de Antón García Abril, la historia de un grupo mixto de jóvenes y los problemas que les surgen durante el curso, todo envuelto en un paternalismo insufrible. El pintor oscense (de Sabiñánigo) Mariano Viejo, el hombre tranquilo del arte, aparece en el entrañable cortometraje del zaragozano Eduardo Laborda ‘Bonanza’ (1987), esa semblanza de la mítica taberna regentada por el también desaparecido Manolo García Maya, o en la serie documental dirigida por el también zaragozano Samuel Zapatero, y de reciente producción, ‘Vuelta atrás’. El valenciano Ricardo Salvador Garrigues, actor transformista de variedades conocido como Pirondello, trabaja junto a artistas como Lita Claver ‘la Maña’, la gitana de La Magdalena, y se hace muy popular en sus recreaciones de Marlene Dietrich o Edith Piaf.

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