“El silbido del arquero”, Libro de Irene Vallejo

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Por José Ángel Alegre Mateus

    Leí con tranquilidad “El silbido del arquero”, de Irene Vallejo, y, al finalizar la lectura, un montón de sensaciones y pensamientos inundaban  mi cabeza y mi corazón.    Un día, de los muchos en que bajo a charlar con Carlos en su bonita tienda “Quiteria Martín”, lugar de reunión para conversadores infinitos, y polo de atracción para todos los niños del mundo, le comenté algunas de mis impresiones sobre el libro. Me invitó a escribir algo, o, mejor dicho, a plasmar en el papel lo que le estaba contando. Me sorprendió su osadía, porque nunca he escrito sobre un libro. Pero el reto me ilusionó. Y aquí estoy “manos a la obra”, como un novato en estos temas, que se va permitir la licencia de escribir con un orden desordenado, y, posiblemente, la de hacer unas reflexiones poco ortodoxas, en el contenido y en la forma. Pero ahí voy con alegría y con ganas.

    Posiblemente el desencadenante de este escrito novel sean los versos del libro VI de la Ilíada en los que Helena, durante el asedio de Troya dice: “En lo sucesivo, los poetas cantarán nuestros sufrimientos a generaciones que están por nacer”. Pienso que no es casual que Irene Vallejo lo haga entrar en juego en la página 196, de un libro que tiene 210 páginas.

    Aquel que haya leído el libro sabe el contexto de esta cita. Pero como este artículo va dirigido a todos los públicos, diré que “El silbido del arquero” relata las aventuras y desventuras del viaje del troyano Eneas hacia las tierras italianas del Lacio, cuando, después de haber partido de Ilión, conquistada por los aqueos, naufraga con su flota y arriba a Cartago, donde se encuentra con la reina Elisa. Simultáneamente, Irene Vallejo nos lleva a un tiempo posterior, en la ciudad de Roma, en la que el poeta Virgilio vive otras aventuras y desventuras tratando de encontrar la inspiración para escribir “La Eneida” que le ha encargado Augusto.

    El pobre Virgilio camina por Roma, agobiado por el trabajo que le ha encomendado el emperador, hasta que un anciano, que tiene por nombre Homero, le dice estos versos: “En lo sucesivo, los poetas cantarán nuestros sufrimientos a generaciones que están por nacer”. Virgilio encuentra en estas palabras, llenas de sabiduría y de humanidad, la clave que le emociona y le hace sumergirse en la vida de los héroes, en la de Helena y en la de Eneas, contemplada en la hondura de los sentimientos dolorosos que tienen que afrontar, con la dignidad y la excelencia de la “areté”, sin que ello elimine la consciencia de su propio sufrimiento y, en muchos casos, de su muerte temprana. Bellos hexámetros los de “Homero”, porque reflejan que el héroe sin el “aedo”, sin el poeta épico, sin el escritor que canta su vida, hazañas y desventuras a las generaciones que están por nacer, sería un desconocido. Su vida y su dolor no tendrían sentido, y sus esforzadas acciones quedarían desvanecidas, fuera del recuerdo de los hombres. Las palabras de Homero transforman a Virgilio y le muestran el camino. El dolor del escritor convertido en la alegría de la inspiración que dará sentido, y eco, al dolor del héroe.

    ¡Qué tema tan interesante el que plantean Homero, Virgilio e Irene Vallejo, a través de la figura de la legendaria Helena “de Troya”!. Siempre me ha intrigado y atraído lo que dicen, aquellos que entienden de la creatividad literaria, sobre cómo una frase puede dar origen a una novela, relato o libro. Ya sea porque el escritor tenga un volcán de ideas en su cabeza, que no encuentra camino para plasmarse en un libro, hasta que una frase iluminadora llega y le da la clave; ya sea porque una pequeña frase originaria, bonita, musical, rítmica o seductora se apodere del escritor, tire de él y genere todo ese magma literario, que acaba plasmándose en un libro.

    Para mí, que estoy inmerso en un proyecto colectivo teatral del IES Pedro de Luna, que en estos momentos está volcado en la plasmación de una Ilíada para alumnos de ESO y Bachillerato, este tema me resulta doblemente atractivo.

    Por una parte, la Ilíada de Homero canta los sufrimientos de unos jóvenes valerosos que afrontan su destino en una guerra que los destruirá y los convertirá en héroes. Para ellos, en los momentos de humana lucidez, su existencia es dolor, muerte y destrucción. Para nosotros, a través de la elegancia y ritmo de los hexámetros homéricos, de la traducción épica, o de la narración del escritor actual, su vida es heroica, gloriosa, emocionante. Lo dice claramente el comienzo de la Ilíada: “Canta, oh Musa, la cólera funesta que precipitó al Hades muchas almas de jóvenes valientes y que causó infinitos males a los aqueos”. Lo muestra también la Eneida con las desventuras y aventuras del joven Eneas, que ha sufrido la destrucción de su ciudad y la muerte de su gente, y que busca una nueva ciudad, un nuevo mundo que no esté presidido por el sufrimiento.

    Por otra parte, ¿cómo contar a las generaciones futuras las historias de los héroes, para que las guarden en su memoria, para que la fama de sus vidas esforzadas y su dolor perduren en las generaciones futuras? ¿Cómo hacer una adaptación teatral de la Ilíada que llegue a los chicos adolescentes y jóvenes del presente, y les inunde con la emoción, la valentía, y el coraje con los que los héroes afrontaron las dificultades de sus vidas?

     “El silbido del arquero” nos cuenta el viaje de la inspiración, el viaje de los escritores, de Homero, de Virgilio, de Irene Vallejo, y de los adaptadores teatrales de la Ilíada de Clásicos Luna. Pero sobre todo nos cuenta el viaje del “héroe” Eneas.

    Podríamos decir que su viaje, en el libro de Irene Vallejo, es, entre otras cosas, una novela de aventuras. Como dicen los editores en la contraportada, es “una novela de aventuras, de exilio y de amor”. Pero yo lo he leído como un relato de estas aventuras desde los mundos interiores de los protagonistas, de Elisa, de Eneas, de Ana, de Yulo, de Eros, de Virgilio, y también desde el de Irene Vallejo. Es un planteamiento original con el que he disfrutado. Dicen los psicólogos que es imposible saber lo que son las cosas, lo que sucede. Podríamos decir que “lo que sucede”, es, sobre todo, lo que nosotros nos contamos, sentimos, pensamos y nos decimos de los hechos y las acciones en las que participamos. Y ese transcurrir interior de nuestras vivencias requiere tiempo, atención y sabia paciencia. Alguien podría decir que este libro no es trepidante, como los llamados libros de aventuras, o que no está gobernado por el mundo del espectáculo fulgurante de los efectos especiales. Pero es que las verdaderas aventuras no están en el exterior. El viaje siempre es a la vez, y sobre todo, interior. La vida es, también, como dice Helena, lo que vivimos en nuestro interior, el cómo nos sentimos con nosotros mismos, con los demás y con lo que sucede a nuestro alrededor. Los protagonistas de esta historia nos describen los acontecimientos y las relaciones humanas desde sus reflexiones y su inteligencia, pero, sobre todo, se lo cuentan a ellos, y a nosotros, desde los sentimientos, desde la fuerza de la vida, porque son los sentimientos los que nos hacen estar vivos. Sentir es vivir. Lo sabe bien el replicante de Blade Runner, lo sabe bien el dios Eros, que contempla con añoranza el vivo y fluctuante mundo de los humanos, el de Eneas y Elisa, desde la fría serenidad y sabiduría inalterable de la divinidad. Los humanos viven sumergidos en el atractivo mundo de las emociones, y de las palabras con las que se las cuentan, en el laberinto de las palabras, que nos hablan del laberinto de los sentimientos, que nos hablan del laberinto de lo que sucede a nuestro alrededor.

    En esos mundos encontramos, con su atractiva personalidad, a Elisa, reina de Cartago. Nos sumerge en una mirada llena de inteligencia y sensibilidad, Es una mujer con la valentía suficiente para afrontar su vida personal y la de su pueblo, gobernándolo con lucidez, en medio de un mundo de hombres guerreros, ambiciosos y toscos. Una mujer enamorada, orgullosa de Cartago, la ciudad que ha hecho crecer. ¿Cómo no va estar orgullosa de haber fundado y consolidado una ciudad? Cartago en el desierto, y todas las ciudades, donde quiera que se encuentren, son, en el imaginario de los buenos gobernantes y de los hombres y mujeres de a pié, un oasis para la vida humana civilizada. Las ciudades como escenario de unas relaciones humanas cuidadas, de la cultura, no sometida a la violencia de las guerras, en la que los héroes épicos se convierten en ciudadanos. Pero el amor la trastoca, como el amor trastoca a todos. El amor, aún el no correspondido, despierta la fuerza de la vida, y con su carga de dolor, placer y felicidad hace a los humanos más lúcidos para el calor y el color de lo que verdaderamente les emociona. Y en el caso de Elisa, ella siente y sabe que su ciudad más bonita es la del amor que anhela. Elisa, madura, se ha enamorado de Eneas, y contempla con ilusión y con miedo su propio cuerpo atractivo que ya pasó la juventud, su proyecto colectivo que parece comenzar a resquebrajarse. Mira, desea, disfruta, sufre y se ilusiona con ese joven viajero que se debate entre el destino y la voluntad. Elisa, en sus conflictos interiores, entre el riesgo del amor al héroe Eneas y su necesidad de la tranquilidad que le ofrece la ciudad, es una heroína humanizada. Es un personaje, una mujer, que me emociona como lector. Se alza sobre las hojas y las palabras del libro, haciéndose plenamente viva.

    La mirada de Eneas, el protagonista masculino que naufraga junto a Cartago, nos muestra el sufrimiento de los héroes con un pasado de derrotas, y que, a la vez, miran el futuro con esperanza. Llega a la ciudad de Elisa con su carga de dolor, con su presencia de héroe varonil, con el amor roto por la muerte de Creusa, con el hijo vivo, con sus oscuros compañeros guerreros, con su ciudad, su patria, destruida, con su padre muerto. Con el viajan los recuerdos tristes y los anhelos de un futuro mejor para su hijo y para su gente, en el que el orden, la ley y la paz garanticen una vida humana, alejada del sufrimiento de los héroes. Por eso duda y no acaba de entender si esa ciudad es la Cartago, construida por Elisa, o la futura Roma, a la que él debe dar origen por la acción de sus descendientes. El pasado y el futuro ocupan su corazón. Por eso el presente se interpone y le confunde. La atractiva e inteligente Elisa, y su ciudad, son el presente y le sumergen en el conflicto entre su destino y su voluntad. Eneas es un hombre joven, con una larga historia, pero un hombre joven, valiente y decidido como los héroes. Por eso su camino está todavía por recorrer. Es atractiva su presencia, nos llega su honestidad y el cómo afronta su destino, pero está cargado de futuro. Por eso todavía resulta más atractivo para Elisa, que siente que sus energías comienzan a flaquear. Posiblemente ella también quiera ese futuro pleno de fuerza vital, pero su momento es el presente y un amor maduro, en el que Eneas no puede vivir.

    Pero a mí me han seducido las miradas interiores de la niña-mujer Ana, hermana pequeña de la reina Elisa. Mira el mundo como si alguna vez hubiera sido adulta y hubiera vuelto otra vez a ser niña, sin perder la espontaneidad de la infancia. Nos presenta el mundo con una mirada limpia y lúcida. ¡Ay, el mito del paraíso perdido! ¡Ay, si pudiéramos ser como los dioses, pero sin dejar de ser, a la vez, hombres, y mujeres! Ni siquiera el difícil crecimiento de la adolescencia le quita a Ana su frescura al contarnos lo que sucede. Es atractivo para el lector, y lo es también en la vida, sumergirse en la mirada de los niños, con sus conflictos no confesados, y a veces no comprendidos, para disfrutar también de sus miradas sensibles, interesantes, “inteligentes”, limpias, intuitivas y alegres. Ana, a pesar de todas las dificultades, es una niña alegre en un mundo de adultos que buscan su identidad. Ella también busca su espacio con Yulo, el hijo de Eneas, pero su mundo interior está lleno de vida. Sabe lo que quiere, con quién quiere estar y con quien no quiere estar. Su mundo es poético y real, disfruta de la vida, de las gentes y de la naturaleza. Disfruta con las palabras. Le gusta hablar y comunicarse con la magia de las palabras ordinarias y el hechizo de los oráculos. Por eso su mundo interior es tan rico. Ana es un personaje sobrio y bello, una niña-mujer con un hermoso corazón.

    En este mundo de hombres y mujeres el relato nos sumerge en la mirada del dios Eros. Un dios simpático y empático, inteligente y afectuoso, el dios del amor qué, de un modo borgiano, mueve los hilos de la historia de Eneas y Elisa, participando en el juego de su amor. Un dios que, más que disfrutar de su capacidad para dirigir la vida de los hombres, se complace, y se considera afortunado, contemplando con benevolencia y con “envidia” el vaivén de las emociones amorosas de los humanaos. Para el lector es un placer leer esta mirada divina, porque, en su aparente distancia, nos muestra con cercanía muchas dimensiones atractivas de lo humano, que los hombres y mujeres olvidamos con la falta de perspectiva en la que nos apresa la urgencia del día a día.

    Los personajes nos van mostrando sus mundos interiores y nosotros nos vamos acercando a la historias desde varias perspectivas, en una composición musical, que retoma pasajes y los modula con nuevas variaciones.

    Son historias de dudas y conflictos, pero también de determinación y afirmación. La duda es un territorio natural para hombres y mujeres, porque no somos dioses. La indeterminación es el punto de partida de la condición humana. La voluntad de afirmarse convierte al ser humano en héroe y, a su vez lo humaniza, aunque el resultado de su acción sea el fracaso. Por eso sus vidas merecen ser contadas. Y por eso mismo, desde el fondo de su dolor emerge la alegría, como manifestación de su propia fuerza. Posiblemente la alegría sea el sentimiento con el que disfrutamos de nuestras búsquedas y esfuerzos. La fuerza de la convicción convierte en alegría la pesadumbre y las múltiples dudas de  Virgilio, cuando escucha al viejo Homero decir la frase de Helena “de Troya”. Eneas retoma su navegación hacia el Lacio con alegría, y con dolor, cuando su voluntad decide que asume su destino. La niña Ana no se resigna en ningún momento, siempre “camina” con sentimientos y pensamientos, decididos y alegres. Hasta el propio Eros disfruta, dejando atrás su condición divina, porque ha decidido participar en la vitalidad de la emociones de los humanos. A Elisa, en cambio, el destino le ha colocado en una difícil posición. Ha puesto sus energías y su vida en la construcción de Cartago, y las nubes de la tristeza nublan su corazón, cuando intuye que la ciudad está en peligro, y que su amor por Eneas no tiene salida

    Al hablar de estas historias, hemos comentado la importancia vital y literaria de los sentimientos. También podríamos hacerlo de la belleza de la inteligencia desplegada en todo el relato. Es la inteligencia de los personajes principales la que hace posible su sensibilidad, la que les permite “jugar de igual a igual”, la que enriquece sus vidas, sus relaciones y “sus aventuras”. La de Ana para tratar con adultos y niños, la de Eneas para conducir a su gente, la de Elisa para comprender la complejidad de su mundo, e incluso la inteligencia omnisciente de Eros que no le impide disfrutar, al modo humano, de las limitaciones de los héroes.

     “El silbido del arquero” es un libro escrito con un estilo limpio y fluido. Tiene esa aparente facilidad que ponen en juego los que dominan el arte de la escritura, porque son capaces de decir con sencillez lo difícil. Con una mirada limpia, y a la vez profunda, nos sumerge en un relato que tiene muchos niveles de lectura. Como dice el viejo Homero, nos canta, “a las generaciones que estamos por nacer” la historia de Eneas y Elisa. Irene Vallejo lo cuenta al chico joven, al lector erudito, y a todo aquel que quiera disfrutar con su lectura. Pero es necesario advertir a las generaciones nacidas en un mundo de comunicaciones rápidas, breves, y agitadas por la prisa, que este no es un libro para “ser entretenidos” como lectores pasivos. Es una novela para aquellos que quieran disfrutar de su tiempo de lectura. Un libro atractivo por su tono poético, su gran sensibilidad y su inteligente sencillez

    Un libro que nos habla de otros libros, que nos invita a disfrutar con ellos y a comprender su génesis. “El silbido del arquero” está lleno de guiños al mundo del lenguaje, los textos y las palabras. El mundo que nos hace humanos. La joven Ana, el dios Eros, el niño Yulo, y Virgilio nos invitan a este maravilloso  mundo de la literatura y de la vida.

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