Por Martín Ballonga
¡Un éxito sin igual del Pollo Urbano!. Una sección de Martín Ballonga con píldoras, runrunes y comentarios que nos llevaran por pequeñas pistas a caminos de interés asegurado para nuestros lectores ¡No te las pierdas!
Antón Castro, el cazador de ángeles, se pone nuevas gafas para ser más eficiente. Se trata de la marca Innovar, y desarrolla soluciones basadas en la realidad virtual y aumentada para mejorar la eficiencia en los procesos culturales, porque la cultura, ha dicho, “es imprescindible para resistir a cualquier vendaval del destino”. De momento, ha descubierto que la cucharita de los famosos Helados Italianos también se come. ¡Ñam, ñam!…
Sorprendente la reseña de Ricardo Lladosa en el heráldico ‘Artes y letras’ sobre el nuevo libro de Eva Puyó, ‘Todos mis anhelos’, publicado por Xordica. Una literatura del duelo a la que califica de magnífica, aunque rescata un pasaje de la propia novela en la que su autora conversa con su compañero de fatigas, Ismael Grasa, y concluyen que “el talento en la escritura es algo misterioso. No depende de los estudios, ni de las lecturas, ni del tesón que uno ponga en la tarea. Como dice Marguerite Duras, el hecho de escribir no te convierte en escritor”. Prosa colada, o de ropa tendida, que diría Marsé…
Nuestro corresponsal en el cielo, san Pedro, nos informa que el jaqués Marcelino Orbés está escribiendo un libro. Su título provisional es ‘Mariano García, el mejor payaso del mundo’.
¿Cómo es posible que Mariano Anós, un artista plástico aficionado, exponga en el paraninfo de la universidad, en una colectiva junto a Luis García-Abrines y Emilio Gastón, otros que tal? Que responda la responsable, Yolanda Polo (de Franco). O el comisario, Alejandro Ratia. O Nacho Escuín, ya despedido de la universidad privada de San Jorge y autor de los textos del catálogo.
Cualquier cosa nos esperamos, desde luego. Al carnicero que retrató Pepe Cerdá, en una anterior exposición sobre una serie relacionada con los oficios, no le pidáis pierna. Le salió paticorto. Palabra de la redacción pollera.
Nuestro subdirector, Carlos Calvo, nos advierte de la muerte del gran pintor Miguel Ángel Lahoz Nieto y nadie del núcleo duro cultural zaragozano ha reparado en ello. Ni saben quién es. Así nos va. “Nuestro íntimo aragonesismo”, escribe Calvo, “el que hemos respirado en los silencios de nuestros abuelos sentados bajo la claridad blanda de las solanas, el que hemos bebido en la dureza y acritud de nuestros aires y nuestras tierras, es lo que late en cada una de sus pinceladas”. El olvido que seremos.
El recorrido por la vida de Héctor Abad Gómez, un médico y profesor universitario que promovía los derechos humanos en la violenta Medellín de la década de 1970, hasta su asesinato final por grupos paramilitares en 1987, es lo que nos narra ‘El olvido que seremos’, un drama biográfico de reciente estreno en los cines zaragozanos, adaptación de la novela homónima escrita por su propio hijo.
‘El olvido que seremos’ es una producción colombiana dirigida por el madrileño Fernando Trueba y protagonizada por Javier Cámara, con saltos temporales (alternancia de la fotografía en color y en blanco y negro) y referencias a la decadente ‘Muerte en Venecia’ de Visconti.
Para Ignacio Martínez de Pisón, ‘El olvido que seremos’, que ya tuviera una versión en 2015 con el documental de Daniela Abad Lombana y Miguel Salazar ‘Carta a una sombra’, es una “gran película sobre la familia y los lazos de sangre, una hermosa y conmovedora celebración de la vida que no hay que perderse, porque todas las historias familiares son infinitas y estamos atados a los padres”. Que se lo digan, si no, a Eva Puyó.
Para la analista cinematográfica Beatriz Martínez, por el contrario, ‘El olvido que seremos’ es “una reconstrucción histórica un tanto acartonada, lastrada por la afectación, por un academicismo relamido y un humanismo trasnochado repleto de buenas intenciones y equivocadas decisiones”. Por no hablar de la terrible partitura del polaco Zbigniew Preisner (sí, el gran compositor de Kieslowski), que se encarga de subrayar emociones, ay, donde no las hay.
Guste más o guste menos ‘El olvido que seremos’, lo cierto es que Fernando Trueba tiene razón cuando dice que “sin la memoria no existen ni la inteligencia ni el progreso ni la cultura ni la ciencia”. (Ni las comas, a lo que se ve). En su extraordinario ‘Diccionario de tópicos’, Flaubert, al que obsesionaba la estupidez, señala cómo algunas personas no solo no lamentan sino que presumen de no tener ninguna memoria…
Es una simpleza, un tópico burdo, decir que la memoria es la inteligencia de los tontos. La define Cicerón como “la guardiana del tesoro”. En sus ‘Confesiones’, san Agustín le dedica amplio espacio: “En la memoria, todo está almacenado de forma concreta y según la propia categoría. Gracias a ella, me encuentro conmigo mismo. ¿Con qué pagaré yo al Señor que mi memoria pueda recordar todas estas cosas?”.
“Ya somos el olvido que seremos, / el polvo elemental que nos ignora…”. Que se lo pregunten, si no, al gran Borges. O a David Trueba, responsable de un discutible guion sobre lo hogareño y la memoria, esto es, en esa reivindicación, no del todo bien entendida, de la bondad y el pensamiento libre.