Pollerías (abril)


Por Martín Ballonga

     ¡Un éxito sin igual del Pollo Urbano!. Una sección de Martín Ballonga con píldoras, runrunes y comentarios que nos llevaran por pequeñas pistas a caminos de interés asegurado para nuestros lectores ¡No te las pierdas!

 

  El programa televisivo ‘El hormiguero’ que dirige Pablo Motos recibió hace unos días a Marianico el Corto para promocionar su serie aragonesa ‘El último show’, que emite una cadena para toda España. Todo fueron alabanzas por parte del presentador y nuestro paisano poco habló de las cosas de la vida, pues se limitó a contar unos cuantos chistes casposos de su época en ‘No te rías, que es peor’.

 En la década de 1960 los humoristas incorporaron a su repertorio la boina y las alpargatas, lo que el público conocía como un “matraco aragonés”. O paleto avispado. Se trataba de contar chistes de sal gruesa, exagerando el acento de la tierra. Uno de los primeros que actuaron de esa guisa fue el humorista Carbonilla, injustamente olvidado, ya que fue brillante su trayectoria. Fernando Esteso lo popularizó a escala nacional a través de televisión, algo que sacaba de quicio al periodista Alfonso Zapater. También lo hizo otro aragonés, Manolito Royo, aunque, la verdad, no lo hacía muy a gusto. El Señor Tomás, un cómico tudelano con un show de apariencia ruraloide, lo hizo un corto tiempo (falleció en un accidente de automóvil), y solía terminar sus espectáculos con un reparto de hogazas de pan, trozos de chorizo y tragos de vino en bota.

  Ignacio Moreno, popular locutor de Radio Zaragoza, dirigía un programa nocturno en el que los radioyentes participaban. Miguel Ángel Tirado, a la sazón vigilante nocturno de un garaje, también colaboraba en el espacio, contando chistes. En realidad, llamó pidiendo que le pusieran un chiste y acabó contándolo él. De ahí surgió, a la edad del Cristo crucificado, la figura de Marianico el Corto, quien adornaba el final de sus actuaciones imitando –muy mal, por cierto- a cantantes de actualidad. O ‘cantantas’, como Cecilia. Hoy son personajes extinguidos, el público ha cambiado –afortunadamente- y esa clase de repertorio está finiquitado.

  Con todo y con eso, Marianico el Corto, más allá de la herencia del humor baturro encarnado por Paco Martínez Soria, recogió el testigo del Señor Tomás, ya sin su competencia, y lo imitó tanto en vestimenta (boina, chaleco y alpargatas) como en tipo de comicidad. Después vinieron los bolos en pubs, salas y discotecas hasta que la televisión lo convirtió en una celebridad. Luego desapareció de la pantalla pero ha seguido alegrando los veranos de las fiestas patronales en muchos pueblos y los inviernos de los jubilados en Benidorm, en la costa del Mediterráneo, el mar de Homero, el mar de color de vino de la ‘Ilíada’ y de la ‘Odisea’, el Mare Nostrum de los romanos, el Gran Verde de los egipcios, el mar de Grecia y el de Jasón, y el de los Argonautas. Siempre vuelve por navidad a la metrópolis alicantina para dar pienso a los viejos vigoréxicos, a los viejos blanditos, a los viejos deteriorados, a los viejos a estrenar, a los viejos usados, a los viejos con pelo, a los viejos calvos. Todos los años, sin embargo, hay alguien que no vuelve.

  Las imágenes de los éxitos de Marianico en las cadenas nacionales durante la década de 1990 (‘No te rías, que es peor’, ‘Hola, Raffaella’, ‘Qué apostamos’, ‘El Gran Prix del verano’) contrastan con su gesto actual, sin boina, al borde de las lágrimas. Este es el punto de partida de ‘El último show’, serie creada por el zaragozano Álex Rodrigo con un veterano, testarudo y desesperado Miguel Ángel Tirado al frente de un reparto formado por Luisa Gavasa, Itziar Miranda, José Luis Esteban, Pablo Lagartos, Laura Boudet, Denis Cicholewski, Ken Appledorn, Laura Gómez Lacueva, Álvaro Morte, Armando del Río, Rubén Martínez, María Isabel Díaz, José María Rubio, Marisol Aznar y Manolo Kabezabolo, entre otros.

  En ‘El último show’ todo resulta apresurado, sin tonalidad, mal hilado. Podrán decir misa los del compadreo del núcleo ‘cultureta’ zaragozano, pero la serie es una castaña de tomo y lomo. Una ‘catetada’. Uno casi prefiere el “cateto a babor” de Alfredo Landa, quien, al menos, perseguía suecas en Benidorm. Mejor eso que avergonzarnos de unos chistes dirigidos al público ‘jubileta’ en sus viajes a la costa alicantina.

  Lumen acaba de publicar ‘Notas para unas memorias que nunca escribiré’, el libro póstumo de Juan Marsé. Un diario que no tiene desperdicio, en impecable edición de Ignacio Echevarría. En el apartado de prosistas, no se corta un pelo: “Camilo José Cela, prosa campanuda. Francisco Umbral, prosa sonajero. Javier Marías, prosa pringada. Javier Cercas, prosa resabiada. Carlos Ruiz Zafón, prosa insolvente. Juan Manuel de Prada, prosa ensotanada”.

  En el libro de Marsé no aparecen escritores aragoneses. Y eso es lo mejor que les ha podido pasar. O sea, no aparecer, por si acaso. Que tampoco es plan que se hubiesen sonrojado por cosas como estas: “Javier Barreiro, prosa cupletista. Félix Romeo, prosa pandereta. Fernando Sanmartín, prosa terapia. Antón Castro, prosa paja. Daniel Gascón, prosa funcionaria. Eva Puyó, prosa colada. Javier Tomeo, prosa croquetera. José Luis Melero, prosa paraninfo. José Luis Corral, prosa papagayo. Julián Casanova, prosa bombeta. Juan Bolea, prosa azuloscuracasinegra. Luis Alegre, prosa maribelverdú”…

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