Pollerías (marzo)

Por Martín Ballonga

¡Un éxito sin igual del Pollo Urbano!. Una sección de Martín Ballonga con píldoras, runrunes y comentarios que nos llevaran por pequeñas pistas a caminos de interés asegurado para nuestros lectores


Lola Herrera
hizo suyo el enfado de muchos colegas al interrumpir en el zaragozano teatro de las Esquinas una función, harta de un teléfono móvil que no paraba de sonar. A las viudas ya no les dejan velar tranquilas a sus maridos.

  La función en cuestión era ‘Cinco mil horas con Mario’, según el original de Miguel Delibes. Esta obra ha hecho historia y sigue llenando teatros doscientos años después de su estreno. La inmortal actriz añora las primeras representaciones de este monólogo, cuando los espectadores usaban unos anteojos, de marfil u otros materiales nobles, para recrearse en los detalles del espectáculo.

  Pero para carácter, maldita sea, el de Leo Bassi, quien llegó a bajar del escenario del teatro Alfil para pisotear un móvil hasta destrozarlo. El gesto le costó 400 euros y a cambio recibió una ovación. Vamos, para que a uno le entre la tos…

  En plena presentación del libro ‘Adjetiva, que algo queda’, un oyente se echó un sonoro cuesco que hizo temblar los cimientos de la librería. Al maestro de ceremonias, Antón Castro, se le cayó encima la estantería sita a sus espaldas. Y quedó enterrado entre toneladas de papel impreso, mientras aún se escuchaban, ¡oh!, sus enveses y revelaciones, sus vértigos y temblores, sus asombros y arrebatos. La muerte fue inmediata. Descanse en paz.

  El actor Jorge Usón, otro orondo, provocó un estruendo en un teatro de provincias, al hundirse el escenario en plena actuación. A su lado, lo de Montserrat Caballé parecía una broma. La muerte, también, fue inmediata. Descanse en paz.

  El padre Melero, compungido, ofició ambas muertes en una de las capillas del cementerio de Torrero. Al acto acudieron importantes personalidades de la política y la cultura aragonesas. Entre ellos, Pablo Echenikón. Ante la proliferación de extravagantes sonidos salidos de ciertos móviles, el portavoz podemita del gobierno dijo: “O apagan los celulares o me levanto y me voy”. Y, efectivamente, se fue. Nada por aquí, nada por allá…

  La peña aragonesa de críticos de arte ha reconocido a la galería La Casa Amarilla que regenta Chus Chuletilla (y su amor y señor Juanjo Vázquez) como el mejor espacio expositivo sobre arte contemporáneo. A veces, el arte contemporáneo es un campo sin puertas donde una escultura ya se define como aquello con lo que tropezamos mientras retrocedemos para ver mejor una pintura.

 Que se lo digan, si no, a José Manuel Broto, el pintor aragonés que inauguró recientemente en Madrid, en la Casa de la Moneda, su nueva exposición, “un alegato”, dijo, “contra la banalidad actual de una sociedad, apresada por un mundo entregado a la novedad irreflexiva”. Pues eso.

  “Si en el futuro”, escribe en un excelente artículo Manuel Vicent, “el guardián de la eternidad le sigue concediendo a Luis Buñuel un pase de pernocta cada diez años fuera de la tumba, puede que un día se encuentre con que hasta los berberechos han tomado conciencia y exigen sus derechos. Y no será extraño que en otra salida le hagan saber que no tiene obligación de volver a la tumba porque la inmortalidad se vende en las farmacias”.

  Termina Manuel Vicent: “¿Realmente merece la pena salir de la tumba? Por mi parte, lo haría para oír ‘La muerte y la doncella’ de Schubert, leer algunos versos de Dante, contemplar ‘La danza’ de Matisse, saber si siguen las risas de verano de unos niños en el jardín o celebrar un amanecer en el mar tomando un ron con amigos en un velero”. O un ‘dry martini’ sin agitar.

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