Crónicas porteñas: Carlos Calvo 425, 10 B


Por Alfredo Saldaña

      Nuestro, amigo, profesor y poeta, Alfredo Saldaña se encuentra en Buenos Aires desarrollando un amplio programa de actividades culturales y académicas y desde allí nos envía esta segunda nota sobre sus impresiones para los lectores polleros.

    Esta es la dirección desde la que escribo esta crónica para El pollo urbano, entre Bolívar y Defensa, junto a la plaza de Dorrego y al mercado de San Telmo, en pleno corazón de dicho barrio, en la misma calle donde habitó Esteban de Luca, poeta y soldado. Y da la casualidad de que se la envío a Carlos Calvo, uno de los responsables de esta inclasificable revista, convertida ya en un antirreferente en el panorama hispanoamericano de los medios de comunicación. Mi sorpresa fue mayúscula, por no decir supina o garrafal, al llegar a esta ciudad, Buenos Aires, y comprobar que la calle que iba a acoger mis delirios y desvelos juarrocianos lleva el nombre del subdirector de esta ínclita y justamente afamada publicación. ¿Sería él, el Carlos Calvo que podemos encontrar en ese oasis de buen gusto y autenticidad que lleva por nombre Quiteria Martín, el hombre que da nombre a esta calle?, o, quizás, ¿sería ese otro Carlos Calvo, nacido en Montevideo el 26 de febrero de 1824, y muerto en París el 2 de mayo de 1906, el referido en esta vía pública? Si el zaragozano ha demostrado ser un sujeto crítico e independiente, un lector empedernido y un cinéfilo muy bien informado, el otro fue un jurista, diplomático e historiador uruguayo que se educó y actuó en la vida pública de Argentina, país en donde se especializó en Derecho Internacional. Si el primero cultiva su trabajo en ese lugar singular y radicalmente excepcional ubicado en el barrio zaragozano de la Magdalena desde 1921, el otro ejerció como diplomático, representó a Paraguay y Argentina en diferentes países europeos, fue uno de los fundadores, en 1873, del Instituto de Derecho Internacional Público de Gante (Bélgica), y desarrolló durante varios años una intensa actividad diplomática ante la Santa Sede. Mientras el primero, felizmente, nos alegra cada día con un golpe de inteligencia y buen humor, los restos del segundo reposan en el cementerio de la Recoleta, y probablemente sea él en quien pensaron al dar nombre a esta calle. Pero yo, al regresar a mi apartamento cada noche, pienso en mi amigo, el otro, e imagino que su nombre es una calle en la que caben todos los hombres.

 

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