Por Carlos Calvo
A César Sánchez le conozco desde siempre. Y casi siempre coincidíamos en la mítica taberna Bonanza regentada por el desaparecido Manolo García Maya, lugar de encuentro de pintores, cineastas, poetas, novelistas y gentes del espectáculo en general…
…., algo así como el santuario de la progresía cultural zaragozana de los años setenta, ochenta y noventa del siglo veinte, en donde se reunían, maldita sea, todos esos personajes de las artes y las letras para planear futuros proyectos.
Éramos jóvenes. Incluso muy jóvenes. César Sánchez, de él hablamos, se movía en el grupo de los pintores nacidos en torno a la década de 1950, entre los que figuraban Ramos Rebullida, Jesús Buisán, Joaquín Ferrer, María José Peyrolón, Ruiz Monserrat, Gregorio Millas, Alonso Fombuena, Mariano Viejo, Antonio Cásedas, Iris Lázaro o, entre otros, Eduardo Laborda. Este último, precisamente, bautizó a este grupo reunido en el Bonanza como “la generación perdida” -a mayor gloria de la literaria norteamericana-, y tenían en común el interés por las últimas corrientes figurativas (Antonio López, Eduardo Naranjo, Cristóbal Toral) o las de la abstracción formalista (José Hernández, Vicente Vela, Enrique Gran, Lucio Muñoz, Francisco Farreras).
Gran coleccionista de discos de vinilo, recuerdo a César Sánchez, mostacho incluido, en pleno campo, caballete en ristre, protegido por una boina o un sombrero, para realizar paisajes al natural a la manera de los pintores de la escuela de Olot, de Francisco Gimeno o de Joaquín Mir. De carácter independiente, este grupo de jóvenes relacionados con la calle –y la plaza- Santa Cruz, en palabras del periodista Luis García Bandrés, fueron “los que se atrevieron a seguir en la brecha, sin aplausos, sin palmadas en la espalda, artistas que han tenido que luchar solos sin más ayuda que el tiempo y el convencimiento en su propia labor”.
Ahora, la Casa de los Morlanes dedica a César Sánchez una retrospectiva de su trabajo pictórico, de 1975 a 2016, unos cuadros de cierta tendencia a los colores vibrantes, salvajes, entre el expresionismo y el fauvismo. Es lo popular llevado al arte. Es la mirada a una infancia educada. Es el Andy Warhol zaragozano, por decirlo de algún modo. De hecho, considera al artista estadounidense de origen eslovaco como un revolucionario, tanto en el nacimiento del pop cuanto en el sistema de producción: reiterando iconos de forma industrial, multiplicando serigrafías y hasta firmando páginas en ‘offset’ de su revista o de otras donde era objeto de atención. Supo crear un personaje y convertirse en mito hasta límites impensables. Unió extremos opuestos de la sociedad, como aristócratas y lumpen. Apóstol del consumismo, utilizó la cultura popular y tuvo una gran visión para los negocios. Si se habla siempre de Duchamp, tampoco se quedó corto cuando expuso la lata de sopa Campbell, que valía seis dólares y la vendía por mil quinientos. Se sirvió, en fin, de grandes símbolos populares, que, con su toque mágico, convertía en arte.
El arte de César Sánchez, igualmente, rinde homenaje a la mitología del cine (Greta Garbo, Rodolfo Valentino, Humphrey Bogart, Groucho Marx, Robert Taylor, Antonio Vico, Imperio Argentina) o a la de la música (John Lennon y los Beatles, Los Pekenikes, Sylvie Vartan). Y también al universo de las locomotoras, los coches, las motos, las bicicletas, los comercios, los paisajes rurales y urbanos, los anuncios, las sinfonolas, los teléfonos, las tiras de cómics, las máquinas de escribir, las portadas de discos de vinilo, los bodegones, los retratos familiares, las bebidas, los toreros (con pulpos como sombreros o sin ellos)… Una exposición que puede disfrutarse hasta finales de este mes de junio y de la que Jaime Esaín, en el prólogo del catálogo, se pronuncia así:
La primera noticia que tuve de la singular personalidad de César Sánchez Vázquez (Zaragoza, 1950) fue en la exposición colectiva del IX Premio San Jorge 1978, convocado por la Diputación Provincial de Zaragoza. Del conjunto de la obra exhibida me llamó la atención un cuadro insólito en la Zaragoza de la época por su fidelidad a un estilo del que nuestra tierra, pese a su reconocida e importante nómina de pintores, tiene muy escasos seguidores: el arte pop.
El cuadro en cuestión era un acrílico sobre tabla, datado en ese mismo año 1978, de grandes dimensiones (135 x 100 cm), titulado ‘SuperMarx’. En él aparecía la figura de Groucho Marx vestido de Superman, ascendiendo en el espacio. El hecho de combinar inteligentemente el cine, representado por una de sus estrellas más populares, como un superhéroe del cómic, ambos temas propios de la más genuina iconografía pop, hacían de la pintura una referencia en verdad extraordinaria en la Zaragoza pictórica de aquel tiempo. Este cuadro paradigmático del pop aragonés se exhibe también en la presente muestra.
Recordemos brevemente que el arte pop es un movimiento que se inició en Inglaterra a principios de la década de 1950, para alcanzar su auge en los siguientes años 60 (Richard Hamilton, Paolozzi, Peter Blake, Kitaj). Nació como reacción a los excesos cometidos por la corriente abstracta en décadas anteriores, fenómeno éste de la acción-reacción nada infrecuente en el planeta de las artes plásticas. La histórica iniciativa tuvo su expresión simultáneamente en Estados Unidos, a cargo de un grupo ya clásico que consagró el género a escala mundial, formado por Andy Warhol, Wasselmann, Rosenquist, Lichtenstein y Oldenburg, seguidores de Jasper Johns. El importante movimiento se basaba en el tratamiento dado a las imágenes y objetos propios de la sociedad de consumo. Este estilo, basado en la cultura popular y que creaba un arte a partir de la misma, recibió el nombre de ‘arte pop’ o ‘nuevo realismo’. Con posterioridad, como sucede en todos los grandes movimientos culturales, surgieron la música pop, la novela pop, mobiliario y vestimenta pop… Todos ellos con entidad y lenguaje propios.
En la producción de César Sánchez existe una etapa inicial, comprendida entre los años 1978 y 1980, en la que, junto a unas excelentes maneras, se advierte una cierta dispersión temática, propia de la lógica inexperiencia del autor, que, sin embargo, ya demuestra en sus cuadros los conocimientos adquiridos en la Escuela de las Artes, complementados con un par de cursos en el prestigioso Estudio Cañada (1966-67). Es éste un conjunto de pinturas de diversos formatos y argumentos, entre los que destacan un par de obras de filiación pop, que, pese a la juventud de su autor, pueden calificarse de magistrales en su estilo. Son dos cuadros que cumplen las exigencias del pop genuino, al ser ambos de gran tamaño y estar pintados con colores preferentemente simples.
Uno es el ‘Acoso al Coso fuera del Coso’ (1980), que describe un tema seudotaurino, en el que brillan las excelentes cualidades del artista como dibujante. El otro cuadro sobresaliente es del de ‘Valentino en la barbería’ (1979), realizado con sobria paleta pop y con la presencia del actor Rodolfo Valentino, motivo pop típico y tópico, en diálogo estático con un sillón de peluquería, que se erige con ello en coprotagonista de la obra. En estas dos magníficas muestras de cultura popular, el artista renuncia a la prosopopeya de la “obra de arte convencional”, para destacar el significado de un objeto corriente, en este caso un sillón de barbería. Este cuadro de Valentino, a pesar de estar fechado en 1979, no había sido exhibido en Zaragoza hasta la presente exposición.
Con el paso del tiempo, César Sánchez ha proseguido su trayectoria profesional desarrollando distintas vías argumentales, entre las cuales insistimos en este punto en sus creaciones de clara filiación pop. Así, citamos a continuación una serie de trabajos que acreditan al autor como destacado cultivador del llamado nuevo realismo, creador de una serie de instantáneas directas de situaciones y objetos de la sociedad de consumo. Son estas pinturas su ‘Renault’ (1978), ‘La ragazza della macchina’ (1979) y ‘La Prádanos en la estación’ (1978), obras todas ellas, como queda dicho, de una pureza pop nunca antes vista en Zaragoza. La exaltación de los artículos de consumo alimenticios es punto clave en la cultura pop, y, como tal, tiene su presencia en la presente muestra. César nos ofrece en este campo su ‘Bodegón de las latas’ (1997), versión aragonesa de las famosísimas latas de sopa Campbell del maestro Warhol; la ‘Coca-Cola’ (1998), tópico pop obligado; el ‘Anís del Mono’ (2005), no menos popular, y el ‘Americano Orange Crush’ (2010).
Una exposición de arte pop quedaría desvirtuada si no incluyera los medios de transporte más populares. César Sánchez toca el tema con su habitual suficiencia dibujística en una serie de máquinas de tren, entre las que debemos mencionar su ‘Locomotora 1950’ (2016), así como la ‘Locmotora 1206’ (1981), cuya resolución colorista marca un hito en la audacia expresiva del artista. A destacar, asimismo, el difícil escorzo de la monocroma ‘Locomotora 006’ (1982). Descendiendo incluso al tratamiento pormenorizado del tema, como sucede en su ‘Bogie de vagón de tren’ (2012), del que hace una auténtica disección, sin perder el sabor pop.
Buscando la asociación de diversos motivos pop, nos encontramos con cuadros tan sugerentes como ‘La visita’ (1980), donde aparece uno de los iconos preferidos del pop, que es la máquina de escribir, o el originalísimo ‘Abandonado’ (1980), reforzada su condición pop por su gran tamaño. También destaca la excelente factura de ‘Romanos de Baena’ (2015). En la composición de todos estos argumentos juega importante papel la fantasía e imaginación del artista.
En el retrato pop es premisa obligada la popularidad del retratado. Sabedor de este condicionante, César ofrece una galería de retratos de famosos del mundo del cine y el espectáculo. En todos ellos alcanza el artista el exigido parecido con el modelo, expresado siempre con una paleta de brillantes colores que subraya su condición pop. Pero es precisamente en el paisaje, tema muy menor en el movimiento pop, donde encontramos la aportación personal más interesante del pintor aragonés. Y sucede así porque, siendo el típico paisaje monegrino gris y austero en su esencia, César lo transforma con su brillante lenguaje pop en unas originales imágenes policromas, muy distantes del tópico áspero y adusto del Aragón profundo. Sus versiones de extensiones otrora apagadas y estériles aparecen ahora vivificadas por un cromatismo vitalista.
La muestra incluye otros paisajes rurales españoles como ‘Úbeda’ (2015) y ‘Baena’ (2015), además de algunos extranjeros de ‘Perigord’ (2014) y ‘Monument Valley’ (2015), este último auténtico icono cinematográfico pop. No podía faltar en este apartado la presencia de la ciudad de Zaragoza en una breve serie de paisajes urbanos. Véanse ‘Río Ebro’, ‘El Pilar’, ‘San Juan de los Panetes’, ‘Semillas Eito’ y el saudoso ‘Desde mi estudio’, temas todos ellos captados en su esencia y realizados con la fórmula obligada en este artista de una paleta de colores valientes y expresivos.
La actual pintura figurativa (la moderna figuración) rechaza la reproducción en el cuadro del mundo circundante tal cual es, como se ha venido haciendo hasta ahora, para pasar a exigir al artista que nos dé su versión personal de los temas elegidos del entorno. Este principio de la participación protagonista del hombre en el hecho pictórico ya lo enunció Hegel cuando dijo que “la esencia de la pintura está en lo subjetivo”.
Con estos antecedentes, César Sánchez elige precisamente la fórmula pop para dar a su obra pintada el sello personal –lo que llamamos estilo- que le exige la modernidad. Como genuino artista pop, César centra la presente exposición principalmente en la descripción de objetos de la cultura popular. Y son estos principios del arte pop los que estimulan su sensibilidad estética para dar lugar a sus peculiares creaciones.
César descubre en los objetos cotidianos una polisemia significativa que nos presenta el entorno circundante riente, optimista y como vestido de fiesta, merced a los colores puros utilizados en sus representaciones. Vemos así el mundo con ojos nuevos, al establecerse una acertada conexión del estamento industrial con las bellas artes.
El resultado son unos iconos para usar y no para admirar y adorar como las obras de arte convencionales. O, lo que es lo mismo, con esta práctica del pop César crea unos ídolos laicos tan válidos como lo eran las pinturas y esculturas de tiempos anteriores. En este proceso, César sacrifica su personalidad en aras de la descripción objetiva de sus modelos. De esta manera, el arte pop se convierte en el antiarte del expresionismo, así como ante lo fue el cubismo para el surrealismo.
Todo ello realizado con absoluta suficiencia y unos recursos técnicos (perspectiva, dibujo, colorido) del todo dominados, lo que convierte a César Sánchez en el pintor pop aragonés más destacado de su especialidad, como lo atestigua la interesante obra, coherente y sugestiva, que integra la presente muestra.