Instalación de Helena Santolaya


Por José Antonio Conejo Villarejo

     Helena Santolaya inauguró una instalación en el Centro social-librería La Pantera Rosa

El pensamiento se cuela por la chimenea de tu casa, se instala en tu cocina,
come de tu plato, bebe de tu vaso, se pone tu bufanda.
El pensamiento duerme sobre el trapo del polvo, se despierta
con el tintinear de tu vajilla, camina en zapatillas…
El pensamiento es un animal de compañía.



     El catedrático de Teoría de la literatura y literatura comparada Túa Blesa escribió un texto con el que  invita a los lectores polleros a pasar por la instalación que ha colocado Helena Santolaya en el centro social-librería La Pantera Rossa en la calle San Vicente de Paul de Zaragoza. Ahí va la breva:

     «Como en la mayoría de los trabajos de Helena Santolaya, esta pieza Historia del pensamiento responde a un principio estético que es decisivo: la tarea del arte no puede tener lugar en un espacio que se aparta de la vida, que le da la espalda. Y es así como funciona el arte de manera mayoritaria: galerías y museos exhiben, guardan las piezas, pero para ello han de cumplir una exigencia que el sistema cultural les impone, la del apartamiento, la de configurar espacios especializados que establecen una distancia, casi una frontera que sólo está disponible para unos privilegiados, en fin, que clausuran el objeto artístico. En este sentido, que Historia del pensamiento esté a la vista en El Ojo de La pantera rossa es de todo punto oportuno: el lugar del arte es aquí el escaparate, esa abertura por la que lo cerrado se abre al exterior, se muestra a la calle, a la gente que pasa por la calle y hay que recordar el antecedente próximo de La Ventana de La caja de los hilos, local regentado precisamente por Helena Santolaya. Y, cómo no, está el asunto de sus pendientes, esos objetos de la vida de todos los días que en ella adquieren, sin dejar de ser lo que son, pendientes, la categoría de objetos únicos, motivados además por algún acontecimiento concreto del discurrir diario.



    Historia del pensamiento, pues, se inserta en esa línea de trabajo. La máquina de coser, una de tracción mecánica, clásica, digamos, omnipresente en un tiempo entre próximo y remoto en todas las casas, que se ofrecía para las labores cotidianas. Esa máquina, lo cotidiano, sirve de improvisada biblioteca para una serie de volúmenes que son, así se llama la colección que forman, una Historia del pensamiento. Depositados encima de la máquina, apoyados o simplemente a sus pies, la palabra de los filósofos se entremezcla con la máquina y que la marca de ésta sea precisamente Sigma añade una letra más, y no una letra de más, al discurso de los pensadores: no de más, sino una más, la letra de la vida, la de las tareas del hogar se hacen pensamientos y el pensamiento a su vez se hace cosa de la cotidianidad.

    En ese hacerse el pensamiento cosa cotidiana es decisivo el que los volúmenes se guardan en unos forros de lo más singular y dan, así, el libro-nanas, el libro-spontex, el libro-paño del polvo, el libro-fregona, etc. Pero la lectura inversa está reclamando ser dicha y tenemos entonces la fregona-libro, el spontex-libro y todo lo demás. Con ese gesto Helena Santolaya da vida al pensamiento y pensamiento a la vida y todo en una pirueta por la cual todo ello se hace arte, un arte que no puede entenderse sino como la vida misma, sin separaciones ni clausuras.

    En el momento en el que se inauguraba la instalación tuvo lugar una acción que reincidía en ese mismo principio. La artista, sentada en la Sigma, que no quede sin decir que es la máquina de su madre, la de su casa durante años, iba cosiendo corbatas, hasta veintiuna, de plástico transparente, ese material tan frecuentado por Santolaya, que encerraban bobinas de hilo y hebras que se escapaban de aquéllas dibujando los trayectos del pensamiento y también un fragmento de texto. Veintiuna corbatas, veintiún textos, tantos como son las reglas de la dirección del pensar de Descartes, alianza una vez más de pensamiento y objeto de a diario. La primera corbata que se confeccionó, mientras se hacían oír canciones de ayer ¡grabadas en casetes!, fue anudada por la artista al cuello de uno de los asistentes, éste encorbató a otro hasta completar el ciclo cartesiano. De este modo, lo artístico no quedaba reducido a la pieza y a la artista sino que circulaba entre la gente, iba de mano en mano, de cuello en cuello, entre el tacataca de la Sigma y la palabra de Descartes: lo artístico haciéndose, el pensamiento yendo de acá para allá, instituyéndose los intervinientes como artistas por un momento, lo que a fin de cuentas mostraba la cualidad de efímero, el puro acontecimiento, del arte, que decía lo efímero de la vida».

    ¡Enhorabuena a la artista y amiga!

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