El Perón que recuerdo / Fabián Prez


Por Fabián Prez

     En estos días de cuarentena, en este viaje autour de ma chambre, aproveché para ejercitar la memoria a largo plazo, para ver como andaba,…

…y caí en la cuenta, que la última parte de mi infancia fue marcada por el regreso de Perón a la Argentina, su tercer gobierno y su muerte, mas los dramáticos acontecimientos que le siguieron, si la infancia es la patria de la vida, la mía sería una de esas de las que nadie quiere tener un pasaporte.

    Mi papá –antiperonista acérrimo- se agarraba la cabeza, los gobiernos anteriores le habían dado al obrero industrial un poco de aire, y mi “viejo” poco a poco iba logrando sus metas económicas, o por lo menos eso le parecía a él, no era mucha la gente que estuviera segura que Perón volvería, sobre todo después que los gobiernos que sucedieron al golpe del 55, habían hecho notables esfuerzos en borrar a Perón y el peronismo hasta del lenguaje, (había que referirse a él, si no había más remedio, como “El depuesto presidente”), como sea, después de un breve periodo de un gobierno títere, ya no era más depuesto si no presidente constitucional por tercera vez.

    Ahí empiezo a recordar que se vivía en un estado de ánimo muy especial, todo parecía transcurrir como en uno de esos mundos ilustrados en los cromos para niñas, por un tiempo todo era alegría y felicidad, por lo menos en la calle, no en mi casa, claro está, recuerdo un chaval, algunos años más chico que yo que me dijo: ¡Dice mi papá, que ahora volvió Perón, y ya no va hacer falta trabajar para vivir! De hecho, muchos adultos aparentemente lo pensaban así y las leyes de la economía –en última instancia, leyes del universo aplicadas a las necesidades humanas- parecían no funcionar en esta margen del Rio de La Plata.

    En una fiesta en ocasión del día del mecánico, obreros de las automotrices de todo el país, hacían cola en unos chiringuitos instaladas en el campo de recreación de SMATA, el sindicato de esta actividad, donde eran obsequiados con gaseosas, cervezas, sándwiches, helados, nadie tenía que pagar nada, la clase obrera había llegado al paraíso y, lo que tu pudieras ver como un regalo, para la doctrina peronista, era solamente una reivindicación.

    Algunos recuerdos ya están muy difusos, pero nunca se me fue de la memoria ese día que el presidente desautorizó a Lopez Rega uno de sus funcionarios más cercano, delante de los periodistas que lo esperaban a la salida de su casa, este personaje, creo yo, fue el más representativo de lo mal que andaban las cosas, ex cabo de la Policía Federal Argentina, volvió como Comisario General de la misma, fruto de la alquimia peronista, según se decía,  la mujer de Perón, quien además era vicepresidente de nuestro sufrido país, lo obedecía ciegamente;, se murmuraba que esta había trabajado en un bar para hombres en el Caribe, no me maten mis compatriotas, solo rememoro los dichos de esa época.

    También recuerdo como si fuera ayer, el día que Perón echó al ala izquierda de su partido, los “Montoneros” de un mitin convocado en la Plaza de Mayo, centro neurálgico de la vida política de Argentina. Desde su fundación, el General, decía que su creación, el Justicialismo, no era un partido político sino un movimiento, y así, gente con ideas muy distintas se agrupaban en sus filas, lo cual provocó luchas internas que alcanzó su momento mas dramático en el momento mismo del regreso del líder al país, en la denominada “Masacre de Ezeiza”

   A poco de morir – imposible saber la fecha exacta, por que esperaron el momento apropiado para comunicarlo- la magia se desvaneció, el ministro de economía, un judío polaco llamado Ber Gelbard parecía haber perdido el rumbo, la situación internacional,  el precio de los commodities o lo que sea, había dado por tierra con sus planes, el  pobre José, que había renunciado a su ciudadanía polaca, murió apátrida en Estados Unidos, poco tiempo después de caído el régimen cuando el nuevo gobierno lo privó de la argentina.

    Se desató entonces una lucha contra “el agio y la especulación” básicamente apareció un mercado negro al que se tenía que combatir a cualquier precio, recuerdo largas horas de cola en invierno acompañando a papá para comprar “querosén” un combustible que se usaba para calefacción de los hogares humildes –las redes de gas natural eran casi inexistentes-, y ahí viene a mi mente otro hecho que recuerdo fidedignamente. Un día acompañé a mi padre a un “almacén”,  así les decíamos a las tiendas de ultramarinos, cuando una persona pidió azúcar y el encargado le dijo que no tenia, fue entonces que un grupo de policías y funcionarios, entro como una tromba al comercio y encontró detrás del mostrador, abundante cantidad de paquetes del oro dulce, fue tratado con violencia y mi papá intimado a presentarse como testigo el día que sea convocado. Todo tenía que funcionar de ese modo, como si la justicia por las vías de hecho fuera más importante que la de los códigos.

   La violencia y los asesinatos políticos tampoco se me han borrado de la memoria, como el de Rucci, dirigente sindical, intimo de Perón. Y otros que posteriormente les fue adjudicados al grupo terrorista AAA, o sea Alianza Anticomunista Argentina, pocos años antes había sido asesinado Vandor, personalidad que siempre me ha intrigado,me recuerda, salvando las distancias, a Albert Speer, aquel que cuando todo se desplomaba en los postreros momentos de la existencia del Tercer Reich, era el único que parecía mantener un poco la cordura, incluso, Vandor se dio cuenta que no era conveniente traer al viejo líder a Argentina, aunque mas no sea por su avanzada edad y deteriorado estado de salud, pero  todo esto solo le sirvió para, que le colocaran el sambenito de traidor entre las filas justicialistas, hasta hace unos pocos años, un funcionario peronista usaba sus nombres, Augusto Timoteo como agravio, para denostar a sus enemigos dentro del partido.

   El golpe de estado del año 1976 me sorprendió camino a la escuela, entonaba para darme ánimo una canción de la liturgia de la izquierda peronista de aquel  entonces: ¡Los muchachooos, quieren que vuelvaaaas!, cuando una señora muy ofendida, al escucharme abrió la ventana y me gritó: ¡Cállese, eso ya no se canta más!

   Fue entonces, cuando caí en la cuenta de que, entre otras cosas,  ya no era niño, si no adolescente, y la sociedad argentina quizás pasaba por el mismo proceso.

   Espero que el lector este pasando lo mejor posible el confinamiento, y si me permite, le dedico estos breves  recuerdos y reflexiones, ya que lo nombre varias veces a:

   Héctor Raimundo Prez (1926-2017), quien logró una de las calificaciones más difíciles de la vida, fue una buena persona.