Editorial: «Seguimos en crisis» (Marzo 13)

La crisis es de una gravedad absoluta-inútil negarlo- y está arrastrando a la mayoría a una situación de incertidumbre, de precariedad. Aquel mundo que, hasta hace poco, parecía luminoso y lleno de apetitosas promesas muestra ahora su verdadera cara: rapaz, ciego, capaz solamente de sembrar muerte y desesperación.

Muchos de nosotros, por supuesto, nos dimos cuenta de la locura de la situación, pero al no tener poder, poco podíamos hacer. Debería de haber habido mayor conciencia en las altas esferas económicas y en las instituciones políticas. Pero la conciencia es siempre un sentimiento incómodo porque obliga a mirar la realidad sin el filtro de la mentira.

 

Antes que económica, la nuestra es una crisis antropológica, una crisis del hombre que al apuntar su arma hacía sí mismo, yerra su objetivo. A partir de los años del boom económico, con ritmos cada vez más apremiantes, un dictado primordial y prepotente se ha impuesto en el mundo occidental: tener es más que ser. Y claro, tener es importantísimo porque el dinero nos permite comer, tener un techo donde guarecernos, pagar los recibos y las medicinas, costear los estudios de nuestros hijos. Se debe respetar, por tanto, el acceso a losa bienes, así como ha de ser respetado y alentado el deseo de cada uno de nosotros de mejorar, a base de esfuerzo, nuestra situación y la de nuestros hijos.

Pero la posibilidad de tener es una necesidad del hombre, no el fundamento de su existencia. En el momento en que se vuelve una codicia que todo lo abarca y que, para cumplirse, toma atajos de dudosa ética, la catástrofe está cerca. De repente, las cosas ya no están a nuestro servicio sino que somos nosotros los que estamos a servicio de las cosas. Y las cosas, al ser solo materia, se convierten pronto en ídolos y, como todos los ídolos, no conocen nada más que una ley, la de la insaciabilidad y la crueldad. Siempre nos piden más para darnos siempre menos. Aunque no seamos conscientes, nos volvemos tristes siervos, cada vez más insatisfechos, sumidos en una inmensa soledad.

Y esto es así porque, en el mundo en el que el tener domina al ser, las relaciones humanas están reducidas a un nivel de utilidad. Usamos a las personas para lograr nuestros propósitos; no son más que peldaños que pisamos para llegar más altos. El fin justifica los medios es el lema triunfante de los últimos 30 años. Ahora que la crisis ha barrido esta sarta de mentira es el momento de mirarse a la cara y de veras preguntarse: ¿quién es el ser humano?¿qué mundo queremos dejar a nuestros nietos, a nuestros hijos? ¿el mundo de la codicia o el de la compasión, el amor y la fraternidad?

Por último, decir, que las medidas adoptadas en la segunda mitad del año con el objetivo de reducir el déficit público (subida del IVA, «medicamentazo» y subida de tasas universitarias) tuvieron, entre otras consecuencias, el efecto negativo de restar 43.000 millones de euros en términos de pérdida de capacidad adquisitiva en salarios, pensiones, depósitos y dividendos. En definitiva, 43.000 millones de euros menos en términos de renta disponible, con todo lo que ello supone de negativo para el consumo y la inversión y, por tanto, para relanzar el crecimiento. A final todo se reduce a que estamos planteando mal el debate: el problema no es el déficit público, el problema es que no crecemos, y esa falta de crecimiento ha favorecido, en parte, que se disparen el déficit y la deuda pública.

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