Por Marshall
Fotografías: Paloma Marina
Un pequeño viaje y una vez más pedaleando con nuestra hija Goya en cicloturismo muy tranquilo. Con el transportin infantil a la trasera de la bici y equipaje para varios días no es cosa de hacer muchos kilómetros y la ruta a recorrer merecía…
…la pena para detenerse en ella y turistear.
Para empezar alquilar las bicis. No es la primera vez y, vistos los precios asequibles de algunas tiendas en Austria, merece la pena más que cargar con los pesados bultos y pagar la barbaridad que te cobran las líneas aéreas por transportar tu bici.
Optamos por Vienna Explorer, pero hay otras alternativas. En este caso simplemente porque alquilar muchos días iba rebajando el precio y facilitan gratis cosas como herramientas o repuestos.
El recorrido que habíamos pensado originalmente lo cambiamos sobre la marcha porque el río Inn, Eno en castellano, que íbamos a seguir hasta el Danubio, tenía bastante recorrido por una incómoda y aburrida pista de tierra.
Así pues optamos por hacer una ruta semicircular que partió de Innsbruck, donde llegamos con tren desde Viena (caro pero comodísimo) atravesando parte del Tirol hasta entrar en Baviera, rodear los lagos Sim y Chiem para llegar a Salzburgo por una de las variantes del llamado Sendero de Mozart, una cómoda y preciosa vía ciclable.
El Tirol nos recibió con un café (los tiroleses lo beben por litros) y con la hospitalidad de Yvonne y Fabian gracias a la red warmshowers de apoyo entre cicloturistas.
Innsbruck es una ciudad donde las montañas se te caen encima. Impresionan realmente sus picos y su ubicación al pie de estaciones de esquí a las que se llega en un paseo+teleférico.
Otra cosa que nos soprendió fue su tamaño. Es una pequeña urbe de 130.000 habitantes, mayormente dedicados a la industria, pero que ha tenido un papel muy activo en la historia. De estas ciudades que te suenan y te imaginas más grandes, pero no defrauda, desde luego.
Principados efímeros, guerras fronterizas con la cercana Baviera, señorío feudal y hasta leyendas tan cómicas como la de la tacañería del conde Federico IV, llamado el de los bolsillos vacíos. También la historia moderna viene al paso, con un recuerdo a la convulsa época nazi. Y en el casco histórico palacetes de la nobleza y burguesía local e iglesias que evidencian la asentada raigambre católica de la ciudad.
La estructura de la ciudad antigua es un tanto distinta a las otras ciudades austríacas. Es más medieval y con callejuelas frente a las avenidas inmensas de Viena, que acabábamos de visitar.
La zona que fue recinto amurallado se visita rápido pero conviene no perder ojo de sus muchos detalles en forma de rótulos, pequeñas esculturas y tejados decorados.
También conviene no perderse una visita a alguno de los biergarten tradicionales, en realidad una tradición de la cercana Baviera. La cerveza es de lo poco asequible que hay en Austria.
La salida de Innsbruck se hace por la margen izquierda del río Inn/Eno, que nos acompañó durante un centenar de fáciles km.
Todo el recorrido está muy bien señalizado y, si te asalta el cansancio, a un paso hay un ferrocarril con varios trayectos a la hora en el que se pueden subir las bicicletas. Mejor los trenes regionales, pues tienen muchas paradas intermedias y es más fácil subir la bici.
El comienzo del camino tiene su atractivo en las impresionantes montañas que lo rodean. Moles de granito de 2500m con ideales prados y campos de cultivo a sus pies, que alternan con tranquilas localidades. Lo desluce un poco en algunos tramos la presencia de numerosas industrias. Se atraviesan varios polígonos y la autopista que se dirige a Munich está cerca del camino, por lo que a ratos es un tanto ruidoso.
Este no ha sido un año normal en Austria ni en general en la Europa más húmeda. De hecho ha sido un año con un calor inusual, por lo que todo el trayecto fue fácil, pero lo normal es esperar algún día lluvioso, incluso frío a finales de la primavera. En nuestro caso sudamos de lo lindo.
El Tirol austriaco es eminentemente rural. A pueblos como Hall in Tirol o Volders se accede directamente desde el trayecto por el río y tienen todos los servicios pero a la vez son tranquilos y tienen rincones de postal como pequeñas iglesias, casas tradicionales y algún que otro castillo y palacio.
Hicimos noche en Wiesing, a los pies del macizo donde se halla el lago Achen, muy popular como zona de esquí y veraneo. Es un pueblo con sus casitas de madera y el que más alojamientos tiene en la ruta. Además en poca distancia hay dos campings.
Desde aquí el camino empieza a estar rodeado de montañas más bajas y sigue su suave descenso hasta la pequeña ciudad de Kufstein, ya casi en la frontera con Alemania.
Llegada a Kufstein
Las fechas que elegimos fueron un tanto problemáticas para alojarse, pues era la festividad del Corpus Christi y en la católica Baviera y el no menos católico Tirol es un importante y celebrado puente festivo. Por ello nuestra llegada a Kufstein fue todo un regalo.
Una banda de música tradicional, un numeroso grupo de personas con trajes típicos y bendición con cura bajo palio al aire libre.
El espectáculo era bonito, aunque para mi gusto rozaba (y sobrepasaba) lo kitsch. Era como una mezcla de peli de época y Sonrisas y Lágrimas reescrito.
Kufstein es una pequeña ciudad de centro medieval con varias fortalezas, la más impresionante sin duda la que domina el Casco Histórico. Enclavada sobre una peña, a 90m de altura, es el típico bastión medieval, del s XIII pero reformada en varias ocasiones.
Su calle más célebre, Römerhofgasse, tiene cervecerías, restaurantes y una estética muy cuidada. Otra verdadera postal.
Desde Kufstein el río se ensancha y cada margen pertenece a un país. Lo más fácil es seguir por la margen derecha, situada en Austria, que atraviesa dos reservas de aves. Si no se desea seguir el río hay alternativas por carreteras locales, poco transitadas y muy tranquilas. Allí nos encontraremos ya con las primeras indicaciones del sendero de Mozart y, casi sin darnos cuenta, un pequeño cartel nos indica que estamos en Alemania.
(Continuará)