Viena. Arquitectura y algo más


Por Marshall
Fotos: Paloma Marina

    Viena suena a Imperio y lo fue. A avenidas inmensas y grandes plazas. A sátrapas que se revestían de glamour y que contaron con los mejores arquitectos, jardineros, paisajistas y artistas de todo el mundo que dieron a la ciudad el aspecto que tiene.

    En su momento, junto con París y un selecto grupo de ciudades europeas, fue un símbolo de planificación urbana hecha a medida de los aires de grandeza del Imperio primero austriaco y luego austrohúngaro.

  Esos cambios urbanos, que buscaban sanear la ciudad, tuvieron sus contrapartidas. Para empezar las sociales, pues se movieron al antojo imperial a miles de habitantes. Eso sí, en aquel entonces la democracia no se llevaba mucho.

   No menores las culturales, pues se pasó por la piqueta miles de edificios. Esto lleva a que en Viena no cabe esperar, excepción hecha de la catedral de san Esteban y el trazado de un puñadito de calles, muestras de arquitectura anteriores al Barroco.

 

  Partiendo de esta premisa, porque ignorar la historia social es ignorar la historia, queda disfrutar.
Disfrutar de una combinación de parques grandes y muy cuidados con muchas plazas que hacen de espacio diáfano conectado por anchas avenidas.

    La estructura en red de la ciudad romana se copió en Viena, aunque con centros neurálgicos en un edificio sin el que esta ciudad es impensable: el palacio.

     El excesivo Schonbrunn, Belvedere, Hofburg, Pallavicini… La lista es larguísima y hay que seleccionar en función de los gustos personales. También porque todas las atracciones turísticas de Viena son pagando y no poco precisamente. El nivel de vida austriaco es realmente alto para el estándar del ibérico medio.

    Muchos de estos edificios son museos, aunque también estaría muy bien explicar a muchos turistas que un museo es algo más que un sitio donde hacer selfies absurdos. Y hay de todo, desde la excepcional pinacoteca del Belvedere hasta la exclusiva casa de subastas Kinsky.

    Cuando uno se cansa de tanto barroco y rococó una visita a uno de los cafés tradicionales vieneses garantiza un sablazo pero también, eligiendo bien, encontrarnos con diseños entre el XIX y el XX. Decó, Modernismo, mobiliario bauhaus y todo el vintage imaginable. Desde el esteta café Museum de Loos al ambiente recargado del solarium en el Palmenhaus. Para todos los gustos y para casi ningún bolsillo. Aún así la pasión de los austriacos por el café es innegable.

     Recorrer la ciudad en bici es muy recomendable, aunque un placer a ratos, pues el tráfico en algunas de las avenidas es muy intenso, nada distinto de cualquier otra gran urbe. Eso sí, el respeto a los ciclistas es muy grande, por lo que no hay que temer animarse a alquilar una bici (es barato y hay muchos lugares) y ponerse a ello. Un paseo muy fácil es seguir el canal que conecta con el Danubio hasta el río. Graffitis, algunos locales alternativos y la incineradora de Hundertwasser.

   Pero ¿Quién es Hundertwasser? El diseñador vienés contemporáneo por excelencia. Mejor no perderse su obra y conocer un poco de su discurso ecologista y cargado de crítica social. Lo mejorcito, sus viviendas sociales. De camino también se puede uno aproximar a la obra del racionalista Otto Wagner.

   Lo cierto es que hasta para un profano el desfile de arquitectura y diseño de esta urbe es una suerte de enciclopedia al aire libre.

   Aunque Viena es algo más que un edificio tras otro, como toda ciudad es un paisaje humano por encima de todo.

De los vieneses de siempre decir que son silenciosos, corteses sin ser cordiales y hechos a una sociedad del bienestar. Los nuevos vieneses son muchos y se agrupan en los márgenes de la arquitectura lujosa.

    Unas pocas paradas de metro o una charla en un parque te enseña a los nuevos austriacos. Los que llegaron hace un tiempo, o siguen llegando, de los Balcanes, África o Turquía y que han traído todo un panorama culinario y cultural que demuestra que una ciudad se puede enriquecer con la inmigración. En este sentido puede que Viena no haya dejado de ser metrópoli, como en tiempos coloniales, equiparable a otras grandes capitales europeas.

    Además, vista la poca variedad de la cocina local, que más allá del mundo salchicha y algunos dulces es un páramo, la inmigración ha traído un mundo de sabores nuevos que merece la pena probar. Vale, sí aceptamos tarta Sacher y Strudel como ejemplos gastronómicos.

   Sobre su integración no entraré en el espinoso panorama político que ofrece el hecho de que el xenófobo FPO sea la segunda fuerza política. Hay pintadas antifascistas, pegatinas y una parte de la sociedad que alardea de tolerancia, pero las urnas parecen indicar otra cosa.

    Aunque el fantasma del nazismo es algo que, eso sí, no eluden en absoluto los austriacos y no ocultan  lo más oscuro de su pasado.

   Muy recomendable en este 80 aniversario del Anschluss (fusión de Austria y Alemania en marzo de 1938) las diferentes exposiciones que se están llevando a cabo.

    Una serie de banderolas en las calles de Viena muestran archivos fotográficos de hechos relacionados con el nazismo en los lugares donde se produjeron. También conviene no evitar la visita al monumento que recuerda la sede de la Gestapo.

     Pero tras el empacho de arquitectura, monumentos y estatuas (muchas, una verdadera colección) vive una ciudad que es mucho más que escaparate. Muy europea, un tanto fría, pero inquieta y, a ratos, como la historia demuestra, también convulsa.

Fuente: http://yosiplauma.blogspot.com/

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