Juan Diego, de la noche oscura (del alma) a la España negra (y profunda)


Por Don Quiterio

    Cuando en 1988 el cineasta oscense Carlos Saura llama al recientemente fallecido Juan Diego –Juan Diego Ruiz Moreno, de nombre completo- para protagonizar a san Juan de la Cruz, el actor sevillano…

…natural de Bormujos de Aljarafe, cosecha del 42, ya acumulaba en la mochila un buen número de películas a las órdenes de, entre otros, Eloy de la Iglesia (‘Fantasía… 3’, 1967; ‘Algo amargo en la boca’, 1968; ‘La criatura’,1977, esta captado por el operador aragonés Emilio Foriscot), Mariano Ozores (‘El taxi de los conflictos’, 1969, también con Foriscot), Ettore Scola (‘El demonio de los celos’, 1970), Luciano Berriatúa (‘El buscón’, 1974), Francisco Rodríguez (‘La casa grande’, 1975), Angelino Fons (‘Emilia… parada y fonda’, 1976), Emma Cohen (‘Tiempos rotos’, 1980, episodio del filme colectivo ‘Cuentos eróticos’), Julio Sánchez Valdés (‘De tripas corazón’, 1984), Andrés Linares (‘Así como habían sido’, 1986), Antonio Giménez Rico (‘Jarrapellejos’, 1987), Gonzalo Herralde (‘Laura, del cielo llega la noche’, 1987) y Fernando Fernán Gómez en ‘El viaje a ninguna parte’ (1986), como cómico borrachín y cínico, sin talento ni actitud, el ganapanes por espabilado.

     O en ‘Yo creo que’ (1975), experimental filme del francotirador zaragozano Antonio Artero (nacido en la cárcel, de madre anarquista y en plena sublevación franquista), un realizador que siempre opta por un cine de vanguardia, muy crítico con la representación cinematográfica clásica (su gusto por recursos como colas de sonido y velos en el montaje) y que trata temas de denuncia sobre la manipulación a través de la imagen, de crítica a la iglesia o sobre la memoria histórica. O en ‘Los santos inocentes’ (1984), de Mario Camus –con quien dos años antes participa en ‘La colmena’- en el papel del déspota e intocable señorito extremeño obsesionado con las cacerías, ese facha odioso en un episodio rural y mesetario de la España profunda, encarnación de la crueldad y el clasismo de los terratenientes franquistas, según la novela homónima de Miguel Delibes y con música del turolense Antón García Abril. O en ‘Dragon Rapide’ (1987), de Jaime Camino, en el que Juan Diego, por primera vez en el cine español, incorpora, entre la caricatura y la realidad, la figura de Franco durante los acontecimientos que dieron lugar a la insurrección militar del 18 de julio de 1936, a través del guion escrito por Román Gubern y el propio realizador, con el asesoramiento de Ian Gibson. Un capítulo histórico abordado por el director con voluntad documental y algún titubeo narrativo en una biografía que reconstruye más o menos minuciosamente todos esos entresijos desde la perspectiva del dictador.

    El actor andaluz, en ese año de 1988 cuando rueda con Saura ‘La noche oscura’, también protagoniza ‘Los negros también comen’, uno de los peores filmes del italiano Marco Ferreri, y ‘Pasodoble’, de José Luis García Sánchez, con quien igualmente trabaja en ‘Colorín, colorado’ (1976), ‘Dolores’ (1981), ‘La corte de Faraón’ (1985), ‘La noche más larga’ (1991), ‘Tirano Banderas’ (1993) o ‘María querida’ (2004). Es ‘La noche oscura’ un drama biográfico sobre fray Juan de la Cruz, cuando es sometido, en diciembre de 1577, a la ‘obediencia’ carcelaria de los que hasta entonces han sido sus hermanos de religión. Y escribe, durante este tiempo de encierro, su noche oscura del alma, una de las obras cumbres de la poesía española. El trabajo de Juan Diego, como un hipnotizado Juan de la Cruz recitando su poemario, y Fernando Guillén, como hermano carcelero, junto con una sobria y ascética puesta en escena, en un claustrofóbico y mínimo espacio cinematográfico, pero perfectamente iluminado por Teo Escamilla, son los aspectos artísticos más destacables de este intimista ‘biopic’ de Saura, una grandiosa y compleja aventura fílmica que intenta poner en imágenes la vida, pasión y espiritualidad de san Juan de la Cruz durante el encierro y hostigamiento al gran poeta y santo por sus hermanos carmelitas. Obra que trasciende por no dilucidar si estamos ante el hombre, el santo o el poeta. O los tres a la vez. O ninguno. Uno de los mejores filmes de Saura junto a ‘La caza’ (1965), aquella producción de Elías Querejeta que tanto gustaba a Buñuel. O al mismísimo Sam Peckimpah, quien afirmaba que su película ‘Grupo salvaje’ (1969) le debía mucho a esa caza del conejo por su detonación de ferocidad fílmica, con personajes que viven al filo de la crueldad y abrazados al desarraigo.

     Quince años después de ‘La noche oscura’, Saura vuelve a llamar al sevillano para interpretar a un asesino analfabeto en ‘El séptimo día’, tremebundo reflejo de la ‘España negra’, esa España austera e ignorante que se plasma en el imponente físico de sus protagonistas, con cierta inspiración en un caso verídico de un crimen múltiple entre dos clanes rurales ocurrido en 1990: tras años de odios mutuos, el rencor termina estallando con trágicas consecuencias. El novelista Ray Loriga se pone al servicio de Saura para narrar los brutales acontecimientos de Puerto Hurraco cuando dos hermanos sexagenarios acabaron con la vida de nueve personas e hirieron a una docena con sus escopetas de caza. El filme posee una solidez innegable en su propósito de realismo, una desgarrada crónica tatuada en la piel trágica de la España más profunda, esto es, pero no sorprende ni llega a trascender debido a un tono un tanto forzado. No obstante, la tragedia lleva dentro todo el negror goyesco y la herida lorquiana, con la venganza y la matanza envueltas en la pana gruesa de la incultura. Saura sitúa al espectador en lo sórdido y brutal de la historia, como en ‘La caza’, a la que tanto debe, pero también en sus partes blancas y soleadas de la juventud de la tragedia. El punto de vista es el recuerdo y los actores reflejan en sus rostros toda la brutalidad, sus odios e ignorancias, como ese personaje atroz que interpreta una Victoria Abril susurrante y gritona, manejando los hilos de la boina de los hermanos protagonistas. Juan Diego, sí, o la encarnación telúrica de todos los males de una España hundida en lo más profundo de los rencores rurales y milenarios.

      Entre ‘La noche oscura’ y ‘El séptimo día’, el actor andaluz sigue trabajando a destajo en el cine: ‘El mar es azul’ (Juan Ortuoste, 1989), ‘El rey pasmado’ (Imanol Uribe, 1991, premio Goya al mejor actor de reparto), ‘Rincones del paraíso’ (Carlos Pérez Merinero, 1997) o ‘Entre las piernas’ (Manuel Gómez Pereira, 1999). Y en ‘Martes de carnaval’ (1991), dirigida por Pedro Carvajal y el zaragozano Fernando Bauluz, una incursión en la mitología fantástica popular recargada de simbología en una extraña historia con fuerte atmósfera y tradición gallegas, que mezcla leyenda y raíces con la presencia constante de la muerte, las máscaras o los recuerdos de un escritor fracasado que huye de sus demonios, en unas imágenes que recuerdan a Fellini y a Delvaux.

     O en ‘El beso del sueño’ (Rafael Moreno Alba, 1992), acaso con un sobreactuado Juan Diego en una de sus menos convincentes interpretaciones para una artificioso relato entre el melodrama existencial y la serie negra. O en ‘La novia de medianoche’ (1997), ópera prima de Antonio Simón, también productor y coguionista (junto a Lino Braxe), que transcurre en un pazo de la Galicia costera del siglo diecinueve y recupera un argumento jamás rodado escrito en 1945 por Luis Buñuel y José Rubia Barcia. O en ‘Yerma’ (1998), una fallida adaptación lorquiana a cargo de la realizadora Pilar Távora con influencias de los musicales de Carlos Saura. O en ‘París-Tombuctú’ (1999), otro Goya al mejor actor de reparto en el papel de anarquista que anda desnudo por las calles del pueblo, en realidad un decepcionante testamento cinematográfico de Luis García Berlanga, vulgar, caótico, amorfo. El pretendido nihilismo provocador y el esperpento no se ven por ningún lado. Porque a la película, sin mayor cuidado formal ni argumental, le perjudica su exceso de chabacanería y la caricatura barata.

    Juan Diego participa también en ‘Jamón, jamón’ (Bigas Luna, 1992), una ingeniosa comedia con varios tópicos de la España profunda (el jamón, la tortilla de patatas, los toros), de un perfil excesivamente grueso, con obsesivo hincapié en el sexo y en la comida. La película está ambientada en los Monegros y combina símbolos y ocurrencias, pero el resultado es bastante petulante e inconexo, pese a la avalancha de imágenes con claras e identificables referencias, pasadas por el tamiz del director en surrealistas yuxtaposiciones: Chanel y ajo, Mercedes Benz y la verónica visual al toro de Osborne, Goya y Buñuel. En fin, el buen cine y el mal gusto, lo goyesco y lo grotesco. Atención al duelo a ‘jamonazos’ y al padre del personaje de Penélope Cruz, que lo encarna nuestro querido Chema Mazo. O la colaboración del zaragozano recientemente fallecido Martín Maturén, artesano y artista de los neones.

    De ideología marcadamente de izquierdas, siempre comprometido con su oficio y los suyos, el zurdo y enjuto Juan Diego borda, con su mirada tierna y cruel al mismo tiempo, los papeles grasientos con la gomina de lo cutre, de lo turbio y el fascismo. Ahí está encarnando, para corroborarlo, al general golpista Alfonso Armada en la película de Chema de la Peña ’23 F’ (2011). Un actor todoterreno, de gran autoridad, que ofrece muchos perfiles interpretativos, más allá de esa fingida encarnación del hombre fanático, de carácter y temperamental: el tipo acosado, el tipo maduro, vividor, acaso canalla, el cómico itinerante, el mafioso, el hombre de negocios, el comisario, el militar, el enfermo terminal, el padre profundo y comprensivo o el tipo adecuado para coreografiarse en una comedia sin demasiada enjundia. Dentro de él, con su voz de trueno, como de cazalla, ronca y rota, a punto siempre de partirse en dos, habita el asesino, el fascista, el homosexual y todo lo bueno y lo malo que hay en el mundo.

     Se inicia en el mundo teatral en 1957 y pronto empieza a trabajar como extra en los platós de televisión, a veces dirigido por el zaragozano Alfredo Castellón, tanto en telenovelas, producciones dramáticas y el espacio ‘Estudio 1’, fogueándose con míticos actores como Manuel Galiana, Emilio Gutiérrez Caba o Adolfo Marsillach. En la pequeña pantalla se convierte en una suerte de héroe anónimo, desangrado y popular en la serie de Benito Zambrano ‘Padre coraje’. O se hace muy popular en ‘Los hombres de Paco’. También como cura que ayuda a yonquis adolescentes en la serie ‘Turno de oficio’. O en ‘Segunda enseñanza’ y ‘Los ladrones van a la oficina’. Anteriormente, en 1974, aparece tanto en ‘Suspiros de España’ como en ‘El pícaro’.

    También se la juega por los nuevos talentos, tanto en largos como en cortos. Ahí, en el cortometraje, protagoniza trabajos con Alexis Morante (‘Matador on the road’) o Félix Fernández de Castro (‘Cebra’). Y, por supuesto, compagina el cine y la televisión con los escenarios (‘Esperando a Godot’, ‘La vida es sueño’, ‘Ricardo III’, ‘La gata sobre el tejado de zinc’, ‘Orestes’, ‘Ivanov’, ‘Don Juan Tenorio’, ‘Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?’, ‘El pianista’, ‘Hipólito’, ‘Petra regalada’, ‘El beso de la mujer araña’, ‘No hay camino al paraíso, nena’, ‘El lector por horas’), con esa gira de varios años por los teatros de España con el texto de Juan José Millás ‘La lengua madre’. La última vez que se sube a las tablas es en el estreno en Huesca en 2019 de la adaptación de ‘El coronel no tiene quien le escriba’, de Gabriel García Márquez, dirigida por Carlos Saura.

     Juan Diego, ya en pleno siglo veintiuno, sigue trabajando sin parar en el cine. Rodada parcialmente en Caminreal, Montearagón, Alquézar, Casbas de Huesca, las trincheras de la ruta de Orwell en Alcubierre, la Cartuja de la Virgen de las Fuentes en Sariñena, las trincheras de Leciñena y en Belchite, ‘Incierta gloria’ (Agustí Villaronga, 2019), según la novela homónima de Joan Sales, es la historia de un joven oficial republicano durante la guerra civil española, destinado a un puesto temporalmente inactivo en un páramo desierto del frente de Aragón, donde se enamora de una enigmática viuda. En el documental ‘Aragón rodado’ (Vicky Calavia, 2015), el actor andaluz dialoga con el lechaguino Luis Alegre sobre su rodaje en el monasterio de Veruela, con el operador turolense José Manuel Fandos poniendo algo de orden en el caos. También aparece en la comedia del zaragozano Nacho García Velilla ‘Que se mueran los feos’ (2009), una comedia romántica sin sutilezas, abundante en chistes pedestres y del trozo más grueso, rodada en el Pirineo aragonés, Huesca y Zaragoza.

     Sus últimas películas (‘El cover’, ‘Xtremo’, ‘Historias’, ‘Venus’) las realiza en 2021, un año antes de su muerte. Anteriormente, con Miguel Hermoso hace ‘Fugitivas’. Con José Luis Garci, ‘Una historia de entonces’. Con Antonio Gonzalo, ‘Una pasión singular’. Con Roger Gual, ‘Smoking Room’ (codirigida por Julio Wallovits) y ‘Remake’. Con Pablo Berger, ‘Torremolinos 73’. Con Manuel Gutiérrez Aragón, ‘La vida que te espera’. Con Kara Elejalde, ‘Torapia’. Con Antonio Banderas, ‘El camino de los ingleses’. Con Mireia Ros, ‘El triunfo’. Con Chema Rodríguez, ‘Anochece en la India’. Con Lino Escalera, ‘No sé decir adiós’.

     O participa igualmente en ‘La virgen de la lujuria’, adaptación de un relato de Max Aub, que dirige Arturo Ripstein, siempre con un pie en el esperpento valleinclanesco y otro sobre el recuerdo de Buñuel mexicano. O en ‘Vete de mí’, de Víctor García León, una notable sátira social apoyada en un buen guion y con el descomunal trabajo de Juan Diego (primer premio Goya como actor protagonista) junto a Juan Diego Botto, al modo de una amarga tragicomedia sobre un fracasado y resignado actor maduro que vive con una mujer mucho más joven que él y se ve obligado a acoger en su casa a su hijo treintañero, un chico que no sabe muy bien qué hacer con su vida.

     Agustín Díaz Yanes llama a Juan Diego para uno de los papeles en ‘Oro’ (2017), sobre el relato homónimo de Arturo Pérez-Reverte inspirado en la épica expedición a América en el siglo dieciséis de los conquistadores Lope de Aguirre y Núñez de Balboa. Una correcta aventura en torno a la ambición y la codicia por la selva amazónica en busca de una mítica ciudad que, según se dice, está hecha completamente de oro, que Werner Herzog -en ‘Aguirre, la cólera de dios’ (1973), con la jeta enloquecida de Klaus Kinski- y Carlos Saura -en ‘El Dorado’ (1987), basada en parte en la novela de Ramón José Sender ‘La aventura equinoccial de Lope de Aguirre’- ya llevaron al cine. El argumento es el viaje y la aventura febril, pero la trama es la descomposición del hombre cuando, en efecto, la ambición, la incertidumbre, el miedo y la distorsión de principios y fines lo acorralan en ese envase vacío de la selva. La mirada es pesimista, la construcción de personajes, patibularia, y las interpretaciones, feas pero acordes con el sentimiento quevediano a los muros patrios. Y es que esa pandilla salvaje y sin destino, unos aventureros envueltos en un clima espeso, está encarnada por un inmejorable grupo de actores (Raúl Arévalo, José Coronado, Bárbara Lennie, Óscar Jaenada, Juan José Ballesta, Luis Callejo, Antonio Dechent) que, acaso, con personajes más desarrollados y más firmemente dirigidos hubiesen estado mejor. Pero la película es el aire que se respira, el subtexto que se desliza, las espadas silentes, el horror…

     Juan Diego, todo lo contrario a un dogmático, llena su filmografía de cine político y combativo, cabal y reformador, siempre con su distancia irónica e interpretando -muchas veces- a memorables hijos de perra. Y ahora, definitivamente, ha bajado el telón, en silencio, repleto de palabras y cariño. Como ese melindroso fraile capuchino en un convento carmelita de Toledo, rodeado de oración, poesía mística y tentaciones, tan fino en el recitado y tan escabroso e histriónico en su pasión, bajo la atenta (y desnuda) mirada de Carlos Saura. La comedia ha terminado. ¡Aplaudid!

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