‘La cima’ o el traslado del Himalaya al Pirineo oscense


Por Don Quiterio

     Rodado en Benasque y alrededores del Pirineo aragonés, ‘La cima’ es un largometraje sobre la superación y la lucha contra las adversidades de la naturaleza y de la propia vida, de lo adictivo y peligroso de la montaña, y de esa suerte de conexión febril que engancha a sus adeptos, que no desdeña la espectacularidad, en una…

…ficción de penurias y soledades que combina aventura y drama intimista.

    Y se plantea qué hay después de los sueños cumplidos. ¿La gloria? ¿Un vacío insondable? ¿Ambas cosas a la vez? La conquista de lo inútil, para el cineasta alemán Werner Herzog, encierra el deseo de una utopía, o de una batalla entre David y Goliat, en la que el hombre siempre pierde pie ante la naturaleza. De esa colisión que solo puede darnos pequeñas victorias morales, a riesgo de dejarnos la vida en ello, habla la película ‘La cima’.

     Dirigida por el bilbaíno Ibon Cormenzana (‘Jaizkibel’, ‘Los Totenwackers’, ‘Alegría, tristeza’, ‘Culpa’), ‘La cima’ está protagonizada por Patricia López Arnaiz y Javier Rey, e interpretan a dos montañeros que se encuentran en el Annapurna, situado en la cordillera del Himalaya, el pico ochomil más mortal del planeta, personajes solos frente a la inmensidad. Así, el alpinista interpretado por Rey se enfrenta por primera vez a esa peligrosa montaña con el desafío de coronar su cima y cumplir así una vieja promesa.

    Las buenas intenciones de la película se frustran a consecuencia de un guion inverosímil, a cargo de Nerea Castro Andreu -sobre una idea del propio realizador-, que se olvida de otorgar consistencia al relato. En efecto, ni el libreto, plagado de diálogos planos y lugares comunes, ni la dirección, con una puesta en escena arbitraria y tosca, logran transmitir la fuerza que arrastra a sus dos personajes.

    Ficción y documental se hermanan en este malogrado filme que habla del cansancio, del esfuerzo por sobrevivir, de desafíos y obsesiones, pero que sucumbe ante los terribles agujeros de una trama que jamás se manifiesta creíble, con situaciones decididamente absurdas y un conjunto de escenas casi siempre al borde del abismo. Y, así, un asunto con enjundia se tira por la borda por culpa de un tratamiento perezoso y descuidado.

    Está claro que Cormenzana no es Herzog. El director bávaro hace un cine humanista, místico, casi filosófico por momentos, donde lo abstracto adquiere cotas de maestría desde el concepto. El poder de la naturaleza. La locura de un personaje. La conquista de lo inútil. La violencia enfrentada con la soledad. Si hay una constante en la filmografía de Herzog es la búsqueda de la verdad. Por extraños que sean sus documentales o los trabajos de ficción, siempre busca la auténtica esencia de lo que narra. No hace cine como comentario social.

    Herzog, en efecto, hace cine porque le gusta narrar. Eso no quita, sin embargo, que plantee grandes preguntas. Osado y audaz, capaz de sorprender con proyectos muchas veces temerarios que en su mano jamás resultan caprichosos o banales, su cine es filosófico porque siempre se hace preguntas, no se construye sobre certezas ni caminos allanados, y hace del arrebato y la aventura una firme postura intelectual. Toda su filmografía responde a un vigor incansable.

    Cormenzana, sin embargo, busca pero no encuentra. Y no trasciende. Toca terreno resbaladizo en esa lucha contra el carácter destructor del hombre y su vanidoso deseo de adaptar los elementos naturales a su escala y necesidades. Al contrario que Herzog, en cuyas películas los personajes cambian a partir de su relación con el entorno, nunca al revés, y que revela a un creador con un profundo respeto por la naturaleza y su poder transformador. La mirada de Herzog, en fin, es difícilmente equiparable a la de Cormenzana, porque el cine del alemán, a diferencia de la endeble película del vasco, mantiene viva la forma como los seres humanos interpretamos el mundo durante la infancia. Sin duda, con ojos de niño se vive mejor.

    En ‘La cima’, eso sí, la belleza de los escenarios captados por el operador Albert Pascual (con la colaboración de Jordi Tosas, que conoce muy bien el Pirineo oscense y busca unas localizaciones estupendas para simular el Annapurna, paredes que parecen del Himalaya) sirven al director para sacar rendimiento visual y rodar notables planos de las escaladas, a pesar de que nunca consigue redondear secuencias que perduren en el recuerdo. El paisaje, en cualquier caso, no es el protagonista, aunque ocupa un lugar importante. Tampoco el maniatado dúo protagonista ayuda, que se despeña, ay, de la ascensión emprendida…

    Lo mejor es el conmovedor plano final, con su reveladora voz fuera de pantalla. Lo peor, la secuencia de la llamada a los padres y el flashback de la llegada a la cima. Y es que cuando bordea el folletín, maldita sea, algunas de sus lágrimas corren el riesgo de derretir la nieve hasta convertirla en caldo.

    Año de producción: 2022. Nacionalidad: España y Francia. Dirección: Ibon Cormenzana. Guion: Nerea Castro Andreu, sobre una idea de Ibon Cormenzana. Fotografía: Albert Pascual. Música: Paula Olaz. Intérpretes: Javier Rey, Patricia López Arnaiz, Blanca Apilánez, Kandido Uranga. Duración: 85 minutos.

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