Los estrenos en los cines: Secretos

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Por Don Quiterio

   “Me gusta que los espectadores sean cómplices de los personajes y cuando comparten un secreto con ellos esa implicación emocional se vuelve más clara. El secreto es el principio de la libertad. Uno tiene derecho a tener secretos, a tener un espacio de intimidad.

    La transparencia absoluta es la dictadura, es la anulación de la persona. Tenemos necesidad de ocultar cosas, de tener nuestros propios deseos y perseguir nuestros fantasmas”. Con estas palabras presenta el gran François Ozon su nueva película, ‘Una nueva amiga’, una historia sobre el amor más allá de la muerte, la amistad y la aceptación.

  Realizador francés de trayectoria tan ecléctica como imprevisible (‘Sitcom’, ‘Ocho mujeres’, ‘La piscina’, ‘En la casa’, ‘Joven y bonita’), amén de regularmente estimulante, el cine de Ozon fluctúa entre lo cómico y lo policiaco, sin incurrir en grandes filigranas visuales ni estéticas y pleno de anotaciones capaces de desmitificar un montón de decrépitos valores habituales de la burguesía, ese discreto encanto de una clase a la que le gusta, esto es, esconder sus secretos. Ahora adapta un relato de la recién fallecida Ruth Rendell (autora que inspiró ‘Carne trémula’, aunque el cine de Almodóvar con el del galo nada tengan que ver) para prolongar su línea más transgresora, una atrevida comedia dramática que aborda con delicadeza y en el filo de la navaja el tema del travestismo, la pulsión fetichista y los códigos narrativos del propio cine, que probablemente habría hecho las delicias de Luis Buñuel, revelando las deudas de ‘Ensayo de un crimen’, ‘Él’ y ‘Tristana’. ¿Habría bendecido Buñuel a este su discípulo más fiel con su escéptica sonrisa aragonesa?

  Otro galo, Guillaume Canet, debuta en el cine estadounidense con el discreto thriller ‘Lazos de sangre’, un remake de la película francesa ‘Le liens du sang’ (Jacques Maillot, 2008), sobre las relaciones filiales, el poder de la sangre, la culpa y la redención, en un híbrido contado con muchos estereotipos y mucho tedio, sin la necesaria ambigüedad moral de un John Frankenheimer o un Sidney Lumet.              El también francés Mention-Schaar dirige sin demagogia ni farragosos discursos, pese a que le falta una narrativa más consistente y menos bienintencionada, ‘La profesora de historia’, una comedia dramática basada en la vida real de la maestra Anne Guegue, que desafió a algunos alumnos a participar en un concurso nacional sobre lo que significa ser adolescente en un campo de concentración nazi. Las salas zaragozanas también han estrenado más cine francés: ‘Hipócrates’ (Thomas Lilti), un realismo social nada enfático en tono de comedia sobre un joven médico en periodo de formación, para hablar del corporativismo, el sectarismo y la jerarquización de la sanidad pública del país galo, con un tramo final cuyo idealismo resulta algo inverosímil; y ‘Astérix, la residencia de los dioses’ (Alexandre Astier y Louis Clichy), unas flojas aventuras animadas centradas en el nuevo plan de Julio César para someter a los irreductibles galos, sobre el tebeo original de Goscinny y Uderzo.

  Más cine europeo: la coproducción anglofrancesa ‘Caza al asesino’ (Pierre Morel), una acción manida y confusa, demencial y caricaturesca, todo un despropósito  en torno a un criminal traicionado por su banda, en busca de venganza, según una novela negra de Jean-Patrick Manchette -ya llevada a la pantalla en 1982 por Robin Davis con el título de ‘El choque’- que cuenta, a su vez, con una adaptación al cómic de Jacques Tardi; la producción alemana ‘¿Dónde está Noé?’, una divertida animación sobre dos extraños animales que consiguen colarse en la famosa arca en los días previos al diluvio universal; la coproducción entre Luxemburgo, Francia, Bélgica, Dinamarca e Irlanda ‘La canción del mar’ (Tomm Moore) es una animación muy atractiva inspirada en modelos literarios tradicionales que explora el folclore irlandés para manejar conceptos como el de la muerte, el sentido trágico de la pérdida y la inexorabilidad o no del destino. Toda una sorpresa flanqueada por brujas, focas, búhos y caracolas.

  El cine norteamericano es, como siempre, el que inunda las salas. ‘Con la magia en los zapatos’ (Thomas McCarthy) es un despropósito de comedia, sin ninguna gracia, ridícula e intrascendente, que quiere imitar a Frank Capra pero se queda, ay, en las suelas de su calzado. ‘Dando la nota: aún más alto’ (Elizabeth Banks) es la segunda entrega del filme que Jason Moore filmara en 2012 sobre las competiciones estudiantiles de canto ‘a capella’, una síntesis de comedia adolescente de trazo grueso y relato de épica seudodeportiva, con abundantes números musicales coreografiados y resueltos con mayor o menor fortuna. ‘Lo mejor para ella’ (Mike Binder) relata la maniquea e interracial historia de dos abuelos que se pelean por la custodia de su nieta afroamericana tras la muerte de su madre, entre el melodrama estridente y la comedia blandengue. ‘Poltergeist’ (Gil Kenan) es un calco del clásico de terror sobrenatural que filmara en 1982 Tobe Hooper, con algunas pinceladas de humor y el rumor de que Steven Spielberg rueda en la sombra. ‘El viaje más largo’ (George Tillman Jr.), según una novela de Nicholas Spark, cuenta el romance entre una universitaria y un cowboy de rodeos a lo largo de varias décadas, con un desenlace disparatado e inverosímil. ‘Lo mejor de mí’ (Michael Hoffman) también está basado en una novela del irritante Nicholas Spark, otro drama romántico sin interés, almibarado y pastoso, ahora la apasionada historia de dos jóvenes que fueron novios en su adolescencia y que venían de mundos muy distintos. ‘El gurú de las bodas’ (Jeremy Garelick) es un lío de enredos sobre un hombre que contrata a un padrino para el día de su boda, todo muy previsible, muy forzado, con algunos chistes bochornosos. ‘Lecciones de amor’ (Fred Schepisi) es una farragosa y pedante comedia romántica en torno a un profesor y una profesora que se enfrentan a difíciles retos que sobrellevan gracias a su pasión por el arte y el lenguaje. ‘La era de Ultrón’ (Joss Whedon) es una ruidosa y agotadora segunda entrega de la saga fantástica ‘Los vengadores’, ideada por Stan Lee, con unos protagonistas que vuelven al rescate de la Tierra y de la raza humana. ‘Walking of Sunshine’ (Max Giwa y Dania Pasquin) es una copia descarada de ‘Mamma mia’ (2008) que produce vergüenza ajena.

  La producción mexicana ‘Güeros’, de Alonso Ruizpalacios, es una discutible (y arrogante) mezcla de cine experimental y retrato generacional, a la manera de tardía y escéptica versión de lo que fue hace seis décadas la ‘nouvelle vague’ (el viejo Godard es el primero en burlarse ahora del Godard de los comienzos), en una maniobra, fotografiada en blanco y negro, que parece querer vender al resto del mundo la imagen azteca del abandono juvenil, cual el Buñuel de ‘Los olvidados’. La coproducción entre Estados Unidos, Perú y España ‘La deuda’, de Barney Elliott, es una mixtura de intriga política y melodrama social de denuncia a la que le falta fuerza y convicción, con un desenlace que malogra las pocas virtudes del producto. La coproducción entre Australia y Estados Unidos ‘Mad Max: furia en la carretera’, de George Miller, es una trepidante cuarta entrega de esta saga posapocalíptica cuyo eje vertebral es la acción a cuatro ruedas, tan abrumadora como agotadora, visualmente deslumbrante, música a todo trapo y personajes que no pasarían un sencillo test sicológico para portero de discoteca. La coproducción entre Francia, Canadá e Inglaterra ‘Suite francesa’, de Saul Dibb, es una historia de amor muy bien contada, según la novela homónima de Irène Némirovsky, y sucede en un pueblo de la Francia ocupada por los nazis, a la manera del Renoir de ‘Esta tierra es mía’, pero demasiado predecible y con una realización algo rutinaria, en la que se debate el tema de las relaciones afectivas entre vencedores y vencidos. La etíope ‘Difret’, de Zeresenay Mehari, es un drama social sobre una de las tradiciones más ancestrales del país, la costumbre de raptar a niñas para casarse con ellas, en un filme necesario que aboga por los derechos humanos, aunque se acerca al panfleto moralista. La coproducción entre Estonia y Georgia ‘Mandarinas’ (Zaza Urushadze) es una demasiado didáctica historia de dos ancianos granjeros que viven en Georgia en 1992, en pleno conflicto de Absajia, con soldados chechenos y georgianos heridos cerca de sus tierras, que recuerda al filme de Isasi Isasmendi ‘Tierra de todos’ (1961), y que el director sabe capturar el gesto cotidiano para hablar de la dignidad.

  El cine español, para terminar, viene representado por un puñado de propuestas. ‘Sicarivs: la noche y el silencio’ (Javier Muñoz) es un tan pintoresco como discreto thriller sobre asesinos a sueldo, a la manera del polar francés y más concretamente el Melville de ‘El silencio de un hombre’. ‘A cambio de nada’ (Daniel Guzmán) es un viaje generacional de un chico que huye de su situación familiar buscando su lugar, en un conjunto irregular, bienintencionado, con tendencia a enfatizar los clichés y una tosquedad formal que no alcanza el nivel del cine de Ken Loach o el más próximo de León de Aranoa. ‘Sweet home’ (Rafael Martínez) es un terror mil veces visto, de guion excesivamente rutinario, con una pareja encerrada en un edificio semiabandonado que intenta huir de un asesino. ‘Tiempo sin aire’ (Andrés Luque y Samuel Martín Mateos) es una valiente mezcla entre el thriller de intriga, el drama sicológico y el género de denuncia, la historia de una mujer cuya hija es asesinada por la guerrilla de Colombia y se traslada a Tenerife con el objetivo de poner en marcha su venganza.

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