Los estrenos en los cines: Jobs, el gurú de la informática

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Por Don Quiterio

    Hay películas buenas, hay películas malas, hay películas extraordinariamente buenas o lamentablemente malas, y luego está el lote de las inncesarias.

    Que, casi siempre, también son más malas que la quina. Hay películas, en fin, que no saben lo que quieren y entonces se estrellan en sus propias dudas. La estadounidense ‘Jobs’, de Joshua Michael Stern, es, en efecto, un drama biográfico sin ninguna decisión, una sucesión de postales, de momentos, hagiográficos o críticos, en torno al gurú de la tecnología informática. El filme, basado en el libro de Walter Isaacson, peca de un tono abiertamente publicitario y el retrato que pretende analizar de Steve Jobs es, a todas luces, superficial e inocuo. Un biopic tan complaciente y servil que produce vergüenza ajena ante la representación de los momentos de gloria de un líder visionario enfrentado, casi a mano descubierta, contra las grandes corporaciones tecnológicas que trataron de torpedear al que siempre fue el sueño de un niño que sufrió el desarraigo emocional durante su infancia. Todo resulta, en fin, a la manera de una imitación barata de ‘La red social’ (2010), ese gran filme de David Fincher que trasciende la carga de un protagonista que hace alarde de altanería y arribismo y niega cualquier relación afectiva con el espectador.

Más películas norteamericanas: ‘Rush’ (Ron Howard), una historia bien narrada y poco más, sobre la rivalidad entre Niki Lauda y James Hunt durante la década de 1970 en el carrusel de la fórmula uno, dos pilotos convertidos en héroes de una suerte de western moderno donde se enfrentan a muerte en cada carrera; ‘RIPD’ (Robert Schwentke), basada en el cómic de Peter Lenkov, abarca casi todos los géneros conocidos y alguno por descubrir (comedia, policiaco, acción, aventuras, western, ciencia ficción, romance, fantasía, zombis…), en un jolgorio sin pies ni cabeza y con muy poca gracia, con un Jeff Bridges con pinta de Buffalo Bill; ‘El último concierto’ (Yaron Zilberman), un preciso relato que explora el interior de un cuarteto de cuerda; o ‘2 Guns’ (Baltasar Kormákur), adaptación del cómic homónimo de Stevan Grant, un puro fuego de artificio que sigue las pautas de las ‘buddy movies’ tradicionales, basculando entre la acción, exagerada, y la comedia, no muy sutil.

La francesa ‘Thérèse Desqueiroux’ (Claude Miller) es una interesante pero excesivamente académica adaptación de la novela de François Mauriac, ya llevada a la pantalla por Georges Franju en 1962, que ofrece un retrato femenio a la manera de Emma Bovary o Anna Karenina y se parece a una película de Truffaut: no en vano Miller fue ayudante suyo, pero aprendió poco. Otro filme francés, ‘La espuma de los días’ (Michel Gondry), sobre la novela de Boris Vian, parece más una colección de ideas visuales que una historia de fantasía cohesionada con la que implicarse emocionalmente, pero posee, hay que reconocerlo, mucha energía imaginativa. ‘Kon-Tiki’ (Joachim Ronning y Espen Gandberg) es un convencional filme de aventuras, una coproducción entre Inglaterra, Alemania, Noruega, Suecia y Dinamarca sobre el explorador noruego Thor Heyardahl, quien cruzó el Pacífico en una balsa de madera en 1947 para demostrar que los sudamericanos de antes de Colón podían haber cruzado el mar. Heyardahl montó un documental con las imágenes que había rodado durante la travesía y escribió un libro sobre la hazaña que se convirtió en un auténtico éxito de ventas en el norte de Europa.

La cinematografía hispana viene representada por ‘Justin y la espada del valor’ (Manuel Sicilia), una convencional animación sobre el valor, la amistad, el amor y la fantasía en torno a un adolescente que sueña con ser caballero en vez de abogado; ‘Para Elisa’ (Juanra Fernández), un estimable ejercicio de terror de bajo presupuesto, en el que actúa la aragonesa Luisa Gavasa, que escapa con inteligencia de los tópicos, con la excusa de la pieza musical de Beethoven para mantenernos en vilo con el calvario de una joven estudiante en una casa de muñecas; ‘La gran familia española’ (Daniel Sánchez Arévalo), una sugestiva comedia con ribetes trágicos sobre una familia compuesta por cinco hermanos con nombres bíblicos, envuelta en un partido de fútbol y una boda; o ‘El símbolo del cuate’ (Francesc Relea), un apreciable documental en el que se rememora la última gira por Latinoamérica de los músicos Serrat y Sabina: el primero se postula como el símbolo para una generación y el segundo como el cuate, una palabra mexicana que describe al amigo, al colega, al cómplice.

Decía más arriba que hay películas buenas, malas e inncesarias. Y si empezamos con el gurú de la tecnología informática, Steve Jobs, acabamos con el gurú de la ‘sobreproducción’, Álex de la Iglesia. Con ‘Las brujas de Zugarramurdi’ realiza una película tremendamente irregular, ruidosa, desmembrada, pese a su genial arranque. Y es tan rápido el cabrón que no da tiempo a pillar ni la mitad de las referencias cinéfilas que va disparando a ráfagas, como la estructura a la manera del Rodríguez de ‘Abierto hasta el amanecer’ (1995) o la persecución en el castillo que evoca al Polanski de ‘El baile de los vampiros’ (1967). Lo que parte con fuerza, ingenio y brillo se pierde, sin embargo, en la magnitud inabarcable de lo que quiere ser y, desgraciadamente, no es. La recurrente ambición de De la Iglesia se estrella, otra vez, en sus propias dudas, preso en su laberinto. El caótico laberinto de la comedia coral acelerada.

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