El patrullero de la filmo: Tomeo y el cine

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Por Don Quiterio

La filmoteca de Zaragoza inicia la temporada 2013-2014 con un ciclo en recuerdo de Javier Tomeo, un homenaje cinematográfico al escritor aragonés de ‘Amado monstruo’, fallecido este largo y ocioso verano de lujurias y azoteas en su ciudad de acogida, Barcelona, a los ochenta años. Su escritura, breve y sintética, está más cerca del fogonazo que de la argumentación, y resulta candorosamente simple, ingenua, infantil, por mucho que se empeñen ‘Caño’ y sus locos seguidores en decir lo contrario.

Su prosa acelerada abunda en largas conversaciones a través de las cuales se va desvelando algo oculto, una inquina, un odio ciego, un miedo común, un afán de venganza. Los protagonistas de sus relatos son bestias, animales, enanos, ciegos, sordos, niñas con dos cabezas, hombres con seis dedos en cada mano, y, sobre todo, gente solitaria. Buena parte de sus cuentos y novelas gravitan, en efecto, en torno a la soledad, la incomunicación, el miedo. Y bajo sus mantos se cobijan todas las angustias que merodean al hombre, aliviadas con un humor deformante, excéntrico, caricaturesco.

En cierto modo, Tomeo se apodera de la intelectualidad, del surrealismo, del esperpento, del absurdo, y lo reinventa todo, en busca de ‘su’ realidad. Por eso, tal vez, le gusta tanto Buñuel, al que siempre trata de santo (“san Buñuel, mi dios”), aunque sus mundos, a mi modo de ver, poco o nada tengan que ver. Y aunque poco o nada tenga que ver Tomeo con Buñuel, la filmoteca de Zaragoza programa un puñado de obras del cineasta turolense –este año se cumplen treinta de su muerte- en homenaje al escritor oscense: ‘Las Hurdes, tierra sin pan’ (1932), ‘Gran casino’ (1947), ‘La joven’ (1960), ‘Viridiana’ (1961), ‘El ángel exterminador’ (1962), ‘Simón del desierto’ (1964) y ‘Él’ (1952), la cinta favorita de Tomeo, ese inquietante y grandioso melodrama con muchas convergencias estéticas y conceptuales con ‘Doble vida’, otro extraño y fascinante folletín realizado por George Cukor cuatro años antes (dato importante), acerca de un actor neurotizado, trastornado por los celos, que asume incluso en su vida personal el papel de Otelo que está representando en la escena.

Si nos fijamos bien, el mundo de conversaciones absurdas de Tomeo tiene más similitudes con el checo Jan Svankmajer que con Buñuel, Poe, Kafka o quienquiera que se adivine. El surrealismo es un viaje a las profundidades del alma –por eso a Tomeo le gusta tanto ‘Él’-, como la alquimia y el psicoanálisis, pero, a diferencia de estos, no es un viaje individual, sino una aventura colectiva, una visión del mundo, una filosofía, una ideología, una psicología, una magia. De hecho, Tomeo -como Svankmajer- se inspira en el mundo de su infancia y sus sueños, sus obsesiones y pasiones, elementos conscientes e inconscientes, racionales e irracionales. Y, en efecto, utiliza los procedimientos propios del surrealismo: improvisación, sinestesia, automatismo y la reproducción de su modelo interior. Los utiliza, sin embargo, de un modo que no envuelve el puro juego, el juego del dislate, cuando Buñuel, mucho más concentrado, trasciende el procedimiento y se sirve de él para sus intereses intelectuales.

En este sentido, el mundo de Tomeo se asocia con mayor credibilidad a los intereses de Svankmajer, un artista multidisciplinar adscrito al grupo surrealista checo y especialmente conocido por su actividad en el campo del cine de animación, aunque el oscense acaso no supiese de su existencia, no en balde, decía, “el único director de cine que me gusta es Luis Buñuel”. Los textos del checo, no obstante, revelan un pensamiento más lúcido y radical sobre la realidad y el arte, con un objetivo, a pesar de su visión pesimista del ser humano y del mundo, de iluminar al hombre y transformar la sociedad, de modo que sea posible vivir en hermandad y comunión con la naturaleza. Y aunque a Tomeo, entre ocurrente e imaginativo, le gusta soltar alguna verdad profunda en medio de un diálogo baladí, sus textos se asemejan al del cineasta animado checo, porque ambos toman el sueño por realidad y la realidad por sueño, cultivan la creación como una forma de autoterapia y eligen siempre temas frente a los cuales sus posiciones son ambiguas.

Tomeo, para qué negarlo, nunca ha sido un gran aficionado al cine, le interesa poco y lo considera solo un entretenimiento. Solo está Buñuel, que hace las películas que a él le gustaría escribir. Yo creo que a Tomeo le gusta Buñuel porque el director de ‘La ilusión viaja en tranvía’ es un pionero –como Fellini, como Godard- en transformar sus experiencias en arte, asume el dolor de su vida, los miedos que le atenazan y los exorciza a través de la creación. Por eso es su gran inspiración, como el ‘Cándido’ de Voltaire. ¿Leyó Buñuel la obra de Tomeo? ¿Qué le parecería? ¿Llegaron a conocerse ambos? ¿Hubieran tenido puntos de encuentro? Tal vez sí, tal vez no.

En 1989, el director catalán de programas televisivos ‘Pepus’ Vila-Sanjuán –verdadero amigo de Tomeo- realiza la serie de cinco episodios ‘El hombre por dentro y otras catástrofes’, basada en varios relatos breves del escritor aragonés, con guiones de este y de Joan Potau, y caracterizada por una escenografía barroca del pintor Ferrán García Sevilla. El propio Vila-Sanjuán, artífice de míticas series como ‘El conde de Montecristo’ o ‘La saga de los Rius’, confiesa: “La condición humana y sus contínuas muestras de necedad, negligencia, nimiedad y sordidez a través de la historia son los protagonistas de unos capítulos que empiezan con la imagen de un forense abriendo en canal a un hombre, un hombre cualquiera. Los cuentos de Tomeo nos ayudan a penetrar en lo más íntimo del comportamiento humano intentando encontrar alguna explicación a nuestras propias miserias. Al final, el forense cose pacientemente al individuo y, ante la imposibilidad de hallar respuestas, se retira lentamente de la sala de la autopsia”.

Su  novela ‘El crimen del cine Oriente’ parte de un encargo para un guion cinematográfico, que escribe junto a Manuel Marinero y Pedro Costa, y este último produce y dirige el filme en 1996, surgido de su interés por la crónica negra hispana y ambientado en Valencia durante la etapa más sórdida del franquismo, y, aunque revela errores de construcción y verosimilitud, evita, al menos, caminos trillados, con un despliegue de honesta eficacia.

Al fin y al cabo, el autor de ‘El castillo de la carta cifrada’ tiene con el cine sus más y sus menos, siendo, por territorialidad, un asiduo del festival internacional de Huesca. David Trueba parece querer enrolarlo de actor en su primera película, ‘La buena vida’ (1996), pero, por timidez o lo que sea, rechaza la oferta. Una oferta que acepta, en pleno siglo XXI, con el escritor y cineasta Carlos Cañeque al participar en ‘Queridísimos intelectuales (del placer y del dolor)’, donde comparte reflexiones académicas y filosóficas con varios intelectuales españoles (Santiago Carrillo, Fernando Savater, Román Gubern, Carlos Moya o Xavier Rubert de Ventós) en torno a la vida, el erotismo, el humor o la muerte, y ‘La cámara lúcida’, en la que hace una disertación sobre Dalí y acaba imitando al pintor ampurdanés.

Y estos dos documentales en los que participa Tomeo son programados por la filmoteca y presentados por el propio Carlos Cañeque, quien también participó en una mesa redonda –o cuadrada- moderada por Luis Alegre y en la que también intervinieron algunos ‘popes’ de la cultura zaragozana: Antón Castro, Ismael Grasa, José Luis Melero, Ramón Acín, Eva Puyó o Cristina Grande. Y mientras ciertos ‘popes’ de la cultura zaragozana o así hablaban y brindaban de las virtudes del muerto ilustre, se desató una tormenta en Quincena, el pueblo que le vio nacer y le vio enterrar, y que provocó considerables daños en el cementerio por el embalsamiento de agua. “Que no cunda el pánico. Todo se subsanará echando más tierra. El muerto está bien enterrado y bien muerto está”, explicó un perplejo Israel Cortés, alcalde del lugar.

Y a la salida del evento cinematográfico -o literario, o de prensa rosa, o de lo que fuese-, una procesión que iba de San Miguel de los Navarros a San Cayetano, relacionada con el Cristo de Medinaceli, se apoderó de los sorprendidos espectadores en un encuentro de cautividad y ducados, en la mejor tradición bueñuelesca. Decididamente, entre surrealistas anda el juego.

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