Por Antonio Tausiet
Presento el primer ensayo mundial de crítica cinematográfica en verso. Poesía para el cine, un experimento que repasa la filmografía completa de Luis García Berlanga, un director con sus luces y sus sombras, pero único e inigualable.
Como comprobará el avisado lector, hay divergencias entre el quórum crítico y mis impresiones tras el visionado de cada película. En lo que estaremos casi todos de acuerdo es en que hay poemarios mejores.
1951
En la posguerra, en Madrid
un matrimonio de pobres
gana un premio de consumo
y Esa pareja feliz
ve que el consumismo es humo.
La idea no estaba mal;
los directores, tampoco:
Berlanga y un tal Bardem,
-y encima está Fernán Gómez-
pero no quedo chipén.
1952
De un encargo de folclore
se consigue una humorada
sobre miserias rurales,
o mejor dicho miserias
de imperios abominables.
Bienvenido, Míster Marshall
a Guadalix de la Sierra.
De nuestra España profunda,
obra cumbre sin igual:
Villar del Río y peineta.
1954
No basta que salga un rato
López Vázquez con sus gestos:
Novio a la vista es cargante
(hasta José María Rodero).
Lindamar es Benicasim
-argumento de Neville-,
aristocracia fallera
cogida con imperdible.
Una pandilla de críos
que no acaban de crecer
da una lección a sus padres
y pare usted de leer.
1956
Peñíscola es perfecto para los planes
de un sabio nuclear sin domesticar:
en su fuga de Cabo Cañaveral
se hace amigo de todos los habitantes.
Dormir en el calabozo y desayunar,
mejorarles los fuegos artificiales,
hasta las fuerzas vivas de Calabuch
al homeless mucho de menos lo van a echar.
1957
Los trenes no se detienen
en Fontecilla.
(Alhama de Aragón pinta
muy parecida),
el mejor san Dimas creo
que es Pepe Isbert,
Los jueves, milagro tiene
mil guionistas
-Franco colocó a un curita
del Opus Dei-,
pero aquellas tres escenas
de apariciones,
sublime antropología
de savoir faire.
1961
Un motocarro ladra en los adoquines
de la vieja Manresa,
siente a un pobre en su mesa.
Plácido no consigue pagar la letra
mientras la estrella brilla,
muchas cosas dependen de Quintanilla.
El mismo año brindaba por caridades,
cosas raras del cine,
con Viridiana gente sin calcetines.
El humor y la muerte versión Azcona
remuerden la conciencia,
boda republicana, plano secuencia.
1963
Qué ilusión, qué candor,
Emma Penella gorda,
angustia insoportable,
El verdugo, qué horror.
Pepe Isbert jubilado,
y al proceso de Kafka,
angustia insoportable,
Manfredi condenado.
De penalti la boda,
y los guardiaciviles
-angustia insoportable-
ahogan al rapsoda.
No se mira al espejo
el estado asesino.
Angustia insoportable,
me estoy haciendo viejo.
1967
Un encarguito para Sonia Bruno
-la doble de Audrey Hepburn, cosa fina-
lleva a Azcona y Berlanga a la Argentina.
Por creer que la guapa es moribunda,
La boutique que le pone su marido
cambia el otro título preferido:
“Las pirañas” (la esposa y su mamá).
Entre guiños curiosos y chorradas
transita esta fofa astracanada.
Es la primera de una trilogía
sobre el hombre infeliz y perdedor
ante las damas de su alrededor.
1970
Luis García Berlanga habría querido
a López Vázquez y a Laly Soldevilla
como la pareja de protagonistas
de su mediocre película anterior.
Así que él y Rafael Azcona insistieron
en el humor fúnebre con estos dos,
llevando a Sitges, lleno de extranjeras,
a su víctima masculina, su represión.
Manuel Alexandre, amnésico;
las chicas, todas preciosas
-sobre todo la irlandesa-.
¡Vivan los novios! es tenebrosa,
con su araña humana del final,
y a jugar a otra cosa, mariposa.
1973
Por fin Berlanga y Azcona
tienen total libertad
y crean a una muñeca
de Tamaño natural.
El dentista Piccoli
hastiado de las mujeres
se pasa al poliuretano
y a sufrir vuesas mercedes.
Pues pese a las mascletás
que quieren hacer comedia
(con Alexandre, con Ciges…)
la cosa es pura tragedia,
aunque el doctor resucite
veintiséis años después
en la última comedia
del libertino marqués.
1977
Saza, genial como siempre
y las perdices podridas,
ministros del Opus Dei,
cacerías de franquistas,
los porteros electrónicos,
y los curas trabucaires,
las putas de compañía,
aristocracia enranciada,
destape, desilusión,
astracanada tontuna,
La escopeta nacional,
anarquismo de salón.
1981
El marqués de Leguineche
-perfecto Luis Escobar-
prosigue sus aventuras
en el Madrid posfranquista.
Patrimonio nacional
supera a su antecesora
porque se centra en el fin
de la aristocracia rancia
pero no en su defunción:
el negocio continúa
a causa del patrimono:
sayonara, fin, adiós.
1982
El tema de la evasión
de capitales.
La cosa de la cosa de
los nacionales.
Nacional III cierra el ciclo
sin cosas fenomenales.
1985
Qué maravilla
de actores y de guión:
La vaquilla
es todo un peliculón.
Bendito sea el rescate
de este texto,
maestros del disparate
por supuesto.
No falta ni sobra nada
de metraje
putas, curas, la cornada
y el paisaje.
Impecable Alfredo Landa
qué maestro,
Sacristán y demás panda
de cabestros.
España, en paños menores
y el marqués;
eran Sos y alrededores
ya lo ves.
1987
Berlanga y Azcona, última colaboración;
chapucería tonta sobre el turrón,
aunque está Fernán Gómez, siempre genial.
Con su falta de fuelle considerable
con su doblaje infame, su caos fatal
con chistes de mal gusto, con tonterías;
con Moros y cristianos, con subnormales,
Berlanga se queda ancho, no hay más que hablar.
1993
Ya no está Azcona al guión, pero da igual
porque le sustituye el hijo del director
escriben juntos la cuarta Nacional
y dan rienda suelta al órgano excretor.
En la prisión modelo (la de Valencia)
se organiza una gala sin ánimo de lucro
a monseñor Berlanga aún le quedaba ciencia
para matar a López Vázquez, fútbol de luto.
Y es que si sale Saza la cosa es buena
Santiago Segura, Rafael González,
con Borau, Sisa, Luis Ciges y Torrebruno,
y Todos a la cárcel van de verbena.
Pepe Sacristán monta la bufonada;
España de disuelve por sus entrañas:
la chapuza, el travesti como criada.
Tres años les quedaban a los sociatas
para robar un poco y salir de escena,
cambiando los langostinos por los bocatas.
1999
Aquel médico francés
que tenía una muñeca
en su casa de París
está harto de la vida.
El santo de Fontecilla
con cara de Pepe Isbert
se ha trastladado de villa
y ahora vive en Calabuch.
Y el pintor tan detallista,
que repite don Manuel;
y hasta la Guardia Civil
y un anarquista añadido.
Y allí acaba Piccoli
montado en su bicicleta
porque París-Tombuctú
es una ruta muy larga.
Farmacia surrealista:
el detalle que faltaba,
de Amparo Soler Leal,
la Velasco y Gurruchaga.
Manolete no era el padre
y se destila tristeza
y todos tenemos miedo
a la soledad completa.